“Escribo para quitarme los mundos oscuros de encima, no para visitarlos”

El escritor conversó en exclusiva con Gestión sobre su proceso creativo, “La noche de los alfileres”, su última obra y la industria de la literatura.

Entrevista. Santiago Roncagliolo, escritor peruano

Santiago Roncagliolo recuerda entre risas la vorágine de su adolescencia. Estudió en un colegio limeño y jesuita de hombres, así que, durante su pubertad, casi no vio mujeres de su edad y de carne y hueso, al igual que sus compañeros: “Éramos una olla de presión de hormonas a punto de explotar”.

Así, el día en el que una joven fue a vender caramelos marca Kiss a su escuela, casi ‘desaparece’. “La chica se paró en el patio del colegio y, cuando sonó el timbre del recreo, una marea negra de chompas escolares corrió a su dirección y se la tragó. Creo que nunca encontraron su cuerpo”, ironiza.

La curiosidad sobre el sexo, oprimida y explosionada en bromas masculinas, propias de una pubertad envuelta en miedo, tejen la trama de “La noche de los alfileres”, la última obra de Santiago Roncagliolo. El thriller cuenta la historia de violencia protagonizada por Carlos, Manu, Beto y Moco, quienes se reúnen en la adultez para rememorar un hecho dramático que ocurrió en los años noventa, cuando los toques de queda y los apagones formaban parte de sus vidas.

Nuevamente, el miedo es tema central de una de sus obras. ¿Considera que es una fuente inagotable para la literatura?
En mi caso sí. Actualmente, creo que hay una especie de tendencia gótica en Latinoamérica conformada, casi por completo, por mujeres como Mariana Henríquez y Guadalupe Nettel, y a mí no me importa ser la cuota de género de ese grupo. Creo que los latinoamericanos crecimos con miedo de una forma u otra. Es el tema esencial de mi producción de ficción. Mis personajes se enfrentan a un miedo y el humor resulta un mecanismo para defenderse de él.

¿Los diálogos de “La noche de los alfileres” se basaron en la realidad?
Sí, algunos han sido reconocidos por amigos. En esos tiempos, en un colegio de hombres, estábamos encerrados y el humor era una manera de relacionarnos. Cuando me encuentro con amigos del colegio, siento que volvemos a hablar como adolescentes, a contar los mismos chistes idiotas y a tener el mismo humor de aspirante a ‘machito’, porque ese era el idioma con el que te comunicabas.

El personaje de la señorita Pringlin, ¿también se basó en alguien real?
Sí, pero no era así, no era tan mala. Tampoco hice lo que hicieron estos chicos, nunca me hubiera atrevido ni estoy seguro de que ellos sean mejores que la señorita Pringlin. A mí creo que me obsesiona la ternura de los monstruos. Me interesa mucho por qué una persona hace cosas terribles, me fascina explorar en el mal.

Emplea un lenguaje muy peruano, con jergas y coloquialismos locales…
Sí, el libro tiene bromas de machito escolar y el peruano se ríe mucho más que otros.

¿Es una cuestión latina?
Los latinoamericanos, en general,usamos el humor negro para defendernos. Tenemos un humor mucho más incorrecto que un europeo. Afuera llamarse “chino”, “cholo”, “negro”, “chato”, etcétera, no es muy normal, pero nuestro humor negro es una manera de defendernos de un mundo que no es fácil.

¿Cómo nos ven los europeos?
Los europeos están más acostumbrado a ver que nosotros sufrimos, que nuestra vida es terrible y ven más la parte trágica del libro, que también la hay.

En el libro tratas temas como la homofobia y el bullying, ¿hubieras podido tocarlos en un contexto actual?
Espero que no, que el contexto actual sea totalmente diferente. Mis hijos estudian en Barcelona y conforme van creciendo, tengo miedo al bullying o al hostigamiento por si son diferentes cuando crezcan, como yo lo fui, pero me doy cuenta de que el mundo es más infinitamente civilizado y normal. En el caso del libro, se mezcló una sociedad bastante conservadora con un entorno violento, y el miedo a la violencia hace a las personas aún más conservadoras porque se aferran a lo que es seguro con ideas religiosas.

El mercado peruano
Roncagliolo es casi un escritor errante. Se siente turista adonde quiera que vaya, pues viaja con frecuencia a diferentes ciudades para investigar un tema para un nuevo libro o para promocionar otro. A ello se debe su regreso a Perú: en Lima presentó “La noche de los alfileres” y estampó su firma en las librerías “El Virrey” y “Crisol”, y hoy hará lo mismo en Arequipa.

¿Hoy ya existe una industria de la literatura en el Perú?
Venimos de muy abajo. Todavía no somos México, Argentina, ni siquiera Colombia. Yo me fui de Perú por que ya me habían rechazado todas las editoriales, que eran tres, y dos de ellas te cobraban por publicarte. Hoy, claro que hay una industria, pero pequeña.

¿Una especie de mype?
No, bastante más que eso, pero en todos lados es una industria pequeña. En Espa- ña, sin duda, con 40 millones de personas que han ido a un colegio, por lo menos respetable, hay muchos más lectores. Sin embargo, aun así, la industria de los libros no se compara con la de las salchichas ni la de los vinos ni con nada. El mundo de la literatura es reducido y los autores que viven de esto son muy pocos.

¿Usted es uno de ellos?
Sí, pero no como otros. Vivo bien, pero con otra clase de lujos: tengo libertad, hago las cosas que quiero y viajo. Tengo suerte de haber vivido de la literatura por varios años, pero tampoco puedes saber cuánto tiempo más durará, aunque depende de uno reciclarse y buscar otras iniciativas.

Muchos escritores peruanos jóvenes se fueron a España porque acá no les publicaban nada, ¿continúa pasando?
Creo que está pasando todo lo contrario. Yo fui el último iluso que se fue a ser escritor pensando que solo podía serlo fuera.

El proceso de un libro
Santiago Roncagliolo prefiere las mañanas para escribir. Lo hace en en estudio, ubicado en un piso alto, lejos de su hogar y de las comodidades. Solo necesita su laptop, música y una buena infusión, como aquella mezcla de té verde y té negro que pidió durante esta entrevista en “El Virrey”. Considera que este es un buen acompañante para las pausas.

¿Cómo es la rutina de trabajo al escribir un libro?
Yo me tomo toda la mañana para escribir una novela. Voy a mi estudio, un lugar aburridísimo, donde no hay televisión ni teléfono ni ascensor. Y, si bajo, debo pensar que debo volver a subir, así que no hay más remedio que trabajar, pero me relajo cada hora, hora y media. Tengo un horario.

¿Escribe de corrido?
Sí, creo que para que la novela se lea de un tirón, es conveniente escribirla así porque mantienes la tensión y todos los elementos en la cabeza.

¿Qué pasa si deja el tiempo pasar?
Si la dejas mucho tiempo, pierdes esos elementos, se te diluyen, los confundes con otros. Se trata de que la escritura en sí sea disciplinada y continua. Puedes tener una idea en la cabeza durante diez años, pero cuando te sientas es diferente. Yo me tomé dos años para escribir “La noche de los alfileres”.

¿Cómo suele ser su proceso creativo?
Puedo estar con una idea durante años, pero tienes dos o tres abortos, intentos de novelas que se quedan en el camino.

¿Cuántas páginas escritas ha llegado a botar?
He llegado a tirar 300 páginas que no iban a ninguna parte.

¿Por qué esperar tanto para desistir?
Porque te pones terco y quieres y sigues escribiendo. Luego resulta que había ideas a rescatar, pero que no funcionaban juntas. Había átomos de otros cuerpos un Frankenstein con miembros de otras novelas y muchas de esas valen.

Y cuando acaba una novela, ¿se apena?
No. Mis libros son de pesadillas. Es un placer quitártelos de encima. Suelo frecuentar universos bastante siniestros y tétricos, mundos oscuros, así que escribo más para quitármelos de encima que para visitarlos, para librarme de mi adolescencia, de la violencia, de mis traumas infantiles o de los momentos de soledad. Es generalmente una pesadilla de la que prefiero despertar. Sin embargo, suelo enfermarme cuando termino un libro. La tensión y concentración me generan un bajón, una especie de gripe, un agotamiento por haber estado tan obsesionado.

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