ARCO 2017: Eduardo Hochschild recibe premio A por su colección de arte andino contemporáneo

El mecenas peruano de la minería forma a 10.000 ingenieros en una universidad altruista con el arte como materia obligada. Ahora Eduardo Hochschild enseña por primera vez su colección, una de las más importantes de Latinoamérica.

(Foto: USI).
(Foto: USI).

Por Elena Pita

¡Póngame luz en la selva!, y lleve agua al desierto. Son los retos artísticos (sí, ha leído bien) que Eduardo Hochschild plantea a los 10,000 alumnos de sus escuelas técnicas y su Universidad de Ingeniería y Tecnología allá en Perú (las TECSUP y la UTEC).

Todo nace de una larga tradición didáctica que se remonta a sus orígenes familiares en Alemania y llega hoy a Madrid, donde el patriarca Hochschild (Lima, 4 de diciembre de 1963) presenta por primera vez al mundo su colección de arte, la más importante de artistas andinos contemporáneos, entre las primeras latinoamericanas, merecedora del premio A de ARCO en la presente edición de la feria.

Entre sus artistas de referencia, Chávez, Revilla, Llona, Tilsa Tsuchiya, Bryce, Szyszlo o Sabogal (icono del arte peruano indigenista y, a la sazón, tátara tátara tío de su esposa y compañera en esta aventura del arte y la vida, Mariana Correa Sabogal).

Eduardo es la tercera generación de empresarios mineros (y cementeros) en Perú, Hochschild Mining, yacimientos de plata y oro que él posicionó en los parqués internacionales de Europa y Estados Unidos, y tercera también de inversores altruistas en la educación. ¿Todo por pura satisfacción? “Todo por pura ayuda”.

Una abuela diplomada en Harvard y “educadora” de vuelta en Alemania, una tradición que arrastraron en su migración a Perú. En sus aulas se imparte magisterio hoy a 10,000 futuros ingenieros técnicos, entre superiores y medios, a cambio de un sencillo compromiso y sin necesidad de un crédito monetario: que el alumno al graduarse (el 98% consigue empleo inmediato a través de sus bolsas de trabajo) financie los estudios de un nuevo aspirante, siguiente remesa. Y así crear un círculo que impulse a un país todavía por construir.

Llegó a la empresa familiar recién licenciado ingeniero mecánico y físico por la Universidad de Tufts (Boston) y sucedió a su padre tras su fallecimiento en 1998, expandiéndola a Argentina, México y Chile. Fue nombrado presidente en 2006, cargo que comparte con la dirección del Banco de Crédito de Perú y de la aseguradora El Pacífico-Peruano Suiza, la presidencia de las escuelas y la universidad antes mencionadas, y la consultoría en el foro económico para la Conferencia Episcopal de Perú.

Pero hemos venido a hablar de arte con Eduardo Hochschild en su hermosa residencia del centro noble de Madrid, donde su hija mayor, la bella Alexia, estudia Ciencias de la Información y se prepara para divulgar estas otras facetas de su padre, el arte y la enseñanza altruista, que como todo en esta casa surge de los feraces yacimientos de metales preciosos.

Contar historias y expresar a su modo lo que su padre entiende por arte: “La capacidad de crear”. Para Hochschild (oscilando entre los tres primeros de la lista Forbes de su país, con un capital de US$ 1,600 millones en tiempo real y según mismas fuentes) “el ingeniero que logra abrir su mente es un artista”. Sus alumnos pasan necesariamente por cursos y talleres de arte donde sólo se pretende que desvelen su talento, de otro modo oculto. Primero se sorprenden, incluso se resisten, luego les encanta.

Cuenta su hija Alexia que la colección nació hace apenas cinco años, frente a una copa de vino y sin saber usted nada sobre el coleccionismo, pero, ¿no es cierto que empezó a coleccionar arte en sus primeros años de matrimonio, tempranos 90?
Tienes razón, pero no pensaba entonces en crear una colección. Nos casamos en el 93 y Mariana y yo visitábamos entonces muchas galerías y museos, algo que luego he seguido haciendo con mis hijos [gesto elocuente de su hija, ¡buf!]; cuando veía cosas que me gustaban, si podía las adquiría. Y las posibilidades económicas fueron mejorando y seguimos comprando. La palabra colección llega mucho más tarde, a medida que fuimos llenando las paredes de la oficina y de la casa, lentamente. Y ahora se van llenando las de la universidad, quedan muchas aún vacías.

Ser coleccionista de arte ¿es una forma de ser?
Es una forma de disfrutar la vida. Yo disfruto el arte, que para mí es creatividad. Ver al artista frente a un reto, conocerle y llegar a ser su amigo. Cuando Leonardo da Vinci diseña su máquina de volar, eso es creatividad pura y era la vanguardia, y hoy en Perú tenemos una generación así de creativa [empieza a vomitar paladas de nombres, Huanchaco, Martinat, Ishmael Randall, Sandra Gamarra, Elena Damiani, sin fin…, y me muestra en el libro de su colección algo “divertidísimo: ¡Bendayán se burla de todo el mundo, incluso de mí”, La fila india].

Señor Hochschild, es usted coleccionista ¿por qué?
Yo no soy coleccionista, me encanta el arte y la relación con los artistas. La palabra colección viene dada por la cantidad, pero no es una meta, en ningún momento lo fue.

¿Todas las relaciones con los artistas, con sus caprichos y extravagancias? ¿Qué es lo que admira en ellos principalmente, tal vez su falta de prejuicios?
Su capacidad de crear cosas nuevas y espectaculares a partir de la nada, o de una piedra o una madera, como hizo Randall yéndose a vivir al Valle Sagrado, como en la época incaica. Su forma tan diferente de ver el mundo. ¿Sin prejuicios?

Sí, desde la mayor libertad posible.
Perdón, estaba pensando en cierta gente que sale en la primera plana de los periódicos, y los artistas son gente muy correcta en todos los sentidos. Sí, rompedores de esquemas. Lo que me fascina es su creatividad, su forma tan diferente de acercarse al mundo y la realidad humana y compartirla con la gente. Como Mariana Roma, que se internó en un manicomio durante varios meses y pintó a los locos, y su obra es alucinante, a sus veintipocos años: te remueve todo por dentro.

¿El arte es simplemente atreverse a contar cosas y expresar sentimientos, o se trata más bien de una habilidad y un don especiales?
Creo que todos somos artistas, es cuestión de dejarlo aflorar, la creatividad es innata en el ser humano. Cuando a mis estudiantes de ingeniería y técnica les digo que tienen que atender cursos de arte, ellos me dicen, no, queremos más matemáticas.

Pero no es una premisa de libre elección sino obligatoria en mi universidad, y desde el primer año [este curso se gradúa la primera promoción] les encantó y pidieron más clases de arte, porque todos llevan algo artístico dentro, es cuestión de abrir su mente a la creación. La mitad de Hollywood son ingenieros y en las empresas de Internet la mitad son artistas, como Steve Jobs lo era. Tu creatividad está en el pañuelo que te has puesto y la de mi hija, en esos jeans que lleva a los que les falta un poco de tela.

¿Y la suya, cuál sería?
Yo pinto, e incluso he llegado a vender obra; me pongo a pintar con mis hijos y me divierto muchísimo. No imaginas la emoción que supuso entrar en casa de un amigo y ver un cuadro mío colgado. ¿Y eso, qué hace ahí?, le pregunto. Me gustó y lo compré, respondió; no está firmado, no sé de quién es. Al saber que era mío me pidió que lo firmara, pero no, nunca los firmo y no lo hice.

Hochschild, su colección tiene un valor contable a día de hoy, que ¿sería?
Ah, no lo sé.

Es la mayor de arte peruano en el mundo, pero es su intención abrirse al arte latinoamericano sin fronteras. ¿Sueña con tener la mejor o una de las 10 mejores de América Latina?
No, ese no es mi sueño, en absoluto. Mi sueño es el arte y los artistas, divertirme y compartirlo con mi familia, y ese es el principio de todo. Y no, el arte no puede tener fronteras, no más allá de las del entendimiento.

Señor Hochschild, ¿usted de niño qué coleccionaba?
No recuerdo haber tenido colecciones de nada en concreto.

Volvamos a sus proyectos educativos, que fueron también heredados de su padre. ¿No ha hecho sino reforzar el sueño paterno?
Es el sueño de la historia de mi familia, mi abuela ya era educadora, graduada en Harvard. Mi padre comenzó con una escuela técnica que en el momento en que falleció tenía 500 alumnos, y hoy la idea es llegar a 15,000. Y tenemos colaboración de las universidades de Harvard, Stanford y Nuevo México, y del Massachusetts Institute of Technology, gracias a mi insistencia pertinaz.

Mi filosofía es que formando al ingeniero en la vertiente artística, retándolos a poner luz en la selva, a llevar agua al desierto, podemos ayudar mucho a los demás. Por ejemplo, lograron luz en la selva extrayendo energía de la tierra, y el panel generador de agua en el desierto, a través de condensación, fue premiado en la Bienal de Venecia y hoy está siendo usado en Arabia Saudí, por imitación, porque no lo patentamos.

Cuénteme, por favor, ¿cómo fue aquel primer trabajo que su padre le dio en la minera familiar, recién licenciado usted en Boston?
[Se ríe]. No me dio un trabajo, simplemente le llamé y le dije que tenía posibilidades de quedarme en Estados Unidos pero que me gustaría regresar a vivir a Perú, de donde me había marchado hacía muchos años, a estudiar. Y él, con mucho cariño, me respondió: cógete un pasaje, tienes sitio en la mina, espero que te guste. Recuerdo la primera vez que entré al socavón: iba vestido con el mameluco típico de ingeniero y me hicieron bajar a la zona donde más agua había, me mojé entero y me pelé de frío, y entonces ellos, enfundados en sus ropas de agua, me dijeron: ya te hemos bautizado, ya eres de los nuestros.

Pasé un par de años allá arriba, fue muy divertido compartir con ellos, no sólo con los ingenieros, que al fin y al cabo venían de una historia similar a la mía, aunque no hubieran pasado por la universidad americana y los colegios europeos, sino con la gente de la sierra peruana, espectaculares, su manera de entender la vida es tan distinta a la nuestra…

Ellos me enseñaron que lo más importante es la creatividad, en cualquier medio, y no sólo los números. Regresé a Lima por obligación. Subo a las minas cada vez que me necesitan o puedo escaparme, y este verano volveré con mis hijos, porque de verdad disfruto muchísimo del reencuentro.

Se considera usted hijo de la educación paulista de los jesuitas. ¿Nunca nada ha hecho temblar su fe?
No, creo en la fe que está ahí y nos guía; y cada vez que lo he necesitado [a Dios], ahí estuvo siempre conmigo, muy cerca de mí. Y siempre me ha enseñado en la vida cuál es la decisión correcta.

Asegura que pierde en su labor educativa “una bestialidad de plata”, y nunca mejor dicho, en la que además invierte ¡un 80% de su tiempo! ¿Es todo pura satisfacción?
No, es todo pura ayuda. No sabes cómo puedes cambiar la vida a los demás dándoles oportunidad de estudiar. El alumno con mejor nota de ingreso el pasado año rechazó su plaza, ni siquiera accedía ofreciéndole una beca. “No puedo, señor, soy hijo de una madre soltera violada, tengo que trabajar para comer”.

Le proporcionamos la alimentación, un ordenador y todos los libros, y accedió, y eso vale más que todo lo que puedas tener en la billetera, es espectacular. Los alumnos los buscamos, o los impulsamos, entre los colegios públicos. Les damos de comer y muchos se quedan a dormir en la universidad, ni siquiera pueden permitirse el transporte. Y tú ves las ganas que tienen y eso no tiene precio. Querer es más importante que poder.

Hochschild, ¿sería capaz de nombrar al más apreciado artista de su colección o las obras de arte y sus autores son como los hijos, que no se pueden preferir por encima de otros?
Si no digo Sabogal, mi esposa me mata. Aunque no sea verdad, me salvo.

Sin embargo, esas preferencias existen. ¿Cuál es su hijo favorito?
Los cuatro, por distintas razones: Alexia participa en el Arte; mi hijo, en la ingeniería; la tercera en lo social (estudia Psicología también en España) y la cuarta es una adolescente que compartimos en casa, tiene vocación médica.

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