Curitiba, Brasil (AFP).- “República de Curitiba. Aquí se cumple la ley”, advierte un cartel frente a los tribunales de Curitiba, una ciudad al sur de Brasil que se convirtió en emblema de la investigación de corrupción que tiene en jaque a los príncipes de la política y los negocios.
El mensaje forma parte de un improvisado santuario erigido para respaldar al héroe local, el juez de primera instancia Sergio Moro, de 44 años, principal artífice de la Operación Lava Jato (lavadero de autos), sobre una red de sobornos multimillonarios en la estatal Petrobras.
Desde esta rica ciudad de poco menos de dos millones de habitantes, capital del estado de Paraná, las órdenes de detención, los interrogatorios forzados y las sentencias dictadas por Moro conmocionan al país y se han convertido en una usina de malas noticias para el poder central en Brasilia, 1,300 kilómetros al norte.
“Curitiba está muy revolucionada por este motivo. Cuando se dictan penas de prisión a diputados, senadores, ¡Dios mío! para la gente es como una fiesta”, dice Daniela Varela, una abogada de 29 años, ante el edificio donde está el despacho del magistrado.
Nada dejaba entrever que un caso que se inició como un expediente menor sobre una red de cambio ilegal se transformara en lo que muchos consideran la mayor investigación anticorrupción de la historia.
Sobre Moro recayeron causas como la del expresidente de izquierda Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010), que enfrenta cinco acusaciones ligadas a “Lava Jato”, y que en 2016 fue conducido coercitivamente a declarar ante la policía.
En cárceles de Curitiba purgan sus condenas Marcelo Odebrecht, expresidente del grupo que lleva su apellido, sentenciado a 19 años y 4 meses, y el exjefe de gabinete de Lula, José Dirceu, que cumple 23 años.
Aguardan una definición de sus casos, en prisión preventiva, el ultraconservador exjefe de la Cámara de Diputados Eduardo Cunha, que llegó a ser el segundo en la línea de sucesión presidencial, y el exministro de Hacienda Antonio Palocci.
“Dentro de un tiempo éste será un sitio histórico”, pronostica Wanderley Santos, un vendedor callejero de 64 años, frente a los tribunales, mientras cuelga camisetas con la frase “Moro en la República de Curitiba”, que juega con el doble sentido entre el apellido del juez y el verbo habitar (morar, en portugués).
Segunda fundación
Curitiba, claro, no es una República. Es una ciudad fundada en 1693, que aún tiene una fuerte impronta de la inmigración alemana del siglo XIX, y que según una broma local fue refundada en marzo de 2016.
El eslogan “República de Curitiba” fue tomado de una frase dicha en ese entonces por Lula en una conversación telefónica con su sucesora, Dilma Rousseff (2011-2016).
La charla grabada secretamente formó parte de las investigaciones sobre el exmandatario, acusado por la fiscalía de ser el principal responsable de la red que desvió más de 2,000 millones de dólares de Petrobras.
“Yo, sinceramente, estoy asustado con la República de Curitiba. Porque a partir de un juez de primera instancia, todo puede ocurrir en este país”, dijo Lula en el audio.
La expresión peyorativa fue adoptada ampliamente como una nueva identidad de la ciudad que pretende simbolizar el poder republicano.
Se la ve en tiendas, adhesivos de vehículos, camisetas. Y hay internautas que la proclaman como su nacionalidad imaginaria o su lugar de residencia en redes sociales como Facebook o Instagram.
Los buses turísticos incluyen ahora en su recorrido a los tribunales y la fiscalía.
La identidad ciudadana y la épica implacable del juez Moro se alimentan mutuamente, ayudadas por el misterio que genera una figura que rara vez se muestra en público.
Moro es de lejos el hijo favorito de la ciudad. Un hijo que estudió en Harvard y al que sus seguidores candidatean a la corte suprema, y hasta a la presidencia del país. Aunque haya nacido en Maringá, un distrito 350 kilómetros al noroeste de la “República de Curitiba”.