En los setenta, el correo electrónico era un prototipo sin arroba. Los amigos con una legítima intención de comunicarse se escribían cartas. Así era el mundo. A través de la tinta, unos debatían y otros se integraban. El designio – divino o coyuntural, según se prefiera – para los Hora Zero y los infrarrealistas era integrarse.
Después de que Roberto Bolaño, autor de “Los detectives salvajes” declarase su admiración por el grupo de poetas peruanos, fundó el infrarrealismo. El último viernes, los ‘perros románticos’ se volvieron a reunir.
El reloj no marcaba aún las 7 p.m. y la sala de conferencias de la Casa de la Literatura era un enjambre que no sobrepasaba los 24 años en promedio. Eran nueve los horazerianos, dos los poetas mexicanos y eran las sillas un bien escaso. Los mismos poetas que contaban cómo les cerraron la puerta del Banco Central de Reserva mientras declamaban en el jirón Ica, recitaron y cantaron.
Sin postas
“No queremos que todos escriban como nosotros”, sentencia Jorge Pimentel para Gestión. El primer ‘horazeriano’ recuerda que hubo poetas jóvenes que quisieron unirse al grupo. No les dijeron que no, pero se quedaron poco tiempo.
“Somos un movimiento con poetas que tienen 45 años de carretera, no somos un club”, explica.
Hay algo que, según Pimentel, diferencia a ‘los muchachos’: “Lo que hace que Hora Zero siga siendo un movimiento es que sigue publicando libros, no que haya más gente. No es un juego de fútbol”. Ese viernes no quedó ningún ejemplar sobre la mesa.
EN CORTO
Siguió la fiesta. La noche no terminó en una sala de conferencias. La noche se extendió hasta la Taberna Queirolo en el Centro de Lima. Allí, entre declamaciones y acordes de guitarra, se inauguró un salón de fotografías del movimiento. “¿Quién tiene un salón completo? Nadie en el mundo”, bromea Maynor Freyre.