La estupidez está al alcance de cualquiera

¿Hay tantos tontos como parece? ¿Suponen una amenaza para la civilización occidental?

“Se hace cada vez más urgente e inaplazable dar una respuesta a la pregunta: ¿qué es realmente la estupidez?”, proclamó Robert Musil en una conferencia de 1937. El intelectual austriaco describía cómo en un momento de su vida cayó presa de esta curiosidad y se dedicó a recopilar “los ejemplos más frecuentes” con el propósito de elaborar alguna explicación, pero este método inductivo se reveló impracticable. Había tantos casos que era “como cazar mariposas: durante un tiempo persigues [una] sin perderla de vista, pero como por todas lados se te acercan zigzagueando otras casi idénticas, pronto no sabes si estás aún siguiendo a la del principio”.

La razón de esta abundancia, concluyó, es que “la estupidez está al alcance de cualquiera”. En nuestra cultura se considera de mal tono parecer inteligente y no es fácil distinguir al idiota genuino del simple farsante. La ensayista Emily Eakin cuenta que en 1976 un tal Stephen Pile fundó el Club No Tan Fantástico de Gran Bretaña con una única norma de acceso: ser un incompetente.

Las reuniones consistían en exhibiciones de torpeza en cualquier ámbito (la conversación, la cocina, el arte), pero sus socios no tardaron en descubrir en manos de qué clase de embaucador estaban. Durante la cena inaugural, el presidente Pile evitó en un alarde agilidad que una sopera cayera al suelo. Un tenso silencio se apoderó de los asistentes y, tras un rápido conciliábulo, decidieron destituirlo.

“Pile”, prosigue Eakin, “se refugió en la redacción de El libro inacabado de los fracasos, un catálogo de la sandez que incluía la historia del peor turista (un sujeto que pasó dos días en Nueva York creyendo que era Roma) y del crucigramista más lento (34 años para completar uno)”. Por desgracia, la obra fue un bestseller, es decir, un fracaso como fracaso, y Pile fue invitado a abandonar el Club No Tan Fantástico (que, por otra parte, había recibido tal avalancha de solicitudes de ingreso que se hallaba en clara contravención de su objeto social de ensalzar la ineptitud y debió disolverse).

Aunque Pile y sus andanzas confirman la intuición de Musil de que seguramente no hay tanto tonto como parece, el asunto no deja por ello de ser menos inquietante. El economista italiano Carlo M. Cipolla consideraba que el estúpido era el personaje “más peligroso que existe”, porque mientras el malvado lleva a cabo una transferencia de activos (de la víctima al ladrón) y no altera el nivel general de riqueza, el idiota causa pérdidas sin buscar ningún beneficio a cambio, con lo que se produce una destrucción neta de valor.

Su falta de cálculo lo hace además imprevisible. “Una persona estúpida os perseguirá sin razón, sin plan preciso, en los momentos y lugares más improbables”. Esto hace muy difícil “organizar una defensa racional” y Cipolla era pesimista. Creía que la acción incontrolada de la estulticia acabaría con la civilización occidental igual que había hundido el Imperio romano.

Su predicción apocalíptica no se ha cumplido, sin embargo. ¿Por qué?
Es posible que la naturaleza haya desarrollado sus propios antídotos contra la estupidez. La web darwinawards.com recopila noticias sobre quienes “mejoran nuestra carga genética quitándose de en medio”, y no son pocas: el líder de una secta cristiana que murió tras resbalar sobre una pastilla de jabón mientras intentaba caminar sobre las aguas como Jesús, el camionero danés que se estrelló cuando daba caza a un pokemon, el contrabandista ucraniano que pretendía pasar material radioactivo por la frontera húngara pegándoselo al cuerpo con cinta aislante…

Cuando la estupidez alcanza determinadas cotas, se autorregula destruyendo a su huésped. ¿Y no sería más práctico que directamente no existiera? El escritor holandés Matthijs van Boxsel no lo cree. “Es el motor que impulsa nuestra sociedad”, sostiene, un “talento” exclusivo de los humanos que nos induce a asumir riesgos disparatados que generalmente no llevan a ningún lado, pero de los que surgen a veces el conocimiento y el progreso.

Musil pensaba lo mismo. “Ocasionalmente”, escribió, “todos somos estúpidos y debemos actuar como ciegos o semiciegos”. Si no fuese así, si nos abstuviéramos de “juzgar y decidir” sobre todo aquello que no comprendemos por completo, “el mundo se cerraría” y “permaneceríamos inertes”.

*Diario Expansión de España
Red Iberoamericana de Prensa Económica (RIPE)*

TAGS: Expansión

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