BALANCE. La candidata presidencial de Fuerza Popular (FP), Keiko Fujimori, fue la que mejores lecciones sacó de su derrota del 2011. Los últimos cinco años se dedicó a construir una agrupación política con militantes comprometidos con la causa: llegar al poder el 2016. Y la estrategia ya ha rendido frutos, incluso mejores de lo que muchos pensaban, pues FP tendrá mayoría parlamentaria.
Lo que no consiguió fue lograr que los más recalcitrantes defensores del régimen de su padre internalicen que el nuevo mensaje del fujimorismo es conciliador y democrático, que las declaraciones revanchistas y altaneras, y las maneras autoritarias, son cosa del pasado. Fujimori se ha comprometido –firma de por medio– a no repetir lo sucedido en los 90, pero la conducta del ala dura de FP podría echar por tierra sus aspiraciones presidenciales.
A la candidata no se le puede responsabilizar por los delitos de su padre, pues no formó parte de la cadena de mando ni tomó decisiones, pero sí fue parte pasiva y todavía no reconoce que su progenitor está preso porque en su régimen hubo violaciones sistemáticas del orden democrático. En lo económico, Alberto Fujimori ganó la presidencia prometiendo que no habría shock, pero aplicó uno más fuerte y sin las medidas de amortiguamiento que planteó Mario Vargas Llosa.
Así que puestos a sopesar promesas de campaña, habría que analizar qué tan sostenibles son las de FP. Es que algunas propuestas de Fujimori podrían desestabilizar el modelo económico. Por ejemplo, ha ofrecido utilizar recursos del Fondo de Estabilización Fiscal como “una gran locomotora de un crecimiento con características inclusivas”. También ahora habla de renegociar el contrato del gas, aunque en su plan de gobierno no lo menciona.
Este tipo de ofertas es propio de una plataforma populista, tanto como el aumento del gasto asistencialista, de modo que Fujimori tendrá que ser más explícita en temas como política fiscal, diversificación productiva y, también, legislación laboral. Hasta ahora se desconoce quiénes integrarán su equipo de gobierno ni quién será su ministro de Economía –de ganar la presidencia–. Solo su candidato a la vicepresidencia, José Chlimper, está apelando a la sensatez y, afortunadamente, ya no habla de intervenciones divinas.