Cristiano Ronaldo salió a la cancha con un rayo rapado en la cabeza. Parecía que estaba decidido a soltar cualquier descarga de juego, el voltaje que sea necesario, con tal de ganar los primeros tres puntos en el Mundial, pero lejos de mostrar una actuación electrizante solo dejó una certeza después del partido entre Portugal y EE.UU.: su nuevo peinado no era más que un pase gol a la moda.
El otro pase gol, con el que revivió a su país en el último minuto, todavía aguarda la sentencia del tiempo. La clasificación de Portugal a octavos de final depende de que haya un ganador en el choque entre Alemania y EE.UU., y que los lusos goleen a Ghana en el último partido. Y que, por supuesto, Ronaldo saque brillo a su reinado en el fútbol español.
Él no sabe perder, han dicho sus familiares y entrenadores, y eso es un hálito de esperanza. De hecho, el centro rasante que dio en el minuto 94 contra EE.UU. para asegurar el empate subrayó esta cualidad del capitán portugués. “Cuando perdía me ponía a llorar”, dijo Ronaldo en una entrevista, recordando sus primeras inventivas con el balón en las calles de Funchal, la capital del archipiélago de Madeira, en Portugal.
Camino al triunfo
En diciembre del 2013, Ronaldo inauguró en Funchal un museo sobre su carrera futbolística. Le costó US$ 2 millones y lo hizo en agradecimiento a su ciudad natal. De jugar en pistas empinadas y anotar sus primeros goles en arcos de piedras, pasó a formar parte del modesto Club Andorinha, donde su padre hacía las veces de jardinero, utilero y entrenador. Luego pasó al Club Nacional porque, mientras sus compañeros necesitaban clases de conducción del balón, él ya estaba preparado para competir: había nacido con la destreza técnica para llevar la pelota al arco.
Su despegue vendrá a partir de su paso por el Club Sporting de Lisboa. Ronaldo llegó allí a los 11 años por un valor de US$ 34,000, transacción que no fue mediante un desembolso líquido, sino como parte de una deuda que tenía el National con el Sporting. Aurelio Pereira –su maestro de aquella época– vio en Ronaldo lo que ya antes habían resaltado otras personas: no se permitía perder.
Según la crónica “Cristiano Ronaldo, un discípulo humilde”, publicada por Sabrina Duque en Etiqueta Negra, Pereira se dio cuenta del espíritu ambicioso del líder de la selección portuguesa cuando este jugaba a tirar el dardo al centro de un tablero. Lo intentaba semana tras semana, hasta que dominó su puntería. Igual pasaba en el ping-pong, en el billar o en cualquier juego: era un obseso del triunfo. Posiblemente, si enfrentara otra vez a EE.UU. en el Mundial le ganaría. Quizá la revancha sea su actual ‘modus operandi’.
El peso del Balón de Oro
Pero Ronaldo tiene que jugar también contra una ‘maldición’: ningún jugador ganó el Mundial siendo el vigente Balón de Oro. Antes había jugado libre de mitos, porque él comenzaba a ser uno de ellos: en el 2003 debutó en el Manchester United, con quien fichó por US$ 25 millones, y en seis años ganó tres Ligas Premier, una Liga de Campeones y un Mundial de Clubes. Así obtuvo su primer Balón de Oro en el 2008. Luego pasó al Real Madrid por US$ 127 millones, siendo para la fecha —junio del 2009— el jugador mejor pagado del mundo. Cuatro años más tarde, tras anotar 69 goles en el 2013, se llevó su segundo Balón de Oro. Y hoy es el ‘maldito’.
Y también es el arrogante. Ha sido la estrella de la extraordinaria temporada del Real Madrid de este año, que se alzó con la Liga BBVA, la Copa del Rey y la Liga de Campeones, en donde fue goleador con 17 tantos. Pero a veces poco importan las copas ganadas, cuando sus nuevos looks o campañas publicitarias resaltan más que su juego, sobre todo en partidos decisivos como en la última final de la Liga de Campeones, en la que su talento no fue determinante.
Según la revista Forbes, Ronaldo recibe ingresos anuales por US$ 54 millones, de los cuales US$ 31 millones son por concepto de publicidad, ligeramente por debajo de los US$ 56 millones que registra Lionel Messi. Pero a diferencia del argentino, Ronaldo es más ostentoso en su estilo de vida, hasta el punto de haber dicho fuera de las canchas —con un arrepentimiento vano a posteriori—: “Soy guapo y rico, y me tienen envidia”.
Luego de la derrota de Portugal ante Alemania en el Mundial, el escritor Martín Caparrós —uno de los más versados sobre el fútbol— anotó en su blog Pamplinas de El País sobre la inexplicable devoción que él encuentra en los hinchas de Ronaldo: “(…) admiran a un millonario que hace que la palabra egoísta ya no alcance, un obseso de sí, un traidor a su grupo –que, como muestra de su sensibilidad, se hace ver con mujeres de almanaque y coches de museo, uno que encarna todos los valores de la desigualdad más bruta, del dinero al poder”.
Ronaldo parece haberse creado excusas para no darse por vencido, para mantener a flote esa obsesión por ganar. Como si le gustara tener todo en contra para poder sacar su patente. En Alemania 2006, Portugal quedó como la cuarta mejor selección del mundo; en Sudáfrica 2010, acortó su distancia hasta octavos de final; y ahora en Brasil 2014, con la sombra de una lesión en la rodilla, Ronaldo buscará la hazaña como quien subraya que al tercer Mundial va la vencida.
“Matemáticamente es posible, pero de hecho es casi imposible, aunque en el fútbol todo puede suceder”, dijo el crack portugués al salir de los vestuarios luego del encuentro con EE.UU. De niño, cuenta su mamá, Cristiano llegaba a la casa del colegio, dejaba tirada la mochila en algún rincón, y salía a jugar fútbol a la calle. Esta vez, le toca ignorar el cuaderno de matemática de la FIFA y salir al campo a divertirse: no tiene una selección que lo respalde, pero sí unas ansias desmedidas por ganar.