(Bloomberg) Donald Trump es muy malo para hacer campaña; todavía está luchando por organizar lo básico de una operación de campaña. Declaraciones desafortunadas salen de su boca como cascada. Y ahora parece estar revirtiendo su postura sobre la inmigración, que hasta ahora había sido de línea dura. O quizá no sea así. En cualquier caso, la estrategia y los mensajes no son su fuerte.
¿Cómo es, entonces, que este individuo continúa con un apoyo del 40% en las encuestas? Y ¿qué debemos aprender de esto?
La respuesta a la primera pregunta es que en nuestra era partidista, cualquier orangután artrítico puede ser el candidato de un partido y un porcentaje significativo del electorado lo apoyará.
La respuesta a la segunda pregunta es un poco más complicada. La lección que los partidarios de Trump con los que he hablado parecen obtener es que están a corta distancia de Hillary Clinton. Están a 4/5 de conseguir la victoria electoral, y lo único que les falta por conseguir es ese último 20%. El hecho de que su candidato haya sido capaz de llegar tan cerca demuestra que puede ganar sin toda esa repulsiva recaudación de fondos y la infraestructura interna de campaña.
Sin embargo, como indica nuestro orangután artrítico, esa no es la manera correcta de interpretar esto. Uno no consigue electores en una coalición electoral de la misma manera que acumula latas de sopa en la despensa, en una situación en la que la última lata cuesta la misma cantidad de dinero y esfuerzo que la primera. Una mejor metáfora sería “la última milla”, un término utilizado por empresas como Amazon o de telefonía que llevan cosas a domicilio. La última milla es a menudo la parte más corta del viaje, pero es más cara y más difícil de manejar que todas las millas anteriores. No se puede simplemente cortar la molesta última milla, porque sin ella la red se vuelve simplemente un conjunto de cables sin conexión o paquetes acumulados en una bodega.
Las coaliciones electorales nacionales son similares. Es fácil conseguir que un gran número de personas voten por nuestro partido, pero es muy difícil conseguir los últimos puntos porcentuales que se requieren para ganar. Gente que dice cosas como: “Romney habría ganado si hubiera conseguido unos cuantos cientos de miles de votantes en distritos clave” tienen razón, pero no se percatan de que conseguir esos electores es muy, muy, muy difícil sin alejar a otros partidarios. Esa es la razón por la que se gasta tanto dinero en cosas que parecen bastante marginales a la plataforma del partido, como anuncios de ataque y encontrar voluntarios que vayan de puerta en puerta intentando convencer a la gente.
Debido a que todas las cosas que los seguidores de Trump piensan que no necesita – como asesores de campaña, operaciones para influir en el voto y guerras relámpago de anuncios pagados por donantes debidamente cortejados – se utilizan para cambiar las opiniones de una pequeña porción del electorado, es fácil pensar que es un gran desperdicio. Sin embargo, el propio Trump muestra que este no es el caso, ya que todavía no sabe cómo cubrir la última milla – ni siquiera consiguió una mayoría en sus propias primarias – y ahora que está en plena contienda, esta debilidad queda de manifiesto.
Hay una cierta ironía en el cacareo de Trump de que él es kriptonita para todos los que se ganan la vida vendiendo políticos. Por el momento, puede ser lo mejor que le ha pasado al aparato de campaña republicana, porque está ofreciendo un claro ejemplo de lo que sucede cuando se intenta operar sin él.
Pero digamos que se las arregla para salir adelante. No creo que esto sea probable, pero quizá alguna combinación de sucesos, como un ataque terrorista en suelo estadounidense, podría ayudarlo a conseguir la victoria (o no). ¿Debemos entonces concluir, como el historiador-blogger Timothy Burke, que Trump demostrará que son prescindibles y que cobran a los políticos por electores que habrían conseguido de cualquier manera?
Creo que Burke tiene razón en el sentido de que en esta época la mayoría de los políticos puede contar con obtener cerca del 40% de los votos simplemente por representar a un partido político importante. Pero no hay premio para el segundo lugar en una elección estadounidense, y quizá cueste mil millones de dólares conseguir el 3% extra que se requiere para sentarse detrás del escritorio de la Oficina Oval. Y no estoy seguro de que eso vaya a cambiar incluso si Trump se las arregla de alguna manera para ganar la elección.
Una mejor forma de verlo probablemente sea que la última milla es difícil y cara de cubrir, pero que quizá exista más de una manera de hacerlo. Se puede tener una campaña tradicional… o se puede ser lo suficientemente rico para financiar una campaña primaria modesta, ser muy reconocido por un reality show y recibir un impulso de último minuto por un suceso completamente impredecible que hiera al oponente mortalmente.
En otras palabras, la ruta más plausible de Trump a la victoria probablemente no esté disponible para otros políticos. Quizá alguien en algún lugar lo intente de nuevo, probablemente otro rico y famoso que pueda permitirse el lujo de perder sin que le importe mucho. Pero al igual que la mayoría de las personas prefieren no invertir todo su retiro en una acción tecnológica que podría volverlas multimillonarias o dejarlas en la ruina, la mayoría de los políticos probablemente prefieran tratar de cubrir esa última milla siguiendo el camino trillado que están usando ahora, en lugar de lanzarse a la aventura con la esperanza de toparse con una mina de oro.
Esta columna no necesariamente refleja la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.