Los inmigrantes no les roban el sueldo a los estadounidenses

Eso significa que, cuando dos economistas disienten respecto de algo como el impacto de la inmigración en el mercado laboral, a veces la única manera de resolver la cuestión es discutir qué métodos empíricos son superiores.

(Bloomberg) Un gran problema de la economía empírica es que algunas disputas nunca se resuelven. Si dos físicos no están de acuerdo respecto de la masa de un electrón, pueden hacer una cantidad teóricamente infinita de experimentos para ver quién tiene razón y con el tiempo surgirá la innegable verdad.

Sin embargo, en las ciencias sociales, la mayor parte de las pruebas no puede generarse a voluntad: nos llegan en forma aleatoria del ancho mundo.

Eso significa que, cuando dos economistas disienten respecto de algo como el impacto de la inmigración en el mercado laboral, a veces la única manera de resolver la cuestión es discutir qué métodos empíricos son superiores.

Ese tipo de disputa lleva ahora unos dos años entre un grupo de economistas que piensan que la inmigración no es muy perjudicial para los trabajadores estadounidenses nativos y un economista muy famoso que piensa que los efectos negativos son importantes.

El disidente no es ningún improvisado: es George Borjas, profesor de la Escuela de Gobierno Kennedy de la Universidad de Harvard (e inmigrante cubano), que ha sido calificado por importantes publicaciones de “principal economista estadounidense en materia de inmigración” y “destacado estudioso de este campo”.

De todos los economistas que estudian la cuestión de la inmigración, Borjas es quizá el único capaz de mantenerse firme frente al poderío combinado de los demás.

La discusión gira en torno a un trabajo de 1990 del aclamado economista laboral David Card. Card estudió el Éxodo del Mariel de 1980, cuando Fidel Castro repentinamente decidió permitir que unos 125,000 cubanos emigraran a los Estados Unidos. La mayoría de ellos acabó en Miami.

Card, suponiendo que era improbable que el capricho de un dictador como Castro se viera afectado por la situación del mercado laboral de Miami, se dio cuenta de que eso ofrecía la posibilidad de llevar a cabo un “experimento natural” perfecto con el cual estudiar cómo afecta la inmigración a los trabajadores nativos.

Sorprendentemente, Card concluyó que el brusco aumento de los inmigrantes no afectaba los salarios ni los niveles de empleo de los habitantes de Miami de baja calificación. Ese resultado, y muchos estudios posteriores que llegaron a la misma conclusión, modificaron la forma de pensar de la mayoría de los economistas sobre los costos y los beneficios de la inmigración.

Borjas, un empedernido escéptico sobre la inmigración, no está de acuerdo. En 2015, escribió un trabajo donde sostenía que, si se mira con cuidado, se puede ver un gran impacto perjudicial causado por la ola inmigratoria del Mariel en el salario de determinado grupo de habitantes nativos de Miami que habían abandonado los estudios secundarios.

El trabajo de Borjas de inmediato suscitó las críticas de otros investigadores de la inmigración. Card dijo con desdén que Borjas estaba “revoloteando por ahí”.

Giovanni Peri y Vasil Yasenov de la Universidad de California-Davis señalaron que, al restringir su muestra a los hombres con secundario incompleto de entre 25 y 59 años y excluir a los hispánicos no cubanos, Borjas se había limitado a sólo 17 a 25 observaciones.

Esa muestra probablemente sea demasiado chica para sacar conclusiones estadísticas, dado que una pequeña cantidad de ruido aleatorio fácilmente puede generar efectos espurios. Peri y Yasenov observaron que incluso cambios leves en el conjunto de trabajadores medidos eliminan el efecto negativo que Borjas decía encontrar.

Un segundo trabajo realizado por Peri y Yasenov en 2017, utilizando métodos estadísticos más complejos, llegó a la conclusión de que el resultado de Borjas se debía a un error de medición. Otros estudios también hallaron lo contrario de lo que sostenía Borjas.

Hace poco, Michael Clemens del Centro para el Desarrollo Mundial y Jennifer Hunt, de la Universidad Rutgers, detectaron un problema todavía mayor en el estudio de Borjas. Clemens y Hunt señalaron que en 1980, el mismo año del Éxodo del Mariel, la Oficina del Censo de los Estados Unidos modificó los métodos para contar a los hombres negros con bajo nivel de educación.

Los trabajadores que, según Borjas, se vieron perjudicados por la inmigración del Mariel comprenden a esos hombres negros.

Pero como esos trabajadores en general tienen salarios más bajos que los que el Censo había contabilizado antes, la conclusión de Borjas de una caída del salario en ese grupo, afirman los autores, casi con certeza es resultado del cambio de medición.

Borjas desechó las conclusiones contrarias y sugirió que surgían del sesgo político de los filántropos de Silicon Valley que son colaboradores del grupo de reflexión donde trabaja Clemens.

También argumenta que los trabajadores de bajos salarios que, según él, se vieron afectados por la inmigración del Mariel no fueron solo los trabajadores negros y que los trabajadores blancos de baja calificación quizá se hayan mudado de Miami para evitar tener que competir con los recién llegados cubanos.

Es improbable que ese áspero debate se resuelva pronto. Pero si se toma distancia, se hace evidente un patrón más amplio. Una serie de estudios sobre olas de refugiados encontraron poco o ningún impacto en el empleo de los trabajadores nativos en las ciudades a donde fueron los refugiados. Estos efectos pequeños o nulos se mantienen ya sea que los refugiados se dirijan a países ricos, a países pobres o simplemente a países vecinos.

En 2005, Card observó poco o ningún perjuicio para Estados Unidos por la inmigración mexicana. Algunos estudios incluso concluyen que la inmigración eleva los salarios de los trabajadores nativos al llevar a los habitantes locales a volver a estudiar y mejorar sus aptitudes.

De modo que, en términos generales, el peso de la evidencia contradice con firmeza a Borjas en la cuestión de la inmigración. Borjas ha escrito muchos trabajos que muestran los impactos nocivos de la inmigración pero una mayoría abrumadora de investigadores de ese campo concluye lo contrario.

Puede que aún Borjas tenga razón. Pero, pese a su fama, su alta posición y su voluminosa producción, es cada vez más difícil estar de su lado y en contra de sus muchos adversarios.

La disputa actual pone de relieve la desafortunada realidad de que en la ciencia social empírica las largas discusiones rara vez se resuelven de manera definitiva… así que no esperen que Borjas o sus críticos alguna vez se den por vencidos.

Pero el peso y el volumen de evidencias debe servir de algo y el consenso que surge es que la inmigración no perjudica mucho a los trabajadores nacidos en el país.

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