Venezuela, la crisis y la capacidad de Perú para afrontar una ola migratoria

El bullicio típico del Jirón de la Unión dio paso a una arenga menos habitual. “Arepa”, anuncian los venezolanos, y la crisis de todo un país se esconde tras el arduo trabajo de los migrantes.

Gestion.pe

Marcan las 05:30 de la mañana y en algún lugar de San Martín de Porres suena un despertador. El amanecer de los otoños limeños no es tan amigable como el de sus veranos, pero da igual. El sol tiene que trepar al cielo, y un migrante debe trabajar.

Lo primero es escoger las frutas. Leomar Rodríguez llevaba 28 años viviendo en Caracas, pero durante los últimos cuatro meses su casa tomó un nombre diferente. El hombre llegó a Perú el 15 de enero de 2017, acogido por el Permiso Temporal de Permanencia (PTP), y desde entonces se levanta al despuntar el sol. Primero, para escoger las frutas.

La elección religiosa del producto madre de la hoy famosa tisana es el destino común de los 480 venezolanos que han ingresado al Perú en lo que va del año, según Migraciones. Claro, algunos venden arepas, otros prefieren la tisana, otros estudian, pero todos extrañan su tierra.

Trabajo para todos
Estos 480 migrantes integran el nuevo total de 5,183 venezolanos que llegaron a Perú para quedarse en los últimos 10 años. Representan el 6.4% de la población migrante total en el país, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), y la misión no cambia: trabajar.

Para Germán Alarco, docente de Postgrado de la Universidad del Pacífico (UP), la fuerza laboral extranjera y las prácticas foráneas que traen consigo son positivas para todos. “Una mayor oferta de trabajo es positiva para el nivel de producción”, comentó a Gestión.pe.

No obstante, el beneficio no es, precisamente, bilateral. Leomar es licenciado en administración. En Venezuela contaba con un empleo formal, una propia empresa de estampados que le ayudaba a mantener a su familia. Terminó la carrera, formó la empresa, y vende arepas en Jirón de la Unión.

“El impacto fuerte está en la pérdida de capital humano”, acotó Juan Carlos Ladines, internacionalista de la UP. El experto destacó la enorme calidad profesional que importamos de Venezuela, pues muchos de los migrantes tienen estudios, títulos, grados y experiencia. Sin embargo, no pueden encontrar un trabajo decente.

“Como no tienen un contrato laboral, no pueden conseguir un buen puesto. Por ello vemos a migrantes venezolanos trabajando de forma informal en servicio de taxi, peluquerías o vendiendo arepas en las calles”, apuntó Ladines. No obstante, alcanza para sobrevivir.

En El Agustino, a las 07:00 de la mañana se despierta Gilbert Sánchez. Ríe con su jovialidad latina porque los peruanos califican a su barrio de ‘picante’. “A comparación de Venezuela, esta es una urbanización privada”, describió.

Gilbert se levanta temprano para comprar los ingredientes de sus arepas. Viaja a La Parada todos los días, pues no cuenta con refrigerador. Prepara con la destreza de quien aprendió a sobrevivir con sus propias manos 50 arepas, y sale al mediodía a venderlas junto a uno de sus compatriotas.

En una semana común, la venta del pastel venezolano le sirve para conseguir S/ 300, que es lo mismo que tres remuneraciones mínimas en tierras de Maduro. “Tú mandas S/ 100 y son 100,000 bolívares, que es un sueldo mínimo en Venezuela”, reveló.

Permiso atemporal
La crisis venezolana tocó fondo hace tiempo. Por suerte, para Perú, ya no afectará más a nuestra economía. Germán Alarco explicó que “los flujos comerciales entre ambos países ya se vieron fuertemente afectados en 2015 por motivo de la caída a la mitad de sus ingresos petroleros”. Es decir, las relaciones comerciales con Venezuela ya no pueden estar peor.

La historia es diferente para quienes sufren la emergencia en carne propia. Un sueldo mínimo que no alcanza para comprar siquiera una cartera suena casi a un abuso. En respuesta, el gobierno peruano ofreció el Permiso Temporal de Permanencia (PTP), un documento que permite a los ciudadanos venezolanos que ingresaron hasta el 2 de febrero pasado, residir, trabajar y estudiar por un año.

Leomar Rodríguez se acogió a este beneficio para llegar a Lima. Salió de Caracas con el temor de ser asaltado, sin conocer nada más de Perú que la pequeña guía turística que lo acompañaba y, por tierra, y durante cinco días, recorrió medio continente para llegar a la capital.

Sus 15 arepas y 50 vasitos diarios de tisana lo alimentan. Leomar obtiene S/ 50 diarios que deben alcanzar para alimento, vivienda, preparar la venta del día siguiente y enviar la remesa a su familia, en Caracas.

Se acogió al PTP porque vio la oportunidad dorada. Su plan es asentarse en Lima para ayudar a sus parientes con todo lo que pueda. Para su suerte (y de todos los venezolanos que lograron acogerse al PTP), cuando venza pueden tramitar la calidad migratoria de Familiar de Residente.

La estrella de Gilbert Sánchez apuntaba más al sur. Nueve meses atrás llegó a Perú, pero salió en diciembre para buscar un mejor porvenir en Chile. En el país vecino, sin embargo, no le fue tan bien.

Poco amigable para los migrantes, como describió, “en Chile los costos de arriendo, vivienda, comida y transporte son bastante altos. Comparado a Perú, me quedo en Perú”.

Pero entre fiestas y bombos y platillos por la oportunidad peruana, hay un ápice de escepticismo que despierta la curiosidad de Juan Carlos Ladines.

“No estamos en capacidad de afrontar un éxodo masivo”, sentenció. El internacionalista recordó cuando muchos haitianos migraron al Perú escapando de la masacre que significó el terremoto. Y vivieron tranquilos hasta que se venció la visa humanitaria. Luego, quienes no pudieron cruzar al Brasil, se quedaron en la selva, “sin mucho qué hacer, debido a las complicaciones burocráticas”.

Según el registro de Migraciones, en el primer trimestre de 2017, el ingreso y salida de venezolanos a través del Aeropuerto Internacional Jorge Chávez ascendió a casi 9,400 ciudadanos. Con énfasis en enero, cuando aún en el marco del PTP, el movimiento fue de 3,800 venezolanos.

La crisis en Venezuela no tiene solución cercana, reflexiona Leomar. No obstante, seguirá trabajando para ayudar a su familia. Gilbert persigue traerlos a Lima, compartir su estatus de refugiado. Por el momento, Perú se mantiene como el Edén latino, y el boleto al paraíso se compra todos los días, temprano por la mañana, arepa por arepa.

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