(Bloomberg) Primero fueron los grandes cortes de luz que oscurecieron de forma caprichosa las calles de Venezuela e hicieron que desplazarse por el país de 29 millones de habitantes se convirtiera en algo más que una aventura.
Luego fue el papel higiénico, cuya ausencia crónica hizo que cada viaje al supermercado resultara una pérdida de tiempo. Le siguieron harina, huevos, prensa gráfica y medicamentos para la presión arterial, que fueron desapareciendo de los comercios.
Ahora, cuando las humillaciones de la República Bolivariana parecen no tener fin, llega la crisis de los implantes mamarios. Sí, debido a las dificultades para importar prótesis para implantes, las solicitadas cirugías mamarias venezolanas corren peligro. Puede decirse que son la última víctima de la ineficacia de las políticas del gobierno, que han generado el derrumbe de una moneda que lleva el nombre risible de bolívar fuerte, y han impulsado un vertiginoso aumento de los precios, mayor que el de cualquier otro mercado emergente.
La deteriorada economía ha puesto una prima al dólar estadounidense, que el presidente Nicolás Maduro ha abordado con la caja de herramientas del autócrata: controles cambiarios, congelamientos de precios y constante manipulación de la paridad cambiaria. Los importadores ya no pueden conseguir los dólares que necesitan, lo que se traduce en la desaparición de los productos extranjeros, incluidos los implantes mamarios de silicona de buena calidad.
En lugar de marcas de primera línea que cuentan con el sello de aprobación de la Administración de Alimentos y Medicinas de los Estados Unidos (FDA, por la sigla en inglés), las clínicas quirúrgicas tienen que arreglárselas con imitaciones baratas chinas. Dado que Venezuela tiene uno de los porcentajes más altos del mundo de cirugías de aumento de mamas, y que sus legendarias bellezas ven el bisturí como atajo al podio de Miss Universo, la situación constituye toda una crisis cultural. Hasta los maniquís de los comercios del país tienen rellenos prominentes.
El extinto Hugo Chávez nunca dijo que el camino al “socialismo del siglo XXI” sería bonito. (Con frecuencia condenó el gasto de miles de dólares para tener pechos más grandes y lo calificó de contrarrevolucionario.) Además, bajo las blusas hay mucho más que siliconas con lo que compañeros y compañeras pueden entusiasmarse.
En este país se blindó a un sospechoso de tráfico internacional de drogas mediante un cargo diplomático y se envió a la hija predilecta de Chávez, una joven que no piensa más que en divertirse y que carece de antecedentes, a hablar en representación del país ante la principal organización multilateral del mundo, donde Venezuela aspira a ocupar una banca no permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Hasta cuando las luces están encendidas, caminar por las calles de Caracas, la capital más peligrosa del hemisferio, en la que hubo 53 homicidios durante el fin de semana, puede ser complicado.
Sin embargo, en lugar de abordar los problemas del país, Maduro prefiere el bisturí bolivariano. El primer corte, como cabe esperar, es contra quienes lo critican. Las mismas reglas dementes que vacían los comercios de alimentos y las clínicas quirúrgicas también privan de papel a los medios independientes, con lo cual se elimina el disenso al interrumpir la actividad de los diarios, tal como pasó con El Impulso, un periódico de 110 años de antigüedad que acaba de anunciar su cierre. En los últimos tiempos, Maduro amenazó con demandar a un profesor de Harvard que sugirió con ironía que Venezuela bien podría suspender los pagos de su deuda dado que ya estaba en impago con sus ciudadanos.
Como era de esperarse, la noticia de que las cirugías estéticas de mamas corren peligro alimentó toda una procaz serie de bromas y memes de Internet. Sin silicona, dice uno de los más suaves, las mujeres se verían ahora obligadas a acrecentar su personalidad. Pero la crisis es elocuente en un país donde la imagen lo es todo a pesar de que es tanto lo que se encuentra sumido en el caos.