Autor: Timothy L O’Brien
Bloomberg
Siete años atrás, Donald Trump explicaba en una extensa declaración presentada en un juicio que me inició por qué no quería dar detalles sobre un posible negocio hotelero que, según dijo, estaba armando en Rusia con su hijo Donald Jr.
“No me gustaría que usted vaya y le cuente a alguien sobre esto porque podría arruinar el acuerdo”, dijo. “Y es muy importante”.
Los términos del acuerdo parecían favorables. Trump dijo que sería propietario de entre un 20% y un 25% del hotel, más los honorarios por gestión, sin tener que poner ni un centavo. “No iba a invertir nada”, afirmó.
El magnate estadounidense dijo que no pensaba que Rusia presentase riesgos financieros excesivos, y que él estaba comprometido con el país. “Es ridículo no invertir en Rusia”, señaló. “Porque es uno de los mejores lugares del mundo para hacer inversiones”.
Mis abogados tomaron la declaración de Trump a fines de 2007 para analizar sus acusaciones de que mi biografía, “TrumpNation”, había dañado sus perspectivas comerciales en Rusia y en el resto del mundo. (Trump perdió el caso).
“Estaremos en Moscú”, prosiguió el candidato republicano. “Será una de las ciudades donde estaremos”.
Hoy, Rusia vuelve a ocupar un lugar destacado en el discurso de Trump.
La semana pasada, Trump estuvo desplegando un desquiciado abanico de descripciones de su relación con el presidente ruso, Vladimir Putin, que culminaron en una entrevista televisada el domingo en el programa “This Week” por ABC, durante la cual repitió que “no tenía relación” con Putin. Recalcó que “nunca se reunió” con Putin y que “nunca había hablado por teléfono con él”.
¿Qué?
Como señaló NBC, Trump le dijo a la cadena en una entrevista hace tres años que “tenía relación” con Putin. Y como lo advirtió el sitio web periodístico Talking Points Memo, Trump manifestó al National Press Club en 2014 que había visitado Moscú y que había hablado “indirecta o directamente con el presidente Putin, quien no podría haber sido más agradable”.
Trump no escatimó en elogios a Putin durante años, diciendo que el líder ruso era “muy respetado dentro y fuera de su propio país”, que “Rusia y Estados Unidos deberían poder trabajar bien juntos para derrotar al terrorismo y restaurar la paz mundial” y que “probablemente me llevaría muy bien con él”. Cuando Putin fue criticado por supuestamente haber ordenado el asesinato de periodistas rusos, Trump lo defendió diciendo: “Pienso que nuestro país también mata a muchos”.
La entrevista del domingo con ABC siguió a una conferencia de prensa en la que invitó a hackers rusos a entrar en las cuentas de correo electrónico de su rival, Hillary Clinton. (Se desdijo al día siguiente, argumentando que había sido un comentario “sarcástico”). Trump también jugó públicamente con la idea de romper con la alianza de la OTAN al sugerir la posibilidad de abandonar a los países de Europa del Este vecinos de Rusia.
Todas estas idas y vueltas sobre Putin, Rusia y los hackers han despertado especulaciones acerca de la verdadera magnitud de los intereses de Trump en Rusia. Eso, a su vez, obligó a Trump a declarar que no tiene ningún negocio en Rusia. En un tuit, Trump dijo: Para su información, tengo CERO inversiones en Rusia.
Pese a esas declaraciones – y a negar tardíamente un ‘romance’ con Putin – los medios de Estados Unidos siguen apuntando a una teoría conspirativa. En los últimos días, la prensa dedicó mucho espacio a los vínculos de Trump con Rusia, sugiriendo que el candidato está trabajando pacientemente con Putin para promover sus intereses comerciales internacionales.
Improbable.
Las teorías conspirativas requieren una teoría, y si algo ha faltado durante décadas de Trumplandia, es una teoría. En la vida, en los negocios y en la política, Trump se maneja de manera improvisada. En los años en que cubrí su trayectoria, nunca lo vi demostrar la disciplina necesaria para armar una estrategia consistente, sofisticada y de largo plazo.
También es útil en momentos como este recordar que Trump no es un titán empresario que integre el Fortune 500. Construyó su negocio en torno a reality shows televisivos, licencias y participaciones lucrativas en algunos edificios y campos de golf. Pese a décadas de hablar sobre espectaculares planes en Rusia, Trump nunca construyó algo en el país. Una vez organizó un concurso de belleza en Rusia y le pidió en vano a Putin que estuviese presente. Eso es todo.
Trump sí tiene una historia con Rusia, pero ha sido una historia oportunista, improvisada y bastante infructuosa.
El candidato republicano hizo su primer viaje a Rusia en el verano (boreal) de 1987, cuando el país todavía era comunista. Fue invitado por Yuri Dubinin, el entonces embajador ruso en Estados Unidos. Visitó una media docena de posibles terrenos para hoteles en Moscú, en su mayoría, alrededor de la Plaza Roja.
Nada surgió de ese viaje.
Ed Koch –alcalde de Nueva York en ese entonces, y feroz opositor histórico de Trump – aprovechó el episodio para hostigar al desarrollador: “¿Qué tan brillante tienes que ser para saber que en Moscú no puedes tener propiedades?”.
Trump comentó en la revista Playboy en una entrevista de 1990 (cuando estaba al borde de la quiebra personal) que la razón por la cual sus negocios fracasaron en Rusia fue porque el país estaba “fuera de control y sus autoridades lo saben”. Pero Trump también elogió a los rusos por ser “mucho más fuertes y listos que nuestros representantes”.
En 1996, y mientras hacía frente a una serie de quiebras corporativas, Trump viajó otra vez a Rusia y anunció que erigiría una versión de la Trump Tower en Moscú. Nunca se construyó.
Varios meses después, participó en una licitación para renovar dos grandes hoteles de Moscú, y viajó a la ciudad para promover los proyectos. Al mismo tiempo, en Nueva York, Trump acariciaba la idea de erigir una estatua gigante de Cristóbal Colón en la ribera del Río Hudson, un proyecto que, según el magnate, sería patrocinado en conjunto con el gobierno ruso. Nada de esto se hizo realidad.
Trump volvió a la carga hace varios años, diciendo que reactivaría en Rusia planes para construir residencias en todo el país. Jamás se construyo uno.
Trump sí concretó un proyecto exitoso con socios rusos y de otros países de Europa del Este … pero fue en Nueva York. Trabajó con un equipo del que participaba Bayrock Group, una pequeña firma con sede en la Trump Tower y controlada por Tevfik Arik, un ex funcionario soviético, y contrató a Felix Sater, un ruso con un pasado sórdido. Y así inauguró Trump Soho en 2010. Si bien el hotel lleva el nombre de Trump, los verdaderos propietarios sólo le dieron al magnate un 18 por ciento de participación, más un monto por derecho de licencia de su nombre y un contrato de gestión para administrar el hotel. (Trump más adelante puso fin a una demanda que lo acusaba a él y a sus hijos de haber inflado los precios de venta del proyecto a los medios y futuros compradores del condominio. Los Trump negaron haber cometido algún ilícito.)
Donald Trump Jr, quien viajó a Rusia en representación de su padre durante este período, hizo declaraciones respecto del dinero que la Trump Organization recibe de Rusia. “Los rusos representan una sección desproporcionada de muchos de nuestros activos, por ejemplo en Dubai, y claramente con nuestro proyecto en Soho y en cualquier parte de Nueva York”, dijo en una conferencia de prensa del sector inmobiliario neoyorquino en 2008. “Vemos llegar mucho dinero de Rusia”.
Pero cuando los Trump hablan de dinero “que llega” a su relativamente modesto negocio de lugares como Rusia, están hablando de compradores ricos que buscan la seguridad de un activo en el exterior, una segunda vivienda, o un lugar donde esconder sus ganancias mal habidas –un fenómeno familiar para los desarrolladores de viviendas de lujo y para todas las plazas internacionales, como Nueva York y Londres-. Claro, parte del dinero del Kremlin posiblemente esté metido en todo eso. Pero ¿acaso se trata de un canal por el que circula tanto dinero en ambas direcciones entre Estados Unidos y Rusia que da a Trump una tracción especial en Moscú? Nyet.
A pesar de la falta de señales tangibles de éxito en Rusia, Trump sigue enfocado en este país, en buena medida, me parece, porque es un lugar fácil para hacer dinero si uno es cierta clase de desarrollador informal, con necesidades financieras, que no suele hacer muchas preguntas a sus socios comerciales.
A fines de 2013, una agencia de noticias estatal de Rusia citó a Trump diciendo que había resucitado la idea de construir una torre idéntica a la Trump Tower en Moscú y que, para ello, se encontraba en conversaciones con distintas empresas rusas. El proyecto no se concretó. Trump también organizó el concurso de belleza Miss Universo en Moscú ese año y nuevamente buscó la presencia de Putin en un tuit.
Durante uno de los debates del Partido Republicano este otoño (boreal), Trump repitió una historia de cómo él y Putin se habían convertido en buenos “compañeros” después de aparecer juntos en un segmento del programa “60 Minutes”. Lo cierto es que no tuvo oportunidad de conocer a Putin durante el programa porque los dos hombres fueron filmados en continentes distintos.
Las declaraciones financieras presentadas por Trump al gobierno federal a comienzos de año no parecen mostrar ninguna participación rusa actual (aunque incluyeron licencias, negocios hoteleros, de golf, y otros, en las ex repúblicas soviéticas de Azerbaiyán y Georgia).
Trump pudo poner freno a ciertas especulaciones sobre sus vínculos financieros con Rusia revelando su declaración fiscal. Hasta ahora, se había negado a hacerlo.
Mientras tanto, el verdadero peligro en este momento político no reside en que Donald Trump conozca bien a Vladimir Putin (lo cual no es verdad), ni siquiera en que tenga lazos oscuros con Rusia. El peligro es que Trump está manejando su negocio de política exterior del mismo modo en que manejó su negocio en Rusia a lo largo de los años: con improvisación. Putin, en cambio, está jugando el gran juego.
Esta columna no refleja necesariamente la opinión del directorio editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios