(Bloomberg View).- Matteo Renzi llegó al poder con la promesa de cambiar a Italia o cambiar de empleo. El domingo, los italianos eligieron por él, al rechazar la reforma constitucional a la que había apostado todo.
Es tentador trazar una línea continua desde la votación del Reino Unido en junio para abandonar la Unión Europea hasta la elección de Donald Trump y el referendo italiano del domingo que puso fin al Gobierno de Renzi y sus esperanzas de cambiar la política de Italia.
En cada uno de estos episodios, los populistas ganaron y el poder del establishment fue rechazado. Pero la famosa observación de Tolstói sobre las familias puede aplicarse a las elecciones: “Todas las familias dichosas se parecen unas a otras, cada familia infeliz es infeliz a su manera”.
Al lado populista le gusta la narrativa Brexit-Trump. La líder del Frente Nacional Francés, Marine Le Pen, escribió un tuit el domingo donde decía que “los italianos han invalidado a la UE y a Renzi”. Tenía razón solo en parte: los italianos apoyan a la UE y al euro, aunque el principal partido de la oposición, el Movimiento 5 Estrellas, quiere abandonar la moneda común. A diferencia de los estadounidenses que votaron por Trump, los italianos eligieron mantener el actual sistema político.
Le Pen acertó al relacionar la derrota con Renzi. Este había convertido explícitamente la votación en un referendo de su liderazgo. En un tiempo, él mismo fue un forastero popular, que mostró una tendencia tanto a la reforma como al atractivo popular como alcalde de Florencia. Se convirtió en el más joven primer ministro italiano a los 39 años, cuando como líder del Partido Demócrata utilizó una maniobra política para desplazar al primer ministro Enrico Letta en febrero del 2014.
Una vez en el poder, implementó cambios al sistema electoral y tornó más fácil para los empleadores contratar y despedir personal mediante su polémica Ley de Empleo. Obligó a renunciar a presidentes ejecutivos de algunas de las mayores compañías italianas y designó a la primera presidenta ejecutiva de una compañía estatal italiana. Con una medida rica en simbolismo, buscó rematar una flota de autos de lujo perteneciente al estado. Muchos de sus esfuerzos se diluyeron o completaron solo a medias. Pero según las pautas italianas, esto no fue cosa de todos los días.
Su meta definitiva fue cambiar la estructura constitucional que, según creía, era responsable de gran parte del estancamiento político. Su propuesta clave era reducir el tamaño del Senado, la cámara alta del parlamento, debilitar sus poderes y cambiar su composición. Renzi gastó un montón de su capital político en obtener la aprobación parlamentaria de sus cambios.
Mientras tanto, la economía italiana apenas creció y la crisis bancaria se puso peor. Los jóvenes italianos, que como grupo tienen una tasa de empleo entre las más bajas de Europa (más del 37% no tiene trabajo), se desencantaron. En la franja etaria de los 18 a los 24 años, el apoyo a un voto por el sí fue menor que en otros grupos etarios en las encuestas anteriores al referendo.
Cuando asumió como primer ministro, el índice de aprobación de Renzi era del 74%; un año más tarde estaba apenas sobre el 35%. El apoyo a su referencia constitucional declinó en paralelo con su apoyo personal. Conforme la economía italiana se estancaba y su crisis bancaria se volvía más profunda, Renzi empezó a parecer menos un reformista y más lo que la Italia de posguerra estaba acostumbrada a ver: un líder acosado e ineficaz de un Gobierno débil con un parlamento dividido.
Sus reformas constitucionales, asimismo, estaban deficientemente esbozadas y resultaban confusas para muchos. Por ejemplo, se concedía inmunidad parlamentaria a los senadores, una idea políticamente ventajosa que despertó suspicacias en un país donde abunda la corrupción. También preocupaba la posibilidad de que sus reformas electorales dieran al Gobierno de turno demasiado poder. (Eran, de hecho, probablemente lo que Italia necesitaba –un sistema más semejante al del Reino Unido o Alemania–).
Para algunos, sospecho, las reformas trastornaban un cómodo sistema de funcionamiento. Los italianos están acostumbrados a la criminalización en pequeña escala de la vida diaria, la multitud de formas en las cuales las reglas, a menudo inescrutables, son manipuladas o evadidas para hacer las cosas. Es desordenada y con frecuencia injusta, pero como un ebrio altamente funcional, Italia en gran parte funciona. La amenaza de Renzi a ese ecosistema le puso en contra a gran parte del establishment italiano.
El triunfo del populista Movimiento 5 Estrellas comparte algunas notables similitudes con el lado ganador de la votación por el Brexit y la victoria de Trump. En cada uno de ellos, un forastero populista, inconformista, irreverente --Nigel Farage en el Reino Unido, Trump en Estados Unidos, el comediante Beppe Grillo en Italia– dominó los medios sociales. Y todos hicieron campaña sembrando falsedades con tanta frecuencia como citaban hechos ciertos.
En su discurso luego que los resultados ya eran claros, Renzi adoptó una vez más la cobertura de forastero. Los líderes políticos italianos no están interesados en reformas, acusó. “No cambian sus hábitos, y nunca cambiarán sus cargos”. Ahora depende del presidente Sergio Mattarella designar un gobierno provisional y decidir sobre nuevas elecciones. Italia ya pasó por eso.
También vale la pena señalar que Renzi obtuvo 40% de una votación de alta concurrencia, aunque todos los principales partidos estaban contra él y aunque muchos de su propio partido ya sea se oponían a sus reformas o les concedían un apoyo débil. Se trata de una minoría elocuente a favor de cambios concretos y el nuevo gobierno cometería un error si la pasa por alto.
A diferencia de la votación por el Brexit y la elección presidencial en Estados Unidos, tanto el voto por el sí como el voto a favor del no proponían un cambio en el sistema. La diferencia estaba en cómo cada lado definía el statu quo que quería cambiar.
Por Therese Raphael.
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