Carlos Cousiño confiesa que cada vez que llega a su casa empieza, junto a su esposa, a beber una botella de vino. Ese mismo ritual lo repite siempre. Una botella de vino al día, afirma mientras precisamente habla de los consumos promedio de vino en la región. “Dieciséis litros per cápita en Chile”, añade, mientras bebe una copa de Antiguas Reservas Merlot.
Cousiño es el presidente del directorio de la bodega chilena Cousiño Macul, que produce vinos desde hace 160 años. Es miembro de la sexta generación de la familia, es doctor en filosofía y estudió sociología. No olvida además que es fanático de la Universidad de Chile.
“Soy ‘chuncho’ igual que mi padre”, dispara divertido, mientras bebe otro sorbo de su vino en una cálida cena en un restaurante de comida peruana, la que no se cansa de halagar.
“No me gusta la tendencia del narcisismo enológico. El protagonista es la comida, no el vino”, detalla.
Afirma que no es fácil hacer un vino elegante y equilibrado. “Nuestro propósito es producir vino para la mesa”, apunta Cousiño, quien añade que no hacen publicidad en ninguna plataforma.
Aun así, hace casi 20 años, él junto a sus otros dos hermanos decidieron hacer un cambio en su reserva blanco. Era un sauvignon duro que decidieron apaciguarlo. ¿El resultado? Los viejos consumidores los llamaban para insultarlos, para decirles cómo se habían atrevido, cuenta entre risas.
Nuestra tarea
Los noventa, afirma Cousiño, fue la gran década para el vino chileno.
Eran tiempos de globalización, muros caídos y la desaparición de las cortinas de hierro. El mundo empezó a beber el vino que se producía en el prolijo valle del Maipú, en Santiago. Allí las parras de más de 90 años proporcionan a la bodega el insumo preciso para conservar la calidad de sus botellas.
“Es la única bodega en la que se puede llegar en metro”, añade y ríe.
Ahora prueba una copa de Finis Terrae, el que parece ser su favorito, de las 22 etiquetas que distribuye su bodega.
Añade que cuando estudiaba en Alemania, a fines de los 80, habló con su padre, para hacerse cargo de la distribución en Europa. En 1990, los ingleses tomaban muy poco vino y en 20 años pasaron a un consumo de 20 litros per cápita, refiere.
Hoy, además, es común que llegue al Asia para seguir de cerca la evolución del consumo de su marca.
¿Y en el Perú? Estamos aprendiendo, agrega. Destaca nuevamente el papel fundamental que tiene la gastronomía en este esfuerzo por elevar el consumo que recientemente ha quebrado la barrera de un litro por habitante.
La del estribo
Una botella de Lota se abre. Este vino se lanzó hace diez años para festejar los 150 años de la bodega. Es un tinto más fuerte. Tomó seis años producirlo.
Mientras bebe su primer sorbo, insiste en que el mundo del vino es complicado. Tan complicado que es difícil reaccionar ante lo que se viene en el mercado.
¿Qué se viene?, preguntamos. “En 20 años, el consumo del vino blanco debe superar al vino tinto. Va a venir un giro enorme. Es una tendencia. En Italia, todos toman proceso; en España la cava crece”.
Sus evidencias son el crecimiento de los espumantes, de los rosé y el avance en general de los blancos más allá del verano, pero sobre todo el escalonado consumo de las mujeres.
El problema, otra vez reitera, es que las hectáreas de tierras que posee la bodega no están hechas para vino blanco.
“No tenemos condiciones para hacer sauvignon blanco”, refiere. “De eso ya se ocuparán nuestros hijos y nietos, nosotros ya hicimos mucho”, afirma y bebe el último sorbo del Lota, para cerrar una cena de casi tres horas.