Papá, mamá y dos hijos: la familia de tamaño perfecto. No es muy grande ni muy pequeña, y para una economía nacional, asegura que dos nuevos trabajadores reemplazarán a los padres en la fuerza laboral. Y a la larga, los hijos tendrán sus propios hijos y mantendrán estable el ritmo de crecimiento de la población.
A fin de alcanzar ese estado de felicidad, la tasa global de fecundidad (TGF) —una medición utilizada por los demógrafos para calcular el número de hijos que una mujer puede tener durante su edad reproductiva— tiene que ser superior a dos: alrededor de 2.1 en el mundo desarrollado y más en los países pobres, porque algunos niños, especialmente en el Tercer Mundo, fallecen antes de alcanzar la edad adulta.
Durante muchos años, las proyecciones de población que realiza la Organización de las Naciones Unidas (ONU) asumían que, en el largo plazo, la fecundidad en el mundo convergería en un nivel de reemplazo y que el crecimiento de la población se estabilizaría.
Pero las tasas de fecundidad han estado declinando por décadas en todas partes. Inclusive en África, donde las familias extensas todavía son la norma, se proyecta que el número de hijos por mujer para el periodo 2010-15 caerá a 4.7, frente a 5.7 del periodo 1990-95. La fecundidad promedio en el mundo se encuentra en alrededor de 2.5.
En un número creciente de países, la TGF ha caído por debajo del nivel de reemplazo. Por ejemplo, en China se ubica en 1.5 —aunque las cifras del gobierno la elevan un poco— como consecuencia de la política de un hijo por familia, vigente desde la década de 1970, que además ha estropeado el equilibrio entre el número de niños y niñas.
En Europa, la TGF es 1.6 y bastante menor en varios países del sur y este del continente, mientras que en Japón ha estado disminuyendo durante décadas y hoy se sitúa en 1.4. Corea del Sur (1.3) tiene la TGF más baja entre las grandes economías. Los números también están reduciéndose por debajo del nivel de reemplazo en el menos rico sudeste asiático. Dentro de poco, la mitad de la gente en el planeta estará viviendo en países cuya población ya no se reproducirá.
Este panorama preocupa a los gobiernos, porque menos bebés significan menos trabajadores en el futuro, y a medida que las personas vivan más, tendrán que hacerse cargo de un número creciente de jubilados. Muchos gobiernos intentan persuadir a sus parejas de ser más prolíficas y la ONU estima que, el último año, dos tercios de los países en las regiones más desarrolladas tenían políticas promotoras de la fecundidad, cuando en 1996 solo un tercio lo hacía.
La mayoría se ubica en Europa, pero dichas medidas también están al alza en Asia. Abarcan desde incentivos tributarios y beneficios para los niños hasta mejoras en la provisión de cuidado infantil y facilitando que las mujeres puedan tener hijos y trabajo.
En algunos lugares parecen haber logrado cierto impacto: Francia y los países nórdicos, que las han tenido por años, poseen TGF cercanas al nivel de reemplazo, así como muchas madres que trabajan. Pero Alemania combina generosas licencias por maternidad con una de las TGF más bajas de Europa (1.4) y su población está disminuyendo. Lo contrario pasa en Estados Unidos, cuya TGF está cerca del nivel de reemplazo pese a que la política pública hace poco para incentivar la maternidad.
¿Pero es la TGF a niveles de reemplazo la meta correcta? Un estudio de Erich Striessnig y Wolfgang Lutz, de la Universidad de Economía y Negocios de Viena y el Instituto Internacional para el Análisis de Sistemas Aplicados en Laxenburg, Austria, argumentan que para predecir los ratios de dependencia —el número de niños y jubilados comparado con el número de personas en edad laboral—, debe tenerse en cuenta la educación. Este cálculo hace que las TGF óptimas sean mucho más bajas de lo pensado.
No todos quienes se encuentran en edad de trabajar contribuyen de igual manera con el sustento de la población dependiente, pues las personas con mejor educación son más productivas y saludables, se jubilan más tarde y viven más años. Los niveles educativos en la mayoría de países han estado elevándose y es probable que continúen esa tendencia. Mediante el uso de proyecciones por edad, sexo y nivel educativo para 195 países, los autores concluyen que el mayor bienestar provendrá de TGF de largo plazo de entre 1.5 y 1.8, excluyendo los efectos de la migración: para países con muchos inmigrantes, la tasa sería menor.
Educar mejor a más gente será caro, tanto por los costos directos como debido a que comienzan a trabajar más tarde. Pero contribuirán más a la economía a lo largo de sus vidas laborales, de modo que la inversión será rentable. Todo esto sugiere que las preocupaciones en torno a la reducción de la población se deben encarar desde el punto de vista de la educación y no con beneficios fiscales.
Sin embargo, las políticas poblacionales no solo tienen que ver con la economía racional: el mundo presta más atención a los países populosos con ejércitos de tamaño considerable que a los pequeños sin ellos. Y aquellos que se sienten bajo amenaza tienden a buscar seguridad en los números. No es casualidad que, casi en solitario entre los países desarrollados, Israel tenga una TGF muy por encima del nivel de reemplazo (2.9).
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd,
London, 2014