Estonia (AFP).- En Estonia los restaurantes solo deben preocuparse por preparar el pedido, pues la entrega va por cuenta de los robots repartidores.
Estos artefactos resultan más baratos que los drones y su reglamentación es menos estricta. Respetan las normas de tránsito y tienen cámaras y sensores para evitar colisiones con transeúntes. Además, envían un mensaje al cliente cuando puede salir a recoger su comida.
El robot (un carrito blanquinegro de medio metro de altura) avanza solo por la acera nevada de la capital estonia, sortea a los peatones y, como un buen ciudadano, se para en el semáforo en rojo antes de cruzar la calle y llevar el almuerzo a una clienta.
Atraviesa la calle con el semáforo en verde pero, como no tiene brazos, es incapaz de pulsar el botón de cruce.
Los inventores de Starship Technologies enseñaron a sus aparatos a esquivar los semáforos dirigidos por pulsadores y los equipan con micrófonos y altavoces para que se comuniquen con los transeúntes.
“Tendremos frases hechas (…) como “¿podría usted pulsar el botón de los semáforos tricolores?”, explica a la AFP Mikk Märtmaa, de 26 años, jefe del programa de test de Starship en Estonia.
La mayoría de los peatones le sonríe al robot (con aspecto de pequeño frigorífico ambulante) en el barrio Mustamaë de Tallin.
“Viví la Segunda Guerra Mundial y lo bastante como para ver robots por las calles de Tallin”, comenta fascinada una octogenaria, Aleksandra Vaskina.
Un equipo de ingenieros de Tallin encabezado por Ahti Heinla, un programador estonio que participó en el desarrollo del software Skype, comenzó dibujando un prototipo de robot para recoger rocas en la Luna o Marte, en respuesta a un concurso de la NASA.
El equipo no ganó el concurso pero Heinla consideró que su modelo podría servir para la entrega de comida preparada. Junto con el danés Janus Friis -otro de los que desarrollaron Skype- creó Starship Technologies en Londres en 2014. Sus robots se fabrican y prueban en Estonia, uno de los países más conectados del mundo.
‘Toc toc’.
En este día invernal, Liisi Mölder, productora de televisión, no tiene ganas de salir a la calle, pero le apetece un plato de calamares de un restaurante cercano de Umami. Lo encarga desde su teléfono móvil y al cabo de veinte minutos llega el robot.
El carrito sube sin problema el umbral del edificio pero no es capaz de pulsar el botón para llamar. Se las ingenia enviando un mensaje de texto a la clienta. “Toc toc. Su repartidor Wolt llega. Le agradezco que salga a abrirle al robot”, se lee. De paso le transmite el código para desbloquear el contenedor y recoger la comida.
La velocidad máxima de los robots ronda los seis kilómetros por hora, recalca Starship.
En cuanto al coste de fabricación y funcionamiento, es, según Starship, más barato que el de los drones probados por el gigante Amazon y sus rivales. Y la reglamentación, menos estricta.
Estos robots costarán un día “tanto como un ordenador móvil o un teléfono de alta gama, o sea unos miles de euros”, según Mikk Märtmaa.
Starship se alió con la compañía Wolt, con sede en Helsinki, que efectúa los repartos de más de 120 restaurantes de Tallin.
Los robots “serán quizá en el futuro la mejor opción para los repartos de proximidad”, estima Matias Nordström, jefe en funciones de Wolt en Estonia. Por el momento trabajan para cuatro restaurantes del barrio Mustamaë y los repartos cuestan 3.5 euros, cifra que Starship espera bajar a un euro.
Coste social.
Starship lanza proyectos piloto similares para la entrega de paquetes, productos alimentarios y platos cocinados en Washington y en Redwood City, una ciudad californiana.
Por el momento unos acompañantes siguen a los robots para garantizar su seguridad, pero Mikk Märtmaa pronostica que serán autónomos dentro de unos meses.
Equipados de nueve cámaras y otros detectores, los robots evitan entrar en colisión con los peatones pero algunas situaciones de tráfico aún se les hacen cuesta arriba. Lo peor son los cruces.
“En muchas ciudades del mundo, los coches pueden girar a la derecha aún cuando el semáforo está en rojo. Nuestro robot no puede preverlo”, admite Mikk Märtmaa.
Sustituir a los humanos por robots tiene un coste social.
El profesor Peter Stone, de la universidad de Stanford, estima que antes de 15 años los vehículos autónomos y los robots se encargarán del transporte de personas y mercancías, lo cual suprimirá empleos. Al mismo tiempo se crearán otros muchos en el sector de la inteligencia artificial.
Para reducir el efecto de la destrucción de empleo por el uso de robots, Bill Gates, el fundador de Microsoft, aboga por imponer un impuesto sobre estos aparatos y destinar el dinero a financiar puestos de trabajo en otras áreas.