Raúl Castro
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Hay una reciente foto de Renato Cisneros haciendo una entrevista con Joaquín Sabina. Está colgada en su perfil de Facebook . Desde la red social se puede seguir la vida del periodista y escritor, que este año lanzó su novela “La distancia que nos separa” (Planeta).
Su última obra fue la más vendida en la Feria del Libro, pero la fama de su texto coincidió con su viaje a España. No tiene fecha de retorno. Renato está en Madrid y se ha ido a probar como escritor, así se lo dijo a RPP antes de partir.
Gestión conversó con el autor. La vía fue Facebook . El inbox de la red social fue el puente. Hubo preguntas y respuestas, horas de espera y un cambio de horario.
Te fuiste de Lima como huyendo. Se huye del pasado, porque aquí había gloria para ti…
No me fui huyendo. El viaje y estancia en Madrid los tenía planificados muchísimo antes. Coincidió el viaje con la presentación de la novela. Algunos han querido ver esa casualidad como una fuga. Nada más falso. Además, para qué escapar si la respuesta de los lectores es inmejorable: todos hacen un transvase directo de mi intimidad a la suya, sin escalas en la historia de mi familia. Los lectores inteligentes y sensibles se quedan con preguntas concernientes a su propio entorno, no se detienen en la supuesta chismografía. Esos son los lectores con quienes me interesa dialogar.
¿Hay personas que te han reclamado luego del libro, que te puedan haber acusado de infidente con la historia de tu padre y tu familia?
Sí, pocas. Me han acusado de deformar la realidad. ¿Pero acaso eso no es lo que hace un escritor? Uno deforma la realidad, la moldea para conseguir determinados efectos narrativos. Confío en que el tiempo les haga ver que el corazón de la novela no tiene nada que ver con las infidencias del narrador y sí mucho con las preguntas que pudieran quedar sembradas en la mente del lector.
Su padre, el otro protagonista
Luis Federico Cisneros Vizquerra es el padre y protagonista de la novela de Renato. Desde la visión de los peruanos, se trata de un general del Ejército y un político. Nació en 1926 y murió en 1995.
Pero hay una novela en la vida de quien era llamado el Gaucho Cisneros. Esa historia es también un viaje por la familia Cisneros, por tíos y abuelos, por Perú y Argentina.
También es un viaje por pasajes oscuros del pasado de su padre, por temas que se hablaban en voz baja o por rincones grises e incomprensibles para Renato Cisneros, quien solo tenía 19 años cuando su padre se fue.
¿Qué versión te gusta más de tu padre: la que conociste o la que descubriste?
La versión que conocí se nutrió de aquello que ya había pasado y yo descubrí después. Digamos que me identifico más con el padre descubierto, pero ese era el sedimento del hombre con el que yo viví, de modo que se me hacen indistinguibles.
¿Hay furia, hay rencor o hay, al fin y al cabo, reconciliación con tu padre?
Prefiero la palabra «furia» que «rencor». No escribí un libro desde ningún resentimiento. Trabajé años, no solo para completar una investigación familiar, sino para encontrar un tono adecuado, sin revanchismos ni melodramas. Gracias a ese tono, digamos neutral, la novela ofrece páginas conciliatorias entre el hijo que narra y el padre narrado.
En la novela pareces juzgar a tu padre, pero también pareces juzgarte a ti. ¿Es un reclamo o un homenaje?
No creo haber utilizado el tono mandatorio propio de un juicio. Lo que hago es confrontar a un hijo con su padre a partir de aquellas cosas que los distanciaron: las ideas, las generaciones, la forma de comunicarse.
Aun cuando parezca un reclamo, creo que la novela se yergue más como un homenaje, no a mi padre, sino a todos los hijos que quieren saber algo más de las personas con las que viven.
Además de esas cervezas o de tu silencio en el viaje familiar que narras en la novela, ¿qué momentos te gustaría recuperar con tu padre?
Me gustaría haber aprovechado más las sobremesas con él.
¿Sientes que con el libro se cierran heridas, se responde todo, o hay más preguntas flotando?
Por cada herida que se cierra se abre otra. Libros como estos no se terminan, se dejan nomás. Siempre me faltará entrevistar más personas, leer más libros, revisar más material. El padre es una figura que puede reconstruirse, pero la reconstrucción nunca se acaba, se prolonga a través de uno.
¿Hay partes de la historia de tu padre que decidiste autocensurar?
Algunas, porque no me parecieron del todo relevantes. Si algún día cobran importancia para mí, para lo que soy, quizá vuelva sobre ellas.
Escribir y pensar
Para escribir “La distancia que nos separa”, Renato Cisneros viajó a Argentina, donde nació su padre, donde estudió en la escuela militar. Allí el ‘Gaucho’ amó a una mujer, que en las historias de su hogar parecía ser solo una imagen fugaz, pero no fue así.
Es en Argentina donde Renato Cisneros halla nuevas piezas de una historia que empezó a construir en Lima.
¿En qué momento de la investigación notaste que tenías una novela?
Supe que tenía que escribir este libro hace mucho. No sabía cuánto tiempo costaría, pero sentía que era una misión personal. Por años, mantuve la investigación suspendida mientras me abocaba a otros proyectos y otros libros, que son los libros que tuve que escribir para luego hallar el tono y la disposición adecuados para este proyecto.
¿Cuesta mucho a un escritor terminar una obra para empezar otra?
En mi caso, no, porque el siguiente libro está atado a “La distancia que nos separa”. Es la historia genealógica previa. La precuela, digamos.
En el diván
En las primeras líneas de la novela, Renato Cisneros cuenta que tras el rompimiento con una novia fue en busca de la ayuda de un siquiatra. Fue este profesional el que, explorando en el pasado del escritor, empieza a consultarle por la relación entre sus padres. Ese es el punto de partida no solo del texto, sino también del viaje interior que ensaya el escritor a través de todo el relato.
Siempre pareces quedar atrapado por el rompimiento. ¿Por qué es un punto de partida constante en tus libros?
Con las rupturas, algo de uno muere. Inmediatamente dejas de ser quien eras. Tu vida cambia. Todo rompimiento obliga a los sujetos a reacomodarse por dentro, a pensar en sí mismos con otras ambiciones y bajo otras prioridades. Incluso los héroes —o sobre todo los héroes— han sido hombres rotos en algún momento. Me importa llevar a la literatura ese aspecto de la vida que el hombre moderno se obsesiona en ocultar o disimular: el rompimiento, la rajadura, el traspié, el dolor.
¿Hay algo más que el sicoanálisis le permitió descubrir para su último libro?
Descubrí o entendí que la herencia que uno carga de sus padres no se limita a los rasgos físicos o actitudinales. Uno también hereda fantasmas, crisis, angustias, problemas no resueltos en el pasado. Es importante conocer de qué barro venimos, de qué materiales estamos hechos. El lenguaje te permite nombrar esos materiales, aceptarlos, reconocerlos tuyos.
¿Este ejercicio de hacer un libro ha sido mejor que aquella terapia?
No creo que la literatura sea terapéutica. En el mejor de los casos, provee de un alivio fugaz, pero luego uno se queda desbordado por todos los temas, ideas y asociaciones que la escritura ha revelado. Y esa nueva locura hay que domesticarla de alguna manera. A mí el sicoanálisis me ha ayudado a organizar mentalmente el material vital que luego convertí en literatura.
¿Se trata de una biografía o el libro debe tomarse como ficción?
El género «autoficción» se usa en Latinoamérica desde los años setenta. A ese género pertenece mi novela. Es una historia autorreferencial pero hecha de memorias tergiversadas y tan subjetivas que algunas podrían considerarse ficción.
En un libro de autoficción, como el caso de tu padre, ¿cuál es el estilo y técnica de otros autores que tuviste como referencias?
Como he dicho antes, lo que más me preocupaba era el tono, la honestidad y el lenguaje. El tono tenía que ser contenido pero no frío; la verdad debía sentirse en cada página (más aún en aquellas donde predominara la ficción); y el lenguaje tenía que ser directo, punzante, sin barroquismos. «La distancia que nos separa» no es una novela técnicamente experimental. Sus capítulos alternan el presente y el pasado como lo hacen las novelas realistas más clásicas, variando la cronología por un asunto dinámico, pero sin distorsionar el punto de vista del narrador.
“Si consigo entender quién fue él antes que yo naciera, quizá podré entender quién soy ahora que está muerto. Es en esas dos titánicas preguntas que se sostiene el enigma que me obsesiona: quién era él antes de mí. Quién soy yo después de él. Ese es mi objetivo sumario: reunir a esos hombres intermedios”. Escribiste eso sobre tu libro, ¿lograste tu objetivo?
No. Uno escribe para definir objetivos sabiendo que no va a lograrlos. Me siento más cerca de mi padre, sí, pero es un consuelo retórico. Tengo veinte años de huérfano. Eso es lo único real.
“A mí me parece importante que en novelas que son de autoficción uno pueda alcanzar un grado de verosimilitud a partir de cosas muy concretas”, respondiste en una entrevista a propósito de tu libro. ¿Qué grado de verosimilitud puede haber cuando el autor, en este caso, tiene como protagonista a su padre?
Toda novela miente, pero lo hace de una manera tal que la ficción puede resultar más verdadera que la realidad. No todo lo que digo de mi padre es verdad, pero, dentro de la lógica del libro, es importante que lo parezca. Si para el lector algo suena coherente, entonces es verdad, independientemente de lo que haya sucedido en el mundo real.
¿Qué autores de autoficción han influenciado más en ti y que también hablan de sus padres?
Muchísimos. Menciono los que ahora mismo vienen a mi mente: Kafka, Auster, Giralt Torrente, Hanif Kureishi, Héctor Abad Faciolince, Tobías Wolff, Martin Amis, Joseph Roth, J.R. Ackerley, Philip Roth, Peter Handke, Naipaul, Knausgard, Pamuk, Natalia Ginzburg, y me quedo corto. Fueron varios más. Todos ellos me inspiraron por lo que escribieron, pero también por el coraje con que luego defendieron sus libros. De alguna manera, mi novela es un homenaje a esos autores.