Bloomberg.- Hace una semana, expresé la esperanza de que el lamentable desempeño del presidente Donald Trump después de las protestas de Charlottesville perjudicara su posición en las encuestas.
Ello no ocurrió. Si hubo un pequeño cambio, fue en el otro sentido. También me complacería que la deplorable decisión de Trump de indultar al exalguacil Joe Arpaio hiciera mella en su popularidad, pero no me hago ilusiones.
Los seguidores de Trump son leales. ¿Cómo debemos interpretar esto?
Hay dos teorías principales sobre el apoyo a Trump. Una es que una minoría numerosa de estadounidenses, 40% más o menos, son idiotas racistas. Esta teoría es la que sostienen al menos tácitamente el Partido Demócrata y la prensa liberal tradicional.
La otra es que una gran mayoría de esta gran minoría está compuesta por buenos ciudadanos con opiniones inteligibles y legítimas a quienes les molesta ser considerados idiotas racistas que apoyan a Trump casi sin importar lo que haga.
Puede que no admiren al hombre, pero él está de su lado, expresa su frustración, fustiga a las personas que tienen tan mala opinión de ellos… y eso basta.
Es decepcionante que Charlottesville no los haya hecho cambiar de opinión… pero tampoco ha cambiado la mía. Sigo pensando que la primera teoría es absurda y que la segunda teoría es básicamente correcta.
La primera teoría, de ser verdad, sería un argumento contra la democracia.
Si decenas de millones de estadounidenses son idiotas racistas, ¿cómo defender el derecho del pueblo a votar? No se trata de un pequeño número de personas reprobables que serán derrotadas cuando haya elecciones.
Y claramente no hay nada, de acuerdo con la primera teoría, que uno pueda decir para hacerlas cambiar de opinión. ¿Por qué molestarse siquiera en hablar o escuchar a esas personas?
Esta percepción de que la política democrática no tiene sentido, cuando no es directamente peligrosa, ahora imbuye la cosmovisión del establishment cultural e intelectual del país.
A Trump normalmente se lo acusa de ser autoritario y antidemocrático pese al hecho de que ganó la elección y hasta ahora ha sido frenado a cada paso y no ha logrado casi nada en materia de políticas.
Muchos de sus detractores, en cambio, son antidemocráticos en un sentido más profundo: parecen creer que poco menos de la mitad del país no merece el voto.
La segunda teoría – la teoría correcta — entraña una terrible acusación para el Partido Demócrata y gran parte de los medios.
¿Por qué no se escuchan las opiniones inteligibles y legítimas de esa minoría numerosa? ¿Por qué sus opiniones deben meterse en bolsas que llevan el rótulo de “intolerancia” y “estupidez”? ¿Por qué esta minoría numerosa de estadounidenses no puede merecer más que lástima o desprecio?
Los que se burlan de los seguidores de Trump podrían alegar que ninguna de sus opiniones es inteligible o legítima.
Después de todo, ¿acaso sus opiniones sobre la inmigración no se reducen al racismo y la supremacía blanca? ¿Y qué decir de su idea de que los manifestantes de ambos bandos en Charlottesville eran moralmente iguales? ¿O de su miedo morboso al cambio? ¿O de la hipocresía de su rechazo al “gran gobierno”, cuando todo el mundo sabe que los estados que votaron por Trump como Virginia Occidental son los mayores receptores netos de fondos federales? Si uno lee el New York Times, sabe que tienen un caudal infinito de opiniones estúpidas y malignas.
En realidad, esta atribución automática de estupidez y mala fe es solo otro tipo de intolerancia.
Soy liberal en materia de inmigración… pero no es racismo estar a favor de controles más estrictos si uno cree que una gran inmigración hace caer los salarios estadounidenses.
Por cierto no es racismo creer que las leyes sobre inmigración deben hacerse cumplir y que las “ciudades santuario” violan ese principio impecablemente liberal.
No es racista decir que muchos de los manifestantes que se oponían a los supremacistas blancos habían ido a buscar pelea. Decir que los seguidores de Trump le temen al cambio es risible: él no era en absoluto el candidato del statu quo. Y no veo qué principio de economía política determina que sea estúpido ser conservador en lo fiscal si uno vive en Virginia Occidental.
Vale la pena reflexionar que oponerse a la remoción de los monumentos a los confederados pronto podría hacer de alguien un racista, si ya no lo ha hecho.
Después de Charlottesville, PBS informó que 86% de los estadounidenses rechaza el discurso del movimiento supremacista blanco, mientras que seis de cada 10 estadounidenses, incluido un pequeño grupo de afroamericanos, creen que las estatuas de los jefes confederados deberían quedarse donde están.
Esto parecería refutar el planteamiento de que esa opinión sobre las estatuas tiene mucho que ver con el nacionalismo blanco.
Estas conclusiones fueron presentadas bajo el incitante titular de “Las estatuas confederadas y el nacionalismo blanco”.
Por si a alguien le interesa, yo pienso que las estatuas deberían ser retiradas, lean lo que dice Ramesh Ponnuru sobre esto, pero la mayoría de los que están a favor de dejarlas en su lugar no son racistas. Es triste que haga falta decirlo.
Las democracias que funcionan le dan espacio a la discrepancia. Uno puede disentir con alguien de la manera más radical y creer que sus adversarios están profunda e incluso peligrosamente equivocados. Pero eso no lo obliga a ignorarlos, despreciarlos o tenerles lástima.
Considerar que las opiniones de alguien son ilegítimas debería ser el último recurso, no el primero. Negarse a relacionarse, salvo para burlarse o ser condescendiente, es a la vez antidemocrático y tácticamente contraproducente. Es prueba de esto último la desalentadora tenacidad del apoyo a Trump.