(Bloomberg) Todavía falta mucho para las elecciones estadounidenses de mitad de mandato de 2018, pero ya ha surgido interés por ellas. Y no solo entre la gente que sigue las campañas, sino también entre una cantidad inusualmente alta de personas que piensan presentarse para cargos públicos. Hay una buena razón.
Este es el equivalente moderno de lanzar una compañía tecnológica a fines de la década de 2000: una apuesta al poder, donde las probabilidades son más favorables.
El auge de las startups tecnológicas, que se inició a fines de la década de 2000 y comenzó a apagarse en los últimos años, surgió de una combinación de fuerzas tecnológicas, económicas y demográficas.
La oportunidad tecnológica fue resultado del crecimiento simultáneo y explosivo de los medios sociales e internet móvil por el desarrollo de los teléfonos inteligentes. Facebook, Google y Apple pueden haber creado las plataformas sociales y de smartphones dominantes que todos usamos hoy, pero no fueron los únicos beneficiarios.Compañías de juegos como Zynga y King Digital, los creadores de Farmville y Candy Crash; compañías de viajes compartidos como Uber y Lyft; plataformas de medios sociales como Instagram y Snapshat y muchas otras startups deben su existencia al crecimiento del internet social y móvil.
Pero toda esa tecnología no se creó en un vacío; las consecuencias económicas de la gran recesión también alimentaron el espíritu emprendedor de Estados Unidos. Como la tasa de desempleo estaba cercana al 10 por ciento, y todavía más para los trabajadores más jóvenes, el costo de la oportunidad de iniciar una startup era bajo.
Para los emprendedores, el costo de los alquileres comerciales y los salarios después de la recesión era bajo, lo que permitía llegar lejos con el dinero que recibían de los capitalistas de riesgo. Y en el caso de estos, las condiciones crediticias ajustadas les abrían la puerta a la base de startups atractivas a una baja valuación.
Sin embargo, nada de esto habría sido posible sin la gente que hizo que sucediera. En ese momento, el grueso de los millennials, los nacidos entre fines de los años 1980 y comienzos de la década de 1990, estaban entrando a la universidad o a la fuerza laboral.
Significó una afluencia constante de jóvenes, algunos interesados en trabajar en startups tecnológicas, muchos más interesados en consumir sus productos y servicios.
Las startups se están retirando en parte porque el clima ha cambiado. En vez de crear nuevas plataformas como hizo Facebook, las nuevas empresas tecnológicas se encuentran ahora compitiendo con compañías como Facebook. Una tarea desalentadora.
La expansión económica de los últimos años ha elevado el costo de oportunidad para quienes piensan en trabajar para una startup. Es más arriesgado apostar a las opciones de acciones cuando grandes compañías como Facebook y Google están ofreciendo salarios atractivos.
Y los emprendedores deben pagar alquileres comerciales y salarios mucho más altos que en 2009 o 2010. Por ahora, la frontera social y móvil podría estar cerrada.
En 2008, una persona joven podía imaginar que encontraría oro con una startup tecnológica. Ahora eso parece poco posible, pero ascender por la jerarquía política parece imaginable. En 2017 están dadas las condiciones para un aumento sin precedentes del número de personas que aspiran a un cargo político.
Parte del atractivo de presentarse para un puesto público en 2018, al menos en el lado demócrata, es el alto nivel de atención y compromiso financiero que muestra la base del partido luego de la elección del presidente Donald Trump. Jon Ossoff, candidato demócrata primerizo para la 6ª elección legislativa especial del distrito de Georgia, recaudó más de US$ 8 millones para las “primarias no partidarias” que acaban de terminar, y la carrera posiblemente va camino de ser la elección legislativa más cara de la historia.
La gran mayoría del dinero provino de fuera del estado, y buena parte se reunió mediante campañas virales en los medios sociales. Mientras en el pasado para realizar una campaña legislativa exitosa un candidato podía necesitar una serie de respaldos de los medios locales y los funcionarios electos, además del apoyo financiero de personas ricas y poderosas de la comunidad, hoy, al parecer, cualquier candidato y campaña tienen el potencial de resultar explosivos y volverse virales en el nivel nacional.
También hay en esto un componente demográfico. La misma generación que estaba en los últimos años de la adolescencia y en los primeros de la veintena luego de la gran recesión está creciendo y ya tiene edad suficiente para presentarse a un cargo político –como Ossoff, de 30 año– y su cohorte podría votar por ellos de la misma manera que los jóvenes hace unos años consumían productos de Zynga y Snapchat.
Al mismo tiempo, la mayoría de los funcionarios y líderes elegidos del Partido Demócrata se aproximan a la edad del retiro. Nanci Pelosi tiene 77 años. Bernie Sandres, 75. Elizabeth Warren, 67. Si usted es una persona ambiciosa de entre 25 y 30 años, ¿qué es más probable: que perturbe el negocio de Mark Zuckerberg y Jeff Bezos o que ascienda por las filas del Partido Demócrata en el curso de unos pocos ciclos electorales conforme el liderazgo del partido se retira y la participación de la generación de posguerra en el electorado disminuye?
Así como es verdad que el auge de las startups tecnológicas produjo solo un puñado de grandes ganadores, lo mismo ocurrirá con este auge electoral. Pero esto no significa que estas nuevas elites políticas sean las únicas beneficiarias.
Hay un solo Mark Zuckerberg, pero Facebook creó miles de empleos, y hoy es una plataforma usada por mil millones de personas. Una nueva oleada cívica podría elegir solo unas pocas docenas entre los cientos que aspiren a cargos públicos, pero una nueva generación puede encontrar consuelo en saber que sus valores serán los que se escuchen en el Congreso, en vez de aquellos de la actual generación que no parece lograr nada.
La tendencia es clara. La nueva clase dirigente tecnológica ha reclamado su cuota. ¿Pero y el gobierno? Está totalmente abierto.