Editorial: Vergüenza de brecha

Una sociedad tan machista como la nuestra necesitará una especie de shock cultural para comenzar a cambiar.

PERSPECTIVA. El ingreso promedio de los hombres creció 3.4% en el trimestre agosto-octubre, para ubicarse en S/. 1,833; en tanto que el de las mujeres lo hizo en 0.6%, llegando a S/. 1,255. Esto significa que la remuneración femenina promedio representa el 68.5% de la masculina. Estos son datos del INEI para Lima Metropolitana, aunque nada nos hace suponer que en el resto del país no exista una diferencia salarial igual de pronunciada.

Algunos objetarán estos resultados alegando que los empleos “femeninos” ofrecen menos sueldos y salarios que los “masculinos”, o que el INEI no presenta cifras que comparen las remuneraciones para puestos de trabajo iguales o muy similares. Esos cálculos sí se han hecho en otros países –el desbalance es para las mujeres–, además de estudios que prueban la existencia de discriminación por sexo y por edad –en ambos casos, ellas salen en desventaja–.

Las estadísticas que evidencian la enorme brecha de género abundan y van más allá del ámbito de los ingresos y el empleo. El Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés) presentó la semana pasada su Índice de Brecha de Género y ubicó al Perú en el puesto 89 de 145 países analizados. Lo vergonzoso no es que estemos entre los últimos, sino que retrocedimos 44 lugares con respecto al 2014.

El reporte mide aspectos de diferencia de género en cuatro áreas fundamentales: salud, educación, economía y política. El Perú retrocedió en todas. Si bien existen normas que velan por la igualdad de derechos, además de un ministerio que las promueve –aparentemente con escaso éxito–, una sociedad tan machista como la nuestra necesitará una especie de shock cultural para comenzar a cambiar. Por ahora, ningún líder de opinión ha asumido una posición de vanguardia sobre el tema.

La brecha de género es un problema global y son pocos los países que han decidido hacerle frente, sobre todo democracias avanzadas como los países nórdicos, además de Canadá e Irlanda. Si tenemos en cuenta que el Perú fue el penúltimo país latinoamericano en legalizar el voto femenino (en 1955), entonces tendremos que sentirnos poco optimistas sobre las perspectivas de que esta tara, que es económica, social y cultural, sea superada muy pronto.

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