(Bloomberg) Siempre he sido querido. Al menos creo que es así. Tengo amigos, una esposa, un trabajo, un título universitario. Hago ejercicio. Me corto el cabello de manera regular.
Y sin embargo, últimamente, me he sentido poco realizado, casi incompleto.
En todas partes en las redes sociales estoy rodeado por personas extremadamente atractivas: hombres súper arreglados y mujeres que ingieren alimentos que no solo son saludables, sino que están impecablemente servidos. Mi ropa parece cansada, arrugada, con falta de accesorios. Y mis fotos de vacaciones, oh Dios, mis fotos…
Debería mencionar que he estado pasando mucho tiempo en Instagram, la aplicación para compartir fotos, que de acuerdo a sociólogos y mi propia experiencia, es un servicio perfectamente diseñado para subvertir su autoestima. Mientras Snapchat alienta a los usuarios a crear selfies que desaparecen en 24 horas, el elegante diseño de Instagram y los halagadores filtros alientan a los más de 500 millones de usuarios a embellecer sus paisajes y suavizar sus facciones más duras.
Debido a esto —y debido a que los presupuestos de publicidad inevitablemente fluyen hacia cualquier medio con grandes cantidades de personas donde pasan mucho tiempo— Instagram ha atraído una suerte de clase profesional. Estos miembros de alta influencia sobre las masas, “influencers”, como se les conoce en inglés, son propiedades mediáticas en sí mismas, convirtiendo buena apariencia y gustos en flujos de ingresos: marcas les pagan para que presenten sus productos.
Hay miles, tal vez decenas de miles de ’influencers’ que viven de esto. Algunos viven bien de esto. Los más exitosos exigen US$10.000 y más por una solo foto de Instagram. Los acuerdos de patrocinio a largo plazo son bien conocidos por los usuarios de Instagram, como Kristina Bazan, quien firmó el año pasado con L’Oréal, y pueden tener un valor de US$1 millón o más. Grandes minoristas usan a los ’influencers’, así como las marcas de moda, compañías de alimentos y bebidas y conglomerados de medios de comunicación.
Comencé a indagar para entender cuán difícil era realmente este trabajo. Daniel Saynt de la agencia Socialyte, dijo que prácticamente cualquiera podría ser un profesional de Instagram. Para probarlo, me hizo una oferta: me ayudaría a convertirme en un ’influencer’.
El plan, que diagramé con mi editor y un abogado de Bloomberg Businessweek, fue este: con la asesoría de la compañía de Saynt, iría encubierto por un mes, en un intento por convertir mi pobre perfil @mchafkin en uno de un ’influencer’ con todas las de la ley.
A fines de septiembre, dos semanas antes del comienzo del experimento, me dirigí a la oficina central de Socialyte en el barrio de SoHo en Nueva York. La agencia gestiona a alrededor de 100 personalidades de Instagram, a quienes cobra el 30 por ciento de sus ingresos a cambio de coordinar para ellos eventos.
Publiqué mi primera foto un domingo alrededor del mediodía. No obtuve un digital “me gusta” por 15 minutos. El ritmo no tenía buena pinta. Los ’influencers’ moderadamente exitosos pueden obtener 100 o más “me gusta” en ese lapso de tiempo.
Para la hora de la cena, publiqué otra foto y recibí varias docenas de “me gusta” y cerca de tres seguidores. Eso no está mal para alguien con una presencia casi inexistente en Instagram, pero fue desalentador para mí, debido a que necesitaría al menos 5.000 seguidores para tener alguna esperanza de ganar dinero.
Esa noche me inscribí en un servicio recomendado por Socialyte llamado Instagress. El servicio pagado trabaja para atraer seguidores en Instagram.
Tras obtener ayuda profesional de una fotógrafa, Alisha Siegel, sentí una mayor confianza. Estaba sumando entre 20 y 30 seguidores casi todos los días, un incremento desde los 10 diarios de la semana anterior. Para fines de la segunda semana, había alcanzado los 600 seguidores, un crecimiento de 300 por ciento. Saynt me dijo que si seguía así, podría llegar a 10.000 para fin de año, lo que sería suficiente para ganar tal vez US$100 por publicación patrocinada. Eso era alentador. Pero para mantener el ritmo tendría que gastar US$2.000 al mes en servicios de fotografía y también mantener un flujo regular de vestuario nuevo. No habría manera que pudiera ganar dinero para pagar los costos involucrados; claramente no tengo el talento para esto.
Mi experimento llegaba a su fin, pero comenzaba a preguntarme si habría una manera más fácil de hacer esto. Internet está lleno de servicios que ofrecen agregar seguidores por miles. Comprar seguidores —o comprar “me gusta” y comentarios, que también están a la venta en Internet —no engañarán a anunciantes sofisticados, debido a que Instagram informa sobre las impresiones reales y el tamaño de la audiencia. Pero la táctica puede ayudar a que su perfil sea un poco más impresionante.
Existe la probabilidad de que un incremento falso pueda convertirse en un impulso genuino. De manera que con cerca de una semana para la fecha límite, entré a un sitio web llamado Social Media Combo, que promete “seguidores de alta calidad”. Los paquetes van desde US$15 por 500 a US$160 por 5.000. Elegí el paquete básico. Tras dos días sin ningún resultado, sin darme cuenta pasé de 885 seguidores a alrededor de 1.400 en horas.
Cuando publiqué mi foto final de ’influencer’ el 11 de noviembre —una foto de una tienda de flores que me había vendido Siegel— Instagram había eliminado varios de mis admiradores falsos, pero estaba agregando suficientes seguidores para contrarrestar con creces la mayoría de estas reducciones. Al momento de escribir este artículo, tenía casi 1.400.
Dejé de publicar al día siguiente, un sábado, y no publiqué nada en Instagram por una semana. Hubo momentos en que eso me generó ansiedad.
Al escribir el último párrafo, me tomé otra foto, una auténtica. Se veía un escritorio —un desorden horrible, con un plato de papel y vasos desechables y pilas de revistas viejas.Pero cuando estaba listo para publicarla, vacilé, y pensé: ¿No se vería mejor con un filtro?