(Bloomberg) Cascos y gafas vienen a través de mensajeros privados o metidos en bolsos de mano. Radios portátiles y máscaras de gas son introducidos de contrabando a través de la frontera o enviados en aviones charter.
Las protestas casi diarias que han sacudido Venezuela desde hace unos dos meses se sostienen con un flujo de material y dinero que forman un torrente de apoyo.
Sitios web de financiación colectiva como GoFundMe y Generosity están inundados de campañas de los manifestantes -algunos de los cuales reúnen decenas de miles de dólares- y las listas de deseos de Amazon circulan en Twitter, Instagram y Whatsapp.
La creciente comunidad de expatriados venezolanos recauda fondos y crea centros de recolección en los Estados Unidos, Panamá y otros lugares, mientras que en el país los partidos políticos y los activistas contribuyen a distribuir los suministros antes de las marchas.
Las cifras financieras concretas son casi imposibles de conseguir, pero la ayuda es de vital importancia para el plan de protesta de los líderes: mantener una presencia constante en las calles hasta obligar al presidente Nicolás Maduro (o a los militares) a convocar a nuevas elecciones.
No lograron derrocar a Maduro en 2014: decidieron poner fin a semanas de manifestaciones tras sufrir decenas de muertes. Ahora los muertos superan los 60, mientras que miles de personas han resultado heridas o han terminado en la cárcel.
Pero en momentos en que el derrumbe económico del país petrolero es más grave que nunca y Maduro trata de reforzar aún más su control sobre el poder, los manifestantes parecen más decididos esta vez.
“Esta lucha es una cuestión de resistir y permanecer”, dijo Samuel Olarte, organizador de Voluntad Popular, un partido opositor. “Seguirá llegando apoyo mientras las protestas continúen”.
Boca a boca
La oficina de Olarte está llena de megáfonos aún en su embalaje original, cajas de nuevas baterías y bolsas de basura negras llenas de camisetas con imágenes grabadas de Leopoldo López, el líder de Voluntad Popular que está en la cárcel desde el levantamiento de 2014.
Olarte coordina todo, desde marchas hasta almuerzos preparados por grupos vecinales. Los servicios de mensajes, las redes sociales y el boca a boca se utilizan para reunir a las personas.
“Los que están dispuestos a protestar no son los que tienen los medios”, dijo Julio Jiménez, un activista de 39 años de Caracas, más conocido por su handle de Twitter, @Juliococo, que cuenta con más de 350.000 seguidores. “El trabajo es conectarlos”.
Las marchas más concurridas buscan llegar al centro de Caracas, sede del palacio presidencial y los ministerios.
Las vanguardias vienen vestidas para la batalla. Llevan el rostro cubierto y gafas o máscaras de gas colgando del cuello. Usan escudos caseros, preparan cócteles Molotov antes de que la manifestación comience y usan guantes de cuero para recoger y volver a lanzar las granadas de gas lacrimógeno que las fuerzas de seguridad disparan contra la multitud.
El gobierno los califica de terroristas. Ellos dicen que todo acto de violencia que cometen es en defensa propia.