“He traído a casi todos los artistas que puedas tener en la memoria”. Es la contundente respuesta que dispara Jorge Fernández, cuando intenta resumir su trayectoria como empresario de conciertos.
La afirmación sonaría menos jactanciosa, si dijéramos que procura abarcar seis décadas de un periplo que se remonta desde 1958.
Fernández tiene cerca de 92 años, imágenes casi intactas y un marcado acento argentino. Recuerda que llegó al país casi de casualidad, cuando un buen amigo suyo lo invitó a la inauguración del Hotel Continental (una edificación en ese entonces cinco estrellas que hasta hoy se alza en jirón Puno).
Fue allí donde empezó a departir con las orquestas que solían encabezar shows para aforos pequeños. El resto le supuso una búsqueda incansable en calles, disco-tiendas y peñas.
“Antes a los artistas los encontrabas en las peñas, debías ir a El Parral para verlos… conmigo comenzaron a hacer espectáculos nocturnos en hoteles cinco estrellas Jesús Vásquez, Lucho Barrios, Teresita Velásquez…”, enumera.
Poco a poco se convirtió en el hombre detrás de los recitales locales que hasta hace unas décadas irrumpían en los hoteles predilectos de la crema y nata limeña. Y más pronto que tarde se interesó por los artistas extranjeros.
Expansión
¿Cuándo inició esta suerte de diversificación? “En el 59, al primero que traje fue a Carlos Argentino, de la Fania All Star, de ahí ¡uff!… A Camilo Sesto lo presentaba en el Sheraton; a María Félix, en el Crillón… antes era más fácil, los precios eran otros”.
Aunque no fue hasta la Feria del Hogar con la que Fernández se adentró en otros géneros y detectó los intereses de las nuevas generaciones.
“Me di cuenta que había salseros que también eran rockeros, así que hicimos mezclas, trajimos desde orquestas cubanas hasta Soda Stereo… y por otra parte me metí al ramo clásico, con el ballet a la cabeza, yo nunca me encasillé”.
No obstante, el mercado, según atestigua, ha cambiado radicalmente. Mientras en los en los 60 era una “barbaridad” pagar US$ 6 mil por un artista, hoy no es extraño apostar US$ 3.5 millones por estrellas como Paul McCartney , el ex-beatle al que trajo por primera vez en 2011.
“Creo que para hacer surgir la música peruana, llevarla afuera, tiene que hacerse más fusión… necesitamos nuevos actores, ya no hay un Polo Campos ni una Chabuca Granda”.
Los desafíos del negocio
¿Pero qué tan desafiante se hace traer a un internacional? “Bastante, por sus condiciones, cuando los contratas, solicitan con meses de anticipación el detalle del local y tienen que aprobártelo, luego envían a su jefe de seguridad , y así envían como cuatro técnicos de distintas áreas”.
¿Y un empresario se puede acostumbrar a leer todo tipo de condiciones? “Al final necesitas entender que ellos lo hacen porque no pueden permitir que nada empañe lo que significan en el mercado”.
Pero los artistas latinos son, por lo contrario, mucho más accesibles, aunque hay marcadas excepciones. “Hay artistas que son tan geniales como sencillos, otros que son geniales, pero difíciles”.
Luis Miguel es uno de ellos. Es así que rememora aquella oportunidad en que el representante del cantante le envió una extensa lista de solicitudes solo para el camerino.
“Pusimos a un experto para que lo haga, el día del concierto, Luis Miguel llegó cinco minutos antes, subió al escenario, terminó su show, y se fue, ni se asomó al camerino… el experto se quería morir”.
Sin embargo Fernández ha tenido que lidiar además con personalidades excéntricas como la de Charly García.“Y había que cuidarlo ¿viste? Con él nunca sabes, es un genio pero está loco (risas) una vez dejó una habitación pintada con aerosol… tenía que cuidarlo, me acuerdo cuando lo dejé encerrado en el hotel tres días, para que se normalizara”.
¿Hay que saber perdonar? Fernández sonríe y, declara: “Al artista hay que perdonarle todo, es un ser distinto a un ser normal, porque hay que tener una predisposición especial para plantarse ante el público y ponérselo en el bolsillo, he conocido una punta de gente con voz extraordinaria que no pasó porque no sabía llegar”.
Una regla inquebrantable
Con cerca de 60 años vigente en el mercado, Fernández dice que no hay peor pecado que no saber decir “no” y/o entusiasmarse con todos los números. Esa es la norma a la que le atribuye su “subsistencia”.
“El entusiasmo es grave en este negocio”, insiste el empresario quien, por lo pronto, alista la llegada de Joaquín Sabina, el cantautor español que además es su amigo entrañable.
¿Y en algún momento se le ha pasado por la cabeza retirarse, dejar todo esto de las negociaciones y demás? “No”, dice casi con espanto. “Yo voy a morir en esto”.
El talón de Aquiles de nuestro mercado
Jorge Fernández aclara que una de las carencias más grandes en el mercado peruano es la de infraestructura: espacios para espectáculos de hasta 15,000 personas. Hoy como presidente de servicios artísticos de entretenimiento, cultural y afines (Arena) de la CCL dice estar enfocado en convencer a las autoridades detrás de los Panamericanos que el coliseo en construcción sea acústico, de manera tal que pueda albergar eventos deportivos, pero además recitales.
“Tenemos que llegar a una situación similar a la de Argentina, en donde se vive de la comida y del espectáculo, ya tenemos uno, nos falta lo otro, por eso es importante una ley que exonere del IGV a los espectáculos”.
En esa línea cuestiona que el Ministerio de Cultura solo califique el folclore, el ballet, el teatro, la música clásica y la zarzuela como ‘culturales’. “La cultura solo la califica el pueblo”, recalca.
Acto seguido, lanza un comparativo: “nuestra industria cultural no llega ni al 1% del PBI, en Argentina está cerca del 4%, algo similar pasa en Colombia”. “Allá todos los espectáculos están liberados y, por eso la industria es una brutalidad”, puntualiza.