Piensa durante unos minutos y analiza si sabes qué quieres conseguir con tu trabajo; cuánto crees que necesitas para vivir dignamente; si en algún momento de tu carrera has reflexionado antes de actuar; si estás dejando que te exploten y no has conseguido aún tomar las riendas de tu propia carrera profesional.
Comprueba si estás sometido a ritmos de trabajo vertiginosos con plazos muy ajustados para todo; y analiza también si te estás acostumbrando a flujos impredecibles de actividad, manteniendo jornadas de entre 70 y 120 horas semanales; si está obligado a viajar constantemente por cuestiones profesionales o a acudir con frecuencia a eventos relacionados con tu trabajo más allá de las horas de oficina.
Si todo eso (o gran parte) se cumple, eres un workaholic, y perteneces a la especie de los trabajadores extremos, para quienes el trabajo es una prioridad frente a las relaciones sociales o la propia salud.
A estos trabajadores extremos no parece importarles las consecuencias: un estudio de la consultora Catalyst, junto con la Brandeis University de Estados Unidos, revela que un 69% de aquellos que mantienen trabajos extremos reconoce que su actividad profesional mina su salud; un 46% admite que supone un obstáculo crucial en su matrimonio; y un 58% cree que ese trabajo dificulta su relación con los hijos.
La cuestión es que ser un profesional de alto rendimiento no implica ser un workaholic. Convertir la necesaria abnegación en una gestión ruinosa del tiempo lleva inevitablemente a la ineficacia, a la depresión y al estrés.
Cada vez más expertos aceptan que planificar y encontrar tiempo suficiente para algunas distracciones y desconexiones es posible y hasta conveniente, porque ser productivo no significa estar sentado muchas horas en tu sitio y la eficiencia no tiene que ver ni se mide ya por el simple hecho de estar.
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El gran problema está en cambiar lo estratégico por tareas rutinarias que sabes cómo desempeñar. Y no digamos de aquellos que se incluyen en el grupo de los que en apariencia están siempre atareados en algo importante, pero son todo lo contrario a la eficacia. Viven en una hiperactividad estúpida que tiene que ver con la multitarea.
En todo caso, hay quien piensa que incluso pueden justificarse los argumentos que mueven a los workaholic:La Escuela de Negocios de Rouen (Francia) concluye que existe una cierta adicción al trabajo que, lejos de ser perniciosa, es constructiva. La investigación sugiere que los workaholic “simplemente creen en un equilibrio diferente y se mueven en parámetros distintos a los del resto de profesionales en lo que se refiere a la conciliación”.
Karyn Twaronite, experta en diversidad global, concluye en un reciente informe de EY que “cada vez trabajamos más y peor”, cuando lo que cabe pensar de las estrategias de flexibilidad es todo lo contrario. Además, trabajar más horas no se traduce en un aumento de la productividad. Una reciente investigación de la Universidad de Stanford recuerda que la productividad decae después de 50 horas de trabajo, y cae en picado tras 55.
Realidades ya consolidadas como el hecho de no tener que estar en la oficina para desarrollar nuestra actividad profesional no impiden que sigamos dedicando aún más tiempo a nuestro trabajo. Parece que la tecnología es uno de los factores que favorece la dedicación las 24 horas al día . Y esta es una exigencia que un número creciente de organizaciones considera como algo normal u obligatorio.
En mercados como el estadounidense, sólo un 42% de los profesionales trabaja 40 horas a la semana. Lo que ocurre realmente es que desaparece la jornada de trabajo de 9 de la mañana a cinco de la tarde, e incluso la necesidad de trabajar en la oficina. Sin embargo, las fronteras físico-temporales de la propia actividad profesional cambian, y todo esto depende de cada persona y de cada momento.
Parece evidente que la disponibilidad de 24 horas y la injerencia de las compañías en nuestra esfera privada va en aumento. Y atender a estas demandas es una decisión personal difícil de gestionar. En este sentido, resulta clave dejar a un lado los presupuestos tradicionales de conciliación habituales en muchas empresas. Estas nuevas exigencias de tiempo y dedicación obligan a una gestión específica basada en que los presupuestos tradicionales sobre la conciliación de la vida laboral y la personal están pasados de moda. El equilibrio entre ambas facetas se basa hoy en la integración.
Y aquí entran en juego los happyshifter, profesionales que tienen una carrera, son emprendedores, y en ocasiones no trabajan menos, sino más, sin que ello tenga un aspecto negativo, sin ser adictos al trabajo. Aman su profesión, y por eso suelen dibujar una línea mucho más fina entre su vida personal y profesional. La realidad es que tenemos que trabajar y pasar un tercio de nuestros días en uno o varios puestos. La postura más equilibrada y sana es tratar de ser feliz trabajando.
Muchos piensan que las ocupaciones que producen más satisfacción son las que implican un mayor grado de realización personal, y se basan por tanto en las actividades que aportan un alto valor. Aquí el dinero no tiene mucho que ver con la satisfacción en el trabajo.
Para otros, la satisfacción laboral no tiene que ver con trabajar más duro, sino con desarrollar la actividad que suponga más retos para cada uno. Rosabeth Moss Kanter explica en Harvard Business Review que “los más felices en el trabajo pueden ser aquellos que se dedican a lidiar con los problemas más complicados”.
Ser más feliz cuando se está ocupado
Un estudio de los departamentos de Economía de las universidades de Pittsburgh, Columbia y Florida, presentado recientemente en la London Business School, sostiene que una dosis extra de trabajo es lo que los empleados necesitan para evitar una procrastinación negativa.
Además, esto aumentará su productividad y hará que los profesionales se sientan satisfechos con su trabajo y que se mantengan alejados de las emociones tóxicas durante el horario laboral. ¿Es cierto que los altos niveles de actividad equivalen a una mayor productividad?
Según la investigación, “aquellos empleados que no han sido capaces de cumplir los plazos requeridos para realizar una tarea determinada -y que no están muy ocupados-, tardan una media de 37 días adicionales en completar ese trabajo. Pero aquellos que sí tienen altos niveles de actividad emplean 25 días en la misma tarea”.
Incumplir los plazos puede resultar muy desmoralizador y provoca un sentimiento de culpabilidad o incluso de enfado por no llegar al objetivo fijado.
Los altos niveles de actividad mitigan esa frustración, pero el estudio advierte que la línea entre sentirse “ocupado” y “abrumado” es muy fina. Hay que tomar precauciones para que una carga excesiva de trabajo no llegue a paralizar a los empleados.
En todo caso, el estudio choca con lo que se conoce como ‘“cultura”:http://blogs.gestion.pe/menulegal/2016/01/la-cultura-claxon-y-cohetones.html del alto rendimiento aparente’, una sensación de actividad que lleva a ir corriendo a todas partes, a llegar tarde, a una apariencia permanente de que se está desbordado y de que se trabaja mucho.
Diario Expansión de España
Red Iberoamericana de Prensa Económica (RIPE)