Bloomberg.- Por Francis Wilkinson
El presidente estadounidense, Donald Trump, dijo en abril que la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por su sigla en inglés), el programa federal del 2012 para proteger a los inmigrantes indocumentados que llegaron a Estados Unidos siendo niños, conocidos como “Dreamers”, era un “tema muy difícil para mí”.
Por lo que parece, Trump decía la verdad.
El gobierno de Trump ha traducido en actos la mayor parte de la hostilidad de su campaña electoral por los inmigrantes. Los intentos de imponer una prohibición a los viajes desde países de mayoría musulmana han sido de una ineptitud cómica, si bien persistentes y aparentemente sinceros.
De forma similar, los agentes federales de inmigración se han vuelto más agresivos, y menos selectivos, en su tarea de deportación: ni siquiera están a salvo los inmigrantes que llevan mucho tiempo de residencia y tienen hijos que son ciudadanos estadounidenses, además de representación legal especializada.
En una audiencia legislativa de la semana pasada, Thomas Homan, el director interino de Inmigración y Control de Aduana (ICE, por su sigla en inglés) fue explícito al describir el clima de temor que su departamento busca generar.
“Si alguien está en este país de forma ilegal, si ha cometido un delito al ingresar al país, debe sentirse incómodo, temeroso y preocupado”, dijo.
A esos efectos, el gobierno descartó la semana pasada un plan del 2014 de otorgamiento de permisos de trabajo y exoneración de deportación a más de cuatro millones de padres de ciudadanos estadounidenses y titulares de la llamada “tarjeta verde”.
El plan ya había sido bloqueado en la corte, pero la medida constituyó de todos modos un ladrillo más del muro contra la inmigración.
Pero los partidarios de las restricciones a la inmigración no dejaron de notar que, una vez más, el gobierno de Trump no había privado a casi 800,000 Dreamers de la protección legal que habían obtenido en el marco del decreto del 2012 del presidente Barack Obama.
Una publicación del Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por su sigla en inglés) señaló: “Esa rescisión no afectará los términos del programa DACA original descrito en el memorándum del 15 de junio del 2012”. Agregó: “Ningún permiso de trabajo se revocará antes de su actual fecha de expiración”.
El plan DACA de Obama había expandido los límites de la acción ejecutiva. Desde entonces, quienes se oponen a la inmigración han protestado por lo que el presidente de Judicial Watch, Tom Fitton, calificó en Twitter de “amnistía Dreamer ilegal para niños y adultos extranjeros ilegales”.
Pero Trump ha renovado los permisos de trabajo a los Dreamers y hasta ha emitido algunos nuevos. Un día después del comunicado del DHS, el departamento emitió una declaración escrita.
“El gobierno sigue evaluando el futuro del programa DACA”, decía. “El presidente ha destacado la necesidad de manejar el tema con compasión y sentimientos”, señaló.
La compasión y los sentimientos no han sobresalido en las políticas del gobierno de Trump. Tampoco son grandes prioridades para sus votantes.
Como escribió David Frum en el Atlantic: “El motivo por el que Trump traicionó a sus más fervorosos partidarios será objeto de análisis periodísticos y psicológicos. ¿Fue por influencia de su hija y su yerno? ¿Por consejo de sus encuestadores y estrategas políticos?”
La respuesta es incierta. Algunos defensores de la inmigración sospechan que Trump teme que eliminar el DACA les haga la vida muy difícil a los republicanos moderados.
“Si eliminaran el DACA pienso que habría un gran clamor opositor en la opinión pública, y eso ejercería mucha presión sobre los legisladores republicanos, los gobernadores y los funcionarios municipales y estatales”, dijo por correo electrónico Tom Jawetz, un especialista en inmigración del Centro para el Progreso de Estados Unidos, de orientación liberal. “Podría dividir aún más un partido que ya se ha visto afectado”.
Marshall Fitz, un especialista en inmigración del Colectivo Emerson, escribió en un correo electrónico:
“En primer lugar, Trump ha sido objeto de un lobby interno en relación con la postura política dura de perseguir a los Dreamers. En segundo término, se lo ha persuadido de que puede cumplir con la agenda de deportaciones masivas de su base electoral a pesar de esa modificación”.
Agregó que: “En tercer lugar, todo su discurso sobre la ilegalidad del programa no fue sino retórica incendiaria. (Trump) no tiene una opinión, una visión ni una comprensión básica de las limitaciones constitucionales. Es por eso que no tiene un compromiso ideológico ni político con respecto a la rescisión. Por último, dudo que tenga el estómago para perseguir niños en masa”.
Esa última posibilidad es en extremo llamativa. Trump dijo en abril a Associated Press que su gobierno no persigue a los Dreamers y que “los Dreamers pueden estar tranquilos”.
En realidad no está dispuesto a eliminar el estrés de los Dreamers diciéndoles que están por completo a salvo. Pero hasta ahora Trump tampoco se ha mostrado dispuesto a rescindir sus permisos de trabajo y sus esperanzas de quedarse en Estados Unidos.
Parece estar desgarrado entre una promesa descarnada hecha a su base política y algo que se parece mucho a remordimientos. Toda una sorpresa.