Hace más o menos una década comenzó una nueva era para los precios de las materias primas, estimulada por la insaciable demanda de China, y los mercados emergentes desde Argentina hasta Zambia disfrutaron del incremento del valor de sus tierras agrícolas y minas. El boom fue atizado por la debilidad del dólar estadounidense, la divisa en la que se establecen los precios de la mayor parte de commodities.
Pero la situación se ha revertido. El alza del dólar ha debilitado las cotizaciones de los commodities: muchos han caído por debajo de sus niveles de hace diez años, aunque otros activos negociables no han tenido la misma suerte, como las acciones.
Aunque la economía de Estados Unidos está fortaleciéndose, su impacto es empequeñecido por el enfriamiento de la demanda china, que todavía consume cerca de la mitad de los metales vendidos en el mundo. Encima, en las últimas semanas, ha resurgido un temor generalizado sobre las perspectivas económicas de este país, causado en parte por la caída de sus bolsas y por la inesperada devaluación del yuan.
La maldición para los productores es que existe sobreoferta en casi todas las materias primas, pero actúan como si no lo supieran. Y se continúa invirtiendo, lo cual está creando un resaca que podría durar al menos una década. Según Jeff Currie, de Goldman Sachs, los ciclos pasados sugieren que tomará hasta quince años resolver los inconvenientes que ocasiona el exceso de inversiones.
En lo que va del año, casi todos los commodities mayores —energéticos, metales industriales y cultivos— han caído entre 10% y 20%. Su abundancia es alimentada por tres factores comunes: La reducción de costos, que hace pensar a los productores que pueden aguantar la caída de precios por más tiempo; los anhelos de los grandes ofertantes, ya sea la OPEP o las mineras globales, por aumentar su participación de mercado; y el financiamiento, que permanece disponible.
La disminución de costos es parte de un círculo vicioso, pues fuera de Estados Unidos, las divisas baratas en relación al dólar han abaratado los insumos. Por ejemplo, la magnate minera Gina Rinehart esgrime ese argumento para justificar la apertura de una operación de US$ 13,000 millones en Australia que producirá 55 millones de toneladas de hierro al año —equivalentes a la producción anual estadounidense—.
En el caso del crudo, la reducción ha venido de quienes se pensaba serían borrados del mapa por las bajas cotizaciones: los productores de petróleo de esquisto, que han recortado los costos en un tercio y continúan extrayendo lo suficiente como para deprimir los precios. Esto podría darles una falsa sensación de seguridad, como ocurrió en la primavera (boreal), cuando una pequeña alza generó un aumento en el número de perforaciones —al poco tiempo, los precios cayeron nuevamente—.
Entre los titanes, los esfuerzos por recuperar mercado pueden ser contraproducentes. La OPEP está extrayendo por encima de su cuota diaria de 30 millones de barriles, con lo que la cotización del petróleo está cerca de su nivel más bajo desde marzo del 2009. Su plan no funcionó porque obligó a los petroleros de esquisto a volverse más eficientes.
Entretanto, mineras globales como BHP Billiton y Rio Tinto continúan incrementando su producción de hierro —según los analistas, están intentando sacar del negocio a sus competidores chinos y de otros países, que operan con costos superiores—.
En cuando al financiamiento, Tomás Gutiérrez, de la consultora Kallanish Commodities, indica que la producción china de acero acaba de alcanzar su pico y en lugar de enfrentar la bancarrota, muchas productoras ineficientes sobreviven gracias al respaldo del Gobierno. Sus excedentes son exportados, lo que añade presión a los precios globales del metal.
En el sector petrolero, se espera que los problemas se manifiesten con virulencia. Los productores pequeños de esquisto podrían verse en apuros, a menos que la caída de precios se detenga. Deutsche Bank anota que las compañías energéticas representan alrededor de un sexto de los deudores de alto rendimiento en Estados Unidos y cree que el barril por debajo de US$ 55 podría generarles aflicciones financieras.
La OPEP también tiene sus inválidos, entre ellos Libia, Nigeria y Venezuela. Arabia Saudita, la voz cantante de ese cártel, no quiere hablar sobre recortar la producción y a inicios de este mes obtuvo US$ 5,000 millones para compensar el flaqueo de sus ingresos petroleros.
Por su parte, la temporada de perforaciones en Estados Unidos está terminando. Si el Congreso ratifica el pacto nuclear con Irán, el mes entrante, el petróleo que está embargado comenzará a fluir. La minera y comercializadora de commodities Glencore —de capitales británicos y suizos—, reportó pérdidas enormes el 19 de agosto. Su CEO, Ivan Glasenberg, ha criticado a los competidores que no están dispuestos a reducir su producción y ha advertido que los precios actuales “no tienen ningún sentido”.
No es inusual que la situación sea desalentadora. Cuando los precios caen lo suficiente durante suficiente tiempo, la producción termina por declinar, como ha ocurrido con el níquel desde el año pasado. Mientras tanto, las grandes compañías mineras y petroleras se harán de las pequeñas y cerrarán sus operaciones más débiles. Y entonces, podrá iniciarse otro ciclo que dure algunas décadas.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd,
London, 2015