Inmersión más que contemplación. Esa es la experiencia que busca propiciar Omar Lavalle, un artista multimedia de 40 años a cargo de curadurías fuera de serie. ¿Su labor? Hacer dialogar piezas aparentemente autónomas, estableciendo distancia sobre ese acercamiento al arte convencional que puede obtenerse en un espacio museístico.
Desde una animación digital que se activa cuando el espectador se coloca unas gafas de realidad virtual para entrar en un mundo ficticio, pasando por esculturas impresas en 3D que giran mientras recrean patrones de espirales infinitos, hasta animaciones que permiten ‘visualizar’ los sonidos de las aves en un ejercicio abstracto.
Todas y cada una de las piezas necesitan “funcionar de manera coherente, dialogar entre ellas porque están unidas por una sola línea de acción, como la animación”.
Con esas palabras, Omar Lavalle, con una vasta trayectoria en el desarrollo de estructuras sonoras para performances experimentales, marca distancia respecto a las exhibiciones convencionales. “En estos casos, no estamos ante formatos quietos, sino dinámicos, en constante movimiento, que juegan con elementos de percepción visual, ilusión óptica e involucran la utilización del cuerpo humano para vivir la experiencia de la pieza de arte”.
Constata así que actualmente los espectadores buscan “engancharse” con estímulos más poderosos, activos, directos y, que dicha predisposición obedece, en efecto, al vínculo que se tiene en el día a día con las nuevas tecnologías.
El desafío está precisamente en “desconectar para conectar”.
“Muestras como las de animación digital generan una reflexión sobre cómo la tecnología puede ser productiva de una manera más creativa, desvinculándola de esa relación usual que tiene con el ocio”, argumenta.
Detrás del montaje
Omar Lavalle asegura, además, que el montaje de piezas tanto audiovisuales como convencionales exigen un enfoque ‘ad hoc’, pues involucran distintos requerimientos.
Según cuenta, si bien los formatos que involucran video o animación son cada vez más accesibles, se precisa mucha labor de programación detrás.
“Hay piezas que necesitan sensores, hay una cuestión técnica detrás de cada montaje”, especifica.
Y uno de esos aspectos lo involucra el mantenimiento. Aunque las obras clásicas también requieren un proceso de esas características, por ejemplo, a través de la regulación de la temperatura para que una pintura o fotografía no se deteriore; los elementos interactivos, exigen otra clase de proceso. “Estas, al ser piezas que son constantemente usadas por el público, tienden a desgastarse más y eso exige mantenimiento semanal”, explica el curador.
Ello involucra un mantenimiento de calibración a los sensores, a gafas de realidad virtual o a los elementos que componen las impresoras 3D y otros ordenadores para que también entren en procesos de reposo. “Tenemos que estar atentos a muchos detalles, si queremos que las piezas duren los tres meses que suele estar disponible una exhibición”, puntualiza.