AFP.- “Era un caso como el de todos los días, tan corriente en esa época”, reflexiona Andrei Kolesnikov leyendo las cartas enviadas por su abuelo desde el campo de trabajo soviético donde murió en los años del estalinismo.
Hace 80 años, el terror estalinista, que causó millones de muertos, ejecutados, enviados al Gulag, deportados a regiones insalubres o muertos de hambruna, estaba en su apogeo.
Aunque el sistema soviético dejó de existir hace 25 años tras la desaparición de la Unión de República Socialistas Soviéticas (URSS), el tiempo transcurrido no cerró las heridas.
Más aún, en los últimos años, la búsqueda de la verdad histórica y el trabajo de memoria se han vuelto más difíciles. Sobre todo desde que el presidente Vladimir Putin comenzó a minimizar las páginas más sombrías del pasado en aras de la unidad nacional.
Memorial, la organización de defensa de los derechos humanos que estudia la represión en la época soviética, puso en línea en noviembre pasado una base de datos con informaciones de unos 40,000 agentes de la policía secreta, el temido NKDV (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), en los años 1935-1939.
Andreï Kolesnikov pudo saber de esa forma quiénes fueron los siete u ocho hombres responsables de la detención de su abuelo, David Traub, en 1938.
“Esas personas tuvieron destinos muy diferentes”, explica Kolesnikov, investigador del centro Carnegie.
Algunos fueron ejecutados, víctimas de la misma represión que ellos aplicaban, otros fueron decorados como héroes durante la Segunda Guerra Mundial.
David Traub era un arquitecto que fue acusado de oponerse al poder comunista.
Sin embargo, Kolesnikov sospecha que fue detenido por otras razones, ya sea para completar la cuota de presos de la región báltica o por una venganza personal, como sucedía a menudo en esa época en la cual el régimen fomentaba la delación.
David Traub murió ocho años después de ser deportado a un campo de trabajo en Siberia.
Los descendientes
La iniciativa de Memorial despertó el interés de los descendientes de las víctimas pero también de los hijos y nietos de los agentes del NKVD, señala Arseni Roguinski, presidente del consejo de administración de la ONG.
El proyecto llena un “espacio vacío” en la memoria colectiva que concierne a los ejecutores de la represión.
“Nuestra lista de víctimas contiene millones de nombres pero nunca había suscitado tal discusión”, dice Roguinski.
El Kremlin tomó distancia de la iniciativa de Memorial. “Es un tema muy sensible”, dijo Dmitri Peskov, portavoz del presidente Putin. “Existen puntos de vista diametralmente opuestos y los dos lados tienen buenos argumentos”, argumentó.
Vladimir Putin y muchos de los actuales dirigentes rusos fueron funcionarios del KGB (Comité para la Seguridad del Estado), la estructura que sucedió al NKVD en 1954.
Putin dirigió además durante varios años el FSB (Servicio Federal de Seguridad) de Rusia, que tomó la posta del KGB tras la disolución de la URSS.
El presidente ruso no deja de insistir en la necesidad de “unidad” en la sociedad rusa, una noción que justifica asfixiar cualquier oposición.
Para forjar esa cohesión, las autoridades no cesan de glorificar la victoria de la Unión Soviética, dirigida por Stalin, contra la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
La represión estalinista dio lugar a dos periodos de introspección nacional. La primera fue desencadenada por el sucesor de Stalin, Nikita Jrushchov, después de la muerte del dictador en 1953.
La segunda fue provocada por el último presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, que a su llegada al poder implementó las políticas de perestroika (restructuración) y glasnost (transparencia).
Veinticinco años después de la desaparición del Imperio soviético, el pasado sigue resonando en la sociedad rusa, a veces en forma contradictoria.
Un cuarto de los rusos considera que la represión estalinista podía justificarse, según una encuesta de opinión del centro independiente Levada.
Al mismo tiempo, un joven de 18 a 24 años de cada cinco nunca oyó hablar de la represión estalinista.
En Moscú, casi al mismo tiempo se inauguró por un lado un nuevo museo sobre el gulag (campo de trabajo forzado) y por el otro se abrió un restaurante bautizado NKDV, cuyo menú está decorado con fotos de Stalin.
Para Andrei Kolesnikov, bucear en el pasado es algo imperativo para encontrar las respuestas a las preguntas que persisten sobre el destino de su abuelo, rehabilitado póstumamente en 1955.
Pero también, dice, colectivamente “para comprender que no todo fueron victorias y que las represiones constituyeron derrotas”.
“El país debe pasar por cierto arrepentimiento, una especie de catarsis, y en ese momento se convertirá en una verdadera nación”, sostiene.