EFE.- El presidente de EE.UU., Donald Trump, ha acorralado con descalificativos e insinuaciones a su propio fiscal general, Jeff Sessions, quien se debate entre renunciar o someterse a los deseos del mandatario a costa de la independencia inherente a su puesto.
Expertos consultados por Efe coinciden en que Sessions, uno de los aliados más fieles a Trump durante la campaña electoral, está contra la espada y la pared, atrapado en una situación con difícil solución y de la que, haga lo que haga, saldrá perjudicado.
“Sessions está atascado en su posición. Si se retira, da una imagen de debilidad. Si se queda, parece un simple ‘caniche’ del presidente Trump.
No hay victoria posible para Sessions”, dijo Steffen Schmidt, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Estatal de Iowa.
Crece tensión
La tensión entre Trump y su fiscal general se evidenció la semana pasada cuando Trump aseguró en una entrevista con The New York Times que, de haber sabido que Sessions iba a apartarse de la investigación sobre los vínculos de su campaña con Rusia, no lo habría elegido para liderar el Departamento de Justicia.
Trump se mostró especialmente molesto porque Sessions no le avisó de que iba a apartarse de la investigación de la trama rusa, decisión que hizo pública en marzo.
En los últimos días, Trump no ha bajado el tono de sus críticas: se ha burlado en Twitter de Sessions, le ha puesto la etiqueta de “acosado” y hoy mismo lo acusó de haber adoptado una posición “muy débil” ante los “crímenes” de Hillary Clinton, excandidata demócrata a la Casa Blanca.
Detrás de esas palabras, el profesor de la Universidad de George Washington, Michael Cornfield, cree que se esconde un deseo de Trump de apartar el foco de la investigación a su familia, especialmente a su primogénito y a su yerno, que han copado titulares en los últimos días.
“Trump quiere echar la culpa de la investigación rusa fuera de su familia y Sessions es el objetivo más cercano”, dijo Cornfield.
Entre los nombres que suenan para sustituir a Sessions aparecen el senador Ted Cruz, antiguo rival de Trump en las primarias por la nominación republicana, y Rudolph Giuliani, exalcalde de Nueva York y fiel aliado del mandatario.
El Departamento de Justicia y la Casa Blanca no han confirmado siquiera si están considerando sustituir a Sessions, aunque el nuevo director de comunicaciones de la Casa Blanca, Anthony Scaramucci, dijo que “pronto” habrá una decisión, sin dar más detalles.
La expulsión de Sessions provocaría un auténtico terremoto en Washington, pues con toda probabilidad legisladores demócratas y republicanos alzarían la voz contra Trump y celebrarían audiencias para aclarar los motivos del despido, como ocurrió con el exdirector del FBI James Comey, destituido por sorpresa el 9 de mayo.
De producirse, el “número dos” del Departamento de Justicia, Rod Rosentein, se alzaría como nuevo fiscal general de manera provisional hasta que Trump designara a un sustituto, que tendría que enfrentarse a un duro proceso de confirmación en el Senado, donde el propio Sessions ocupó un escaño durante 20 años.
Existe la posibilidad de que Trump use a Sessions o a Rosenstein para despedir al fiscal especial Robert Mueller, un famoso exdirector del FBI que investiga la injerencia rusa en las elecciones y la posible coordinación entre Rusia y miembros de la campaña de Trump.
Trump no puede de ninguna forma controlar a Mueller y, desde hace semanas, circulan rumores sobre el deseo del mandatario de quitárselo de encima.
Según avisan los expertos, si Trump se atreve a despedir a Mueller, podría desencadenarse una crisis similar a la que provocó el presidente Richard Nixon (1969-1974) cuando en la llamada “Masacre del sábado noche” destituyó al fiscal especial encargado de investigar el escándalo “Watergate”.
En esa noche del sábado 20 de octubre de 1973, el entonces secretario de Justicia, Elliot Richardson, y su segundo al mando, William Ruckelshaus, se negaron a ejecutar la orden y dimitieron, lo que desató una ola de indignación contra Nixon y aceleró su salida del poder.
La última fiscal general en ser despedida fue Sally Yates, a quien Trump echó después de que se rebelara contra el veto a refugiados y nacionales de seis países de mayoría musulmana cuando ocupaba el puesto de manera interina. EFE