Por qué Trump podría terminar siendo un buen presidente

¿Qué ocurre cuando un hombre tan vanidoso, impulsivo, arrogante y orgullosamente ignorante encuentra resistencia, o debe lidiar con una crisis? Ello de seguro ocurrirá.

(Bloomberg) La idea de que Donald Trump podría ser un buen presidente parece tan improbable como la idea de que ganaría la elección. Sin embargo, como vemos, a veces ocurren cosas extrañas.

De hecho, su victoria no me sorprendió tanto como a otros observadores. Si demuestra ser un buen presidente, eso me sorprenderá más. Siempre se vuelve a la cuestión de su carácter. ¿Qué ocurre cuando un hombre tan vanidoso, impulsivo, arrogante y orgullosamente ignorante encuentra resistencia, o debe lidiar con una crisis? Ello de seguro ocurrirá. El riesgo con un líder tal no es tanto que sea un presidente que ordinariamente decepcione, sino que sea desastroso.

Sin embargo, tiene una o dos cosas a favor. La primera son las expectativas. Se dice que sus partidarios se llevarán una desilusión colosal. No obstante, podrían estar menos de capa caída de lo que uno creería. Después de todo, ¿cuántos realmente se sorprenderán de que Trump no pueda mantener, y no mantenga, las promesas que les hizo? Para muchos de sus partidarios, el mayor beneficio de elegir a Trump ya ha dado fruto: le dijeron a Washington lo que creen.

Sus críticos, por su parte, han sido tan duros que no será difícil que Trump los haga quedar como equivocados. La opinión respetable se ha pronunciado tan violentamente contra Trump que se lo medirá con una vara muy baja. Pequeños actos de civilidad y moderación parecerán logros destacables. La opinión de que es un fanático racista de ultraderecha, un Hitler del siglo XXI, no debería ser difícil de refutar: tan solo necesita evitar vestir a sus partidarios con uniformes paramilitares, declarar la ley marcial en barrios marginales, y construir una red de campos de concentración.

El presidente Obama y Hillary Clinton moderaron sus denuncias de Trump después que fue elegido, optando por ser generosos y de mente abierta. Bernie Sanders y Elizabeth Warren, por más que detesten a Trump, han dicho que trabajarán con él si propone políticas que promuevan los intereses del pueblo. Por supuesto que hacen bien al obrar así, pero solamente porque mucho de lo que dijeron antes sobre Trump era exagerado. Si el mes pasado hubieran tenido razón acerca del mal que busca Trump, lo que dicen ahora sería un error.

En ese sentido, debo darle un crédito a Jamelle Bouie, de Slate. Recientemente escribió que todos los partidarios de Trump (no solamente la mitad de ellos) son sencillamente malas personas, porque han puesto un hombre irredimiblemente malo en el poder. Y dice que Sanders y Warren no deberían tratar con Trump, asunto por asunto, porque esto le permitirá promover sus viles fines supremacistas blancos.

En este caso, el fanático enloquecido es obviamente Bouie, pero al menos es coherente. Si Trump en verdad fuera el Hitler de nuestros tiempos, uno estaría en lo correcto en rechazar toda cooperación, y pararlo por todos los medios necesarios. No tiene sentido llamarlo malvado y luego comenzar a hacer acuerdos, como proponen ahora algunos demócratas.

La pregunta ahora es si estos tratos servirán de algo. Es posible; porque, nuevamente, la línea ortodoxa de ataque a Trump es errada. No es de “ultraderecha”. En los acuerdos que procurará lograr con los republicanos del Congreso, con frecuencia será una influencia moderadora, tirando hacia la izquierda. “Los demócratas del Congreso”, escribe The New York Times, “divididos y pugnando por una senda para salir del páramo electoral, están construyendo una agenda que se alinee con muchas propuestas del presidente electo Trump que lo enfrentan con su propio partido”.

Trump ha dicho que quiere reducir los impuestos y aumentar el gasto en la infraestructura. Un gran estímulo fiscal es exactamente a lo que han estado reclamando muchos economistas progresistas en estos últimos años. Hoy, como cabría esperar, no están tan seguros.

Algunos keynesianos a ultranza ahora ven el mérito del conservadurismo fiscal. Tienen razón acerca de la necesidad de hacer que la política fiscal sea sostenible y hacer rendir el dinero público en programas de infraestructura, puntos no enfatizados anteriormente. En el corto plazo, empero, una presidencia de Trump podría darles una política macroeconómica que está más cerca de la que apoyaban que cualquier otra cosa que hayan visto hasta ahora. Y en el corto plazo, impulsaría el crecimiento.

En la política económica, el mayor peligro es que los puntos de vista idiotas de Trump sobre el comercio comiencen un ciclo de protección y represalias, quizá incluso una guerra comercial total. (Me interesará ver si la victoria de Trump produce un ajuste en la opinión experta como el que estamos viendo en política fiscal: de “somos todos escépticos en comercio ahora”, a “el comercio liberal es vital para nuestra prosperidad”). Sin embargo, el comercio, tan central en su campaña, no está aparentemente entre las tres cosas que quiere encarar de inmediato. Éstas serían la reforma tributaria, la inmigración y el sistema de salud. En cada caso, ciertamente, una administración Trump podría causar más daño que beneficio. Veremos.

En todos estos asuntos, recuerden una cosa más. Ayudará que Trump no tiene ideología. Esto podría ser su mayor activo. Expresados con total convicción, sostiene con liviandad sus puntos de vista, si es que incluso existen. Su meta no es conseguir, a toda costa, una transformación radical de la sociedad y la economía de Estados Unidos ni reordenar las relaciones internacionales y rehacer el mundo. Es demostrar que sus críticos estaban equivocados, y seguir ganando.

Apuesto a que no lo hará. Por las razones que mencioné, me preocupa un fracaso espectacular. Pero uno nunca sabe.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de Bloomberg LP y sus dueños.

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