Los efectos del fatalismo en nuestras decisiones y acciones (financieras)

Especial TU DINERO. Con frecuencia en la historia de nuestro país, pero con singular fuerza en los últimos meses, hemos sido testigos de una notoria -y claramente justificada- inconformidad de una porción importante de la sociedad, en relación con la conducción política y económica en todos los niveles de lo público.

Todos los días escuchemos o leemos a personas (o nosotros mismos lo hacemos) presentando escenarios negativos y catastróficos respecto del futuro inmediato del país. Se trata de una visión profundamente pesimista que rápidamente se transforma en fatalista; porque pasa de una posición en principio crítica a una que en los hechos se torna conformista, porque apela como prerrequisito para la resolución de los problemas (nacionales pero también individuales) a una especie de abrupta epifanía y toma de conciencia (personal o de toda la ciudadanía).

Pero en concreto, ¿por qué el fatalismo impide tomar adecuadas decisiones en cualquier ámbito, incluyendo por supuesto el financiero? De acuerdo con investigaciones como la titulada “Beyond Fatalism —An Empirical Exploration of Self-Efficacy”, diversos investigadores concluyen que un arraigado fatalismo entre ciertos grupos sociales se vincula con una reducción del sentido aspiracional, que es el que explica en muchos casos la capacidad de crecimiento y desarrollo tanto de individuos como de sociedades, así como con un bajo sentido de autoeficacia real en el manejo de los problemas que afectan el entorno de las personas.

En este sentido, el fatalismo es simplista porque nos impide reconocer la complejidad de los problemas y que éstos tienen múltiples perspectivas para entenderlos y para resolverlos.

Es reduccionista porque sólo reconoce visiones (y personas) afines y aliadas o contrarias y enemigas. Pero en los hechos nunca se proponen elementos concretos y puntuales para atender los problemas; apelando sólo a soluciones abstractas y únicas, como si en cualquier sociedad fuese posible la uniformidad de visiones de presente y futuro, la coincidencia absoluta en las soluciones y los conocimientos plenos y compartidos que permitan conocer y resolver los problemas.

Por ello el fatalismo colectivo e individual conduce a la inmovilidad. Implica una concepción en la que las rutas de solución en su mayoría se presentan cerradas o para seguirlas se requieren procesos de tal complejidad que, aunque se repitan como en sermón, implícitamente se reconoce que su ejecución es imposible. Simplificando al extremo la comprensión de los problemas, el fatalismo no reconoce matices ni grados: todo es negro o blanco.

Esta postura lleva a la resignación; por ejemplo, como cuando se habla de la corrupción como algo intrínseco a la naturaleza de los mexicanos (como si fuéramos de otro planeta), reconociéndolo como un problema que jamás podremos cambiar.

En lo individual, el fatalismo lleva a una disminución del sentido de autoeficacia y de capacidad proactiva para proponernos los cambios concretos que pueden modificar nuestro entorno. Afecta nuestras decisiones financieras, porque explica la incapacidad para buscar el bienestar financiero personal y familiar, a partir de factores externos que no controlamos.

Así, si le preguntas a una persona sumida en esta visión por qué no ahorra, la respuesta se centrará en que “en un país con tanta pobreza es imposible ahorrar” o en señalar que “con la situación económica en que nos tiene el gobierno, es imposible”; más que en explicar su propia incapacidad personal para asumir decisiones prácticas financieras responsables, con independencia incluso de su nivel de ingreso o condición financiera.

En psicología, se conoce como locus de control interno a la capacidad que tiene un individuo para reconocer que su entorno y lo que ocurre de forma externa a él es en gran medida determinado por su propia conducta; por el contrario, un locus de control externo lleva al individuo a concebir que todo evento externo ocurre por completo ajeno a su conducta y comportamiento.

Reconocer que más allá de las complejidades del entorno y de las claras debilidades institucionales en el país necesitamos hacernos responsables de nuestras acciones y decisiones (financieras y de otras), nos permitirá transitar de “revolucionarios” de Facebook a los constructores de nuestro bienestar financiero y de la sociedad que queremos.

El Economista de México
Red Iberoamericana de Prensa Económica (RIPE)

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