A Estados Unidos debería preocuparle su menor crecimiento poblacional

Si se analizan los datos históricos sobre el tema, resulta difícil negar que, de continuar, es probable que la desaceleración demográfica socave el futuro crecimiento económico.

(Foto: AFP).
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Bloomberg.- Poco antes de Navidad, la Oficina del Censo de Estados Unidos le aguó un poco la fiesta al país con un mal regalo. Difundió datos que subrayaban una tendencia alarmante: la población creció apenas 0.7%, la menor tasa de crecimiento desde los años 1936 y 1937, durante la Gran Depresión.

La declinación de la tasa de natalidad y la desaceleración del ritmo de la inmigración son los motivos.

Si le pregunta a un economista por qué esto es importante, obtendría una serie de respuestas contradictorias, dado que la relación entre el crecimiento de la población y la expansión económica es un tema controvertido.

Pero si analiza los datos históricos sobre el tema, resulta difícil negar que, de continuar, es probable que la desaceleración demográfica socave el futuro crecimiento económico.

El declive de la tasa de crecimiento de la población no es nada nuevo. En Occidente viene cayendo desde hace varias décadas. En algunos países de Europa, el crecimiento está por debajo de los niveles de reemplazo. En otras palabras, la población se encamina a experimentar una caída en cifras absolutas.

Pero Estados Unidos también está en un espiral descendente desde la década de 1990, si bien el ritmo ha sido menos pronunciado. Las últimas cifras contrastan con el crecimiento poblacional de 1.4% de 1994 y de más de 2% en el apogeo del baby boom, la generación muy numerosa de la posguerra.

A muy largo plazo, esos declives no son sino una continuación –con algunos auges de la natalidad episódicos y anómalos- de patrones que ya tienen más de dos siglos.

Después de todo, la tasa de natalidad experimentó una drástica caída en el transcurso de la Revolución Industrial en Europa y Estados Unidos, en especial en las clases medias, donde el declive de la natalidad fue especialmente marcado.

A diferencia de las familias rurales, las familias urbanas de clase media ya no necesitaban tantos hijos, y las exigencias de la sociedad industrial las animaban a invertir más recursos –dinero, tiempo, calorías, educación- en menor cantidad de hijos.

Pero esos declives de la tasa de natalidad – y de la tasa de crecimiento de la población- no eran malas noticias en sí mismos. Parecen haber sido muy positivos, al ir de la mano de un fuerte crecimiento económico.

La economía
¿Llega, sin embargo, un punto en que el declive de la tasa de crecimiento poblacional se intensifica y alcanza a un nivel en que puede empezar a arrastrar la economía?

A ese respecto hay algunos datos curiosos que proporciona la historia, específicamente el período inmediatamente posterior a la Primera Guerra Mundial, cuando las caídas de la fertilidad en el mundo occidental se aceleraron de forma comparable a la época actual. Ese tema ha sido objeto de escaso estudio, con la excepción de algunos artículos académicos poco conocidos.

Un estudio especialmente interesante del economista canadiense Clarence Barber, analizó la relación entre las caídas de la tasa de crecimiento demográfico y el posterior surgimiento de la Gran Depresión.

Observó que durante la década de 1920, en los años que precedieron a la crisis de 1929, la tasa de crecimiento de la población se había reducido en alrededor de un tercio en el oeste y el norte de Europa, y a la mitad en Estados Unidos.

Lo más probable era que esa declinación obedeciera a la secularización creciente de la sociedad de entonces y, en particular, a las mayores oportunidades que se les abrían a las mujeres fuera de los roles de género tradicionales, y no al trauma colectivo de la Primera Guerra Mundial.

Las nuevas costumbres iban de la mano de una marcada declinación de la formación de nuevos hogares, dado que los jóvenes postergaban el matrimonio y la paternidad.

Esa tendencia, o lo que Barber describió como un “rápido y muy marcado declive de la tasa de crecimiento de los hogares no rurales”, llevó a una drástica caída de la construcción residencial a partir de 1926.

En teoría, la inmigración podría haber llenado el vacío. Si bien Barber no abordó ese tema en su estudio, vale la pena destacar que el Congreso estableció fuertes restricciones al ingreso de personas en 1924.

Ese año, alrededor de 706,000 inmigrantes ingresaron legalmente al país. El número cayó vertiginosamente al año siguiente, y para 1933, la cifra había bajado a 23,000, un declive de casi 97%.

Es difícil saber con certeza cómo esas declinaciones demográficas prepararon el terreno para la Gran Depresión, pero Barber estimaba que la caída de la tasa de natalidad entre los estadounidenses nacidos en el país bastaba para preparar el terreno para el declive de la demanda agregada.

Por otra parte, incluso si las declinaciones demográficas no eran las únicas responsables, se intensificaron durante la Gran Depresión, lo que contribuyó aún más a la catástrofe.

Para la década de 1930, de hecho, la pronunciada declinación de la tasa de natalidad en todo el mundo occidental contribuyó a un creciente pesimismo respecto de la probabilidad de una plena recuperación.

Un demógrafo recordó luego que durante esa década “había un sentimiento de inminente despoblamiento, sentimiento que se fortalecía con la publicación de pronósticos demográficos, muchos de los cuales daban por supuesta una mayor caída de la natalidad”.

No fue sino John Maynard Keynes quien advirtió sobre ese peligro en una conferencia de 1937 titulada “Algunas consecuencias económicas del declive de la población”.

Admitió que los declives de la población podrían ser mediados, pero planteó su preocupación respecto de los riesgos que implicaban las tendencias demográficas del momento. Cerró la conferencia con un guiño a Thomas Malthus y al “demonio” de la superpoblación.

“Sólo quiero advertirles que, si somos negligentes, el encadenamiento de un demonio podría servir para liberar a otro aún más feroz e ingobernable”.

Finalmente, sus temores resultaron infundados, no porque el mundo desarrollado encontrara una forma de negociar la menguante tasa de natalidad, sino porque en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial hubo un inesperado auge de nacimientos en EE.UU. y, en menor medida, en la mayor parte de Europa occidental.

A ese auge demográfico y a la demanda de consumo que generó suele atribuírseles el haber evitado un retorno a los sombríos días de la década de 1930.

Eso nos trae de nuevo al presente. Los datos recientes sobre el crecimiento de la población marcan un ominoso regreso a un declive que se observó por última vez durante la Gran Depresión.

Por otra parte, datos que difundió la semana pasada la firma de bienes raíces Trulia indican que la cantidad de jóvenes que viven con sus padres (o hermanos) llegó en los últimos tiempos a niveles que no se veían desde 1940.

La estadística sugiere que es poco probable un auge de nacimientos, para no hablar de una bonanza del consumo alimentado por la formación de nuevos hogares.

Pero al menos en Estados Unidos aún hay inmigración, ¿verdad? Tal vez no: el presidente electo, Donald Trump, ha sido muy claro respecto de su oposición a la inmigración ilegal, pero desde la elección ha empezado a enviar señales de que piensa reprimir también la inmigración legal.

Si eso pasa, sólo un auge interno de la natalidad nos salvará de una mayor declinación en los años de Trump.

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