(Bloomberg) Ha habido mucha discusión acalorada sobre comercio internacional en los medios de noticias y en las campañas electorales. En el primer debate presidencial, el candidato Donald Trump fue muy insistente con este tema, declarando que el comercio había vaciado la industria de Estados Unidos. En la izquierda sigue burbujeando un sentimiento anticomercial, en gran parte concentrado en la oposición al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, TPP por la sigla en inglés. Mientras tanto, en el universo económico aún resuenan las repercusiones de un trabajo reciente de algunos economistas destacados que muestra que el comercio con China en la primera década de este siglo perjudicó a los trabajadores estadounidenses más de lo que los ayudó.
Pero en medio de todo este alboroto, la opinión pública se mantuvo notablemente calma e imperturbable con respecto a esta cuestión. Una serie de encuestas de opinión recientes revela que la mayoría de los estadounidenses se mantiene discretamente optimista respecto de los beneficios del comercio. Por ejemplo, un sondeo de Gallup de este año observó que más estadounidenses consideran el comercio internacional como una oportunidad y no como una amenaza. Otras tres encuestas muy recientes -de NBC/WSJ, de Washington Post/ABC y de Pew– detectan lo mismo: que los habitantes de Estados Unidos aún tienen una opinión mayoritariamente positiva con respecto al comercio.
Un dato interesante, sin embargo, es una diferencia en los partidos observada en los últimos tiempos: si bien los republicanos eran más favorables al comercio que los demócratas a comienzos de la década de 2000, ahora son mucho más propensos que los demócratas o los independientes a expresar opiniones negativas, tal vez como consecuencia de que el presidente Barack Obama ha sido un impulsor de los acuerdos comerciales, en tanto Trump, el candidato republicano, ha sido un feroz oponente.
La ciudadanía tampoco considera que todos los países son iguales cuando se trata de comercio. Por ejemplo, una encuesta muy nueva de Politico y de La Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard mostró que aunque los estadounidenses tienen una opinión positiva respecto del comercio con la mayoría de los países, su opinión es muy negativa en el caso de China y algo negativa cuando se les preguntó por México.
Incluso Japón, un ogro para Trump y objeto de un fuerte sentimiento proteccionista en la década de 1980, tiene más opiniones positivas que negativas como socio comercial. De hecho, sólo el comercio con China, y en menor grado con México, es lo que preocupa a la mayoría de los estadounidenses.
En el caso de China, al menos, la población da en el clavo. En un trabajo ya famoso sobre comercio y mercados laborales, David Autor y los demás autores observan que el llamado “shock de China” –la explosión de importaciones provenientes de China durante la primera década de este siglo- fue muy nocivo para los trabajadores de Estados Unidos. Con el despegue de la globalización en la década de 1980 y 1990, los empleados estadounidenses cuyos trabajos fueron reemplazados por importaciones, en general pudieron encontrar empleo en sectores similares por salarios parecidos. Pero China ingresó tan rápido en tantos sectores y con productos tan baratos, que los trabajadores desplazados en muchos casos no tuvieron a dónde ir y muchos terminaron en empleos mal remunerados y poco calificados del sector de servicios o recibiendo asistencia social.
Por eso cuando se habla de comercio, China es algo nuevo y distinto en comparación con Japón, Europa, Corea del Sur y otros socios de Estados Unidos. El comercio con esos otros países generó un reacomodamiento saludable entre los sectores. Cuando la competencia japonesa acabó con los fabricantes de máquinas herramientas, los trabajadores de esa industria pudieron encontrar empleos en fábricas de semiconductores o de computadoras. Así es como se supone que funciona el comercio según los manuales de economía, pero China fue la excepción.
De alguna manera la gente lo advierte, pero los defensores del libre comercio aún no lo hacen. Muchos de ellos siguen repitiendo las teorías de los manuales, seguramente en la convicción de que la población en general no tiene formación en el tema. Pero las opiniones con matices que se desprenden de las encuestas muestran que es probable que la gente entienda mejor la situación que los expertos que aplican de forma automática las mismas teorías simplistas a todas las situaciones. Esos eruditos no comprenden que China es una historia diferente, pero los estadounidenses lo entienden.
Es probable que la gente sea un poco dura con México, pero no está tan equivocada. La mayoría de las estimaciones sobre los efectos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en el mercado laboral de Estados Unidos muestran muy poco cambio. El TLCAN ayudó mucho a México, pero su efecto en Estados Unidos no fue tan significativo, y no fue tan destructivo como el shock de China. La población estadounidense, polarizada en su opinión sobre los efectos del tratado, parece darse cuenta de eso.
Cabe repensar, entonces, las viejas panaceas en relación con el comercio y la opinión pública. Es un lugar común entre numerosos economistas y expertos en economía que la gente en general es de un proteccionismo irreflexivo, que no entiende los beneficios del comercio y que hay que meterle en la cabeza la hermosa simplicidad de la teoría universitaria de primer año. Entre tanto, la campaña de Trump, una cantidad cada vez mayor de republicanos y algunos izquierdistas parecen pensar que la oposición feroz al comercio es un tema ganador. Pero no parece ser así: los estadounidenses tienen una visión bastante precisa, con matices y equilibrada sobre el valor del comercio.
Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.