Los latinoamericanos de mayor edad aún tienen vívidos recuerdos de la hiperinflación. Bello recuerda haber cambiado dinero en puertas oscuras a mediados de la década de 1980 en Bolivia y haber recibido una porra de grasosos billetes asegurados con ligas de goma. El Perú pasó por una inútil reforma de su moneda en la que el sol perdió tres ceros y fue renombrado por poco tiempo como Inti, que acumuló rápidamente más ceros.
La hiperinflación destruye las empresas, socava los sistemas políticos y golpea duro a los pobres en particular. América Latina debería haber aprendido esta dolorosa lección. Por eso, cuando hace poco Bello recibió en Caracas una caja de zapatos grande repleta de billetes a cambio de unos pocos cientos de dólares, lo recibió con una extraña sensación de déjà vu y consternación. Las estadísticas oficiales indican que el aumento en el índice de precios al consumidor en Venezuela el año pasado fue de 181%, el más alto del mundo; el FMI prevé un alza de 720% este año.
Venezuela es extrema en su mala gestión económica. Pero mientras que el resto del mundo se preocupa por la deflación, en toda América Latina los precios están subiendo. En Argentina, se prevé que la inflación anualizada alcance un máximo de 33% desde 27%; en Brasil se sitúa en torno al 10.5%; en Uruguay, solo está un punto más abajo, y en Colombia ha subido al 7.6%. En Chile, Perú y México también ha comenzado a aumentar un poco.
Las razones varían un poco. En Venezuela y Argentina, la inflación es principalmente el resultado de la impresión de dinero para financiar subsidios indiscriminados. Irónicamente, ahora está aumentando en Argentina en parte porque el nuevo gobierno de Mauricio Macri está recortando esos subsidios.
En Brasil sucede lo mismo, el gobierno redujo los subsidios a la electricidad y la gasolina en el 2015. Pero la principal razón de porque la inflación es tan alta ahí, a pesar de que la economía está en una profunda recesión, es la indexación de precios, según Edmar Bacha, un economista que ayudó a controlar una inflación crónica en la década de 1990. Por ley, en enero se incrementó el salario mínimo un 11.6%; lo que a su vez tiene una gran influencia en otros salarios y los precios de servicios, así como en materia de pensiones. Y eso, sumado a la laxitud fiscal del pasado, ha puesto en ridículo la (ambiciosa) meta de inflación de 2.5-6.5% del Banco Central.
En otras latitudes el aumento de la inflación es el resultado de la depreciación de la moneda, lo que está haciendo subir el precio de las importaciones. Este es también un factor en Brasil y Argentina. Aunque son muy grandes, estas depreciaciones son saludables: son la forma en que las economías de América Latina se están ajustando a una fuerte baja de precios de sus exportaciones de materias primas. Pero plantean un dilema para los bancos centrales que están comprometidos con las metas de inflación. En Brasil, Chile, Colombia y Perú, los bancos centrales comenzaron a subir las tasas de interés el año pasado, en tanto sus economías se desaceleraron o estancaron. Argentina también elevó su tasa de interés el mes pasado.
La buena noticia es que la tasa en que la depreciación cambiaria en América Latina se traslada a los aumentos en precios internos es mucho menor que en el pasado, según Alejandro Werner del FMI. La investigación del Fondo muestra que antes de 1999, cuando varios países de América Latina fluctuaban sus monedas previamente fijadas y adoptaban metas de inflación, las grandes depreciaciones eran asociadas con tasas muy altas de inflación. Ahora el traslado promedio en estos países es inferior al 10% (es decir, si la moneda se deprecia en un 10%, los precios internos crecerán en menos del 1%).
El banco central de México también elevó su tasa de interés el mes pasado a pesar de que la inflación está por debajo de su objetivo. El peso ha sido vapuleado por la caída del precio del petróleo y por la debilidad de la manufactura en Estados Unidos, con la que se vincula estrechamente la economía mexicana. Debido a que el peso es muy líquido y se compra y vende todo el día en el exterior, apostar en contra de él parece ser “el camino de menor resistencia” para los operadores de divisas, opina Luis Arcentales del banco Morgan Stanley.
El banco central de México también anunció que comenzaría a intervenir a su criterio en el mercado de divisas. Entonces ¿está ahora apuntando al tipo de cambio, en lugar de la inflación? En realidad, no: estaba preocupado de que la velocidad de la depreciación del peso alimentaría las expectativas de una mayor inflación en el futuro. “Al actuar enérgicamente hoy es probable que tengan que ser menos severos más adelante”, dice Arcentales.
Las depreciaciones cambiarias de los dos últimos años son la primera gran prueba de metas de inflación en América Latina. Se puede discutir si los bancos centrales por separado debieron haber ajustado la política monetaria más temprano o más tarde. El panorama general es que los países que han abordado las metas de inflación de forma seria se están adaptando a un entorno externo más duro a un costo mucho menor que los que no lo han hecho. Ellos, al menos, han aprendido las lecciones de la década de 1980.
Edición impresa.