Cómo puede Trump estrechar lazos en el continente americano

Estados Unidos rebajó el tono de parte de su retórica más exaltada contra México y se comprometió a renegociar en vez de descartar totalmente el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

(Bloomberg) Los latinoamericanos están comprensiblemente nerviosos estos días: la economía de la región atraviesa por dificultades, los escándalos de corrupción se han extendido como si fuera una enfermedad transmitida por mosquitos, y el nuevo gobierno de Washington parece demasiado enfrascado en conversaciones sobre hombres malos y muros grandes y hermosos.

Pero Latinoamérica no tiene por qué ser otra zona de discordia en el tenso mapa de muros del gobierno de Trump. De hecho, unos cuantos gestos sensatos en las políticas de Estados Unidos y algunas palabras duras dirigidas a algunos de los pocos sinvergüenzas que quedan en Latinoamérica podrían mejorar la marca Estados Unidos y fomentar una buena voluntad recíproca en una región que, cuando no está siendo pisoteada, a menudo se ha sentido invisible.

Ya hay un destello de sentido común. Estados Unidos rebajó el tono de parte de su retórica más exaltada contra México y se comprometió a renegociar en vez de descartar totalmente el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Además, limitó sus promesas de hacer que México pague por el muro fronterizo. Más que un desaire a un aliado leal, las críticas a México hicieron resucitar el nacionalismo rabioso y anti-gringo que, en gran medida, ambos países habían superado. Echar marcha atrás podría evitar a Estados Unidos fomentar antiguas disputas y ayudar a Trump con los nerviosos miembros del poder político republicano.

La semana pasada, Estados Unidos también brindó un consuelo muy necesario a los opositores del presidente venezolano, Nicolás Maduro, poniendo a su recién estrenado vicepresidente Tareck El Aissami en su lista de sanciones por sus supuestos lazos con el tráfico internacional de droga.

Pero la mejor oportunidad para reparar las relaciones estadounidenses con la región de América puede presentarse en Colombia, donde está en juego un polémico plan para acabar con la guerrilla insurgente más antigua del hemisferio occidental. Los obstáculos para desmovilizar hasta 14.000 ex miembros de la guerrilla, llevarlos ante tribunales especiales, asegurar que sus víctimas reciban reparaciones, y luego transformar a los combatientes de ayer en los ciudadanos respetuosos con la ley de mañana, son bastante desalentadores. Ganarse a los colombianos, que el año pasado rechazaron por un estrecho margen una versión anterior del acuerdo de paz y siguen radicalmente divididos por la iniciativa, será mucho más difícil.

El respaldo –o la indiferencia- de Washington podría ser clave. En los últimos 16 años, Colombia ha dependido de líderes republicanos y demócratas en Washington en su búsqueda de paz. La sociedad comenzó con Plan Colombia, una costosa campaña militar para derrotar a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Los triunfos en el campo de batalla mermaron las tropas de las FARC y empujaron a los insurgentes que quedaban de vuelta a las junglas y se entablaron conversaciones de paz en La Habana, en donde diplomáticos estadounidenses cumplieron un papel clave.

Ahora viene la parte más difícil: mientras el presidente, Juan Manuel Santos, que ganó el Premio Nobel de la Paz por el acuerdo que promovió, trabaja para avanzar en la difícil implementación, hay que apaciguar a los cautelosos colombianos y repeler el contraataque de feroces adversarios políticos antes de la elección presidencial del próximo año.

Así que cuando se supo el fin de semana pasado que los presidentes Santos y Trump habían hablado por teléfono, los comentaristas colombianos pusieron el grito en el cielo. Los más escépticos se fijaron en el extraño protocolo de la conversación –la llamada del 11 de febrero no fue anunciada y a la Casa Blanca le llevó dos días emitir a transcripción- para afirmar en las redes sociales que la teleconferencia era una invención.

El resumen de 11 líneas de la conversación, con su anodino saludo de la “importancia de continuar la larga historia de cooperación con Colombia” difícilmente sirvió de ayuda. ¿Se pondría Estados Unidos de parte de Colombia y enviaría los US$450 millones que Barack Obama había prometido para el Plan Colombia el año pasado? ¿O Washington pondría todo el asunto en revisión, como sugirió el secretario de estado Rex Tillerson en su audiencia de confirmación el mes pasado, un panorama a medida para deleitar al archirrival bilioso de Santos, el muy similar a Trump, Álvaro Uribe?

El plan de paz sigue en pie, pero retrasado según el cronograma y corriendo riesgos. Las bandas de traficantes de drogas están tomando el control de los pueblos alguna vez controlados por las FARC y están reclutando a los ex miembros de las guerrillas, informó Bloomberg News. La producción de cocaína volvió a repuntar. Si al plan de paz le va bien, Santos (que no repite como candidato) podría ver a un aliado elegido el año que viene. Si el plan fracasa y los rivales de Santos vuelven al poder, la paz misma podría estar en peligro.

En más de medio siglo de conflicto casi constante, Colombia ha visto desplomarse dos veces su tasa de homicidios: desde 2002 a 2010, cuando el gobierno libró una guerra abierta contra las FARC, y de nuevo en el 2012, cuando las debilitadas guerrillas aceptaron sentarse a la mesa para negociar la paz. Estados Unidos estuvo, de manera crucial, al lado de Colombia durante esos dos períodos. Que ahora se deseche ese pacto también sería una triste pérdida para Estados Unidos.

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