1. En el último mes y medio el gobierno de Maduro ha tratado de mitigar las consecuencias de la aplastante derrota electoral que sufrió el 6 de diciembre pasado. Primero, la Asamblea Nacional saliente, controlada por el chavismo, nombró a 13 magistrados del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) y luego, el 28 de diciembre (¡el Día de los Inocentes!) el partido oficialista impugnó la elección de diversos diputados de la oposición. En tiempo récord, el “renovado” TSJ aceptó la impugnación y ordenó que no se reconociese a los diputados electos y ya proclamados del Estado Amazonas, contraviniendo así a un mandato expreso de la Constitución Política.
2. Y los manotazos de ahogado siguieron: en el último día de vigencia de los poderes legislativos delegados por la anterior asamblea, Nicolás Maduro le quitó la potestad al Legislativo de nombrar a los directores del Banco Central de Venezuela. Esto se explica en parte por el desplome del precio del petróleo, el cual hará casi imposible que se financie el déficit venezolano en el mercado de capitales. De hecho, es muy probable que este año el país entre en cesación de pagos (default) y que la única fuente de financiamiento que le quede al Gobierno sea la “maquinita” del banco central. La hiperinflación está a la vuelta de la esquina.
3. El desequilibrio macroeconómico es gigantesco, pero su magnitud exacta desconocida. Hace años que no se publican estadísticas oficiales de manera oportuna (hace pocos días recién se conoció la inflación oficial a setiembre: 140%, aunque las cifras no oficiales a diciembre la sitúan en cerca del 300%). No hay estadísticas oficiales sobre la deuda pública, pero es claro que el país está sobreendeudado. El nivel actual del déficit fiscal es insostenible, pues ya no se lo puede financiar, ni siquiera imprimiendo dinero. Si a todo ello se suma el creciente desequilibrio monetario, la corrupción omnipresente, la equívoca intervención estatal en la economía, el desabastecimiento generalizado, la alarmante inseguridad y la parálisis de la inversión; no es difícil pronosticar que la producción colapsará y que la pobreza indefectiblemente se incrementará de manera exponencial.
4. Y en este contexto caótico, el pasado viernes Nicolás Maduro se presentó a la Asamblea Nacional a realizar su rendición de cuentas del año 2015. En su visión, la crisis no se debe a un modelo intervencionista, populista y corrupto, sino a la “guerra económica”, que habría sido orquestada y financiada por el “imperio”. El presidente Maduro planteó un decreto de emergencia y pidió que se le deleguen poderes para hacer más y peor de lo mismo. ¿Cómo puede siquiera considerarse esta opción?
5. Venezuela no podrá sostenerse ni hacer frente a la crisis con un gobierno bicéfalo. Pensar que la oposición pueda o deba dictar leyes que cambien el modelo económico cuando estas necesariamente tendrían que ser implementadas por el Ejecutivo es ingenuo y contraproducente. No hay otra salida que la salida temprana de Maduro, requisito sine qua non para emprender el largo y duro proceso de rescate de Venezuela.
6. El chavismo ha mostrado y seguirá mostrando su vocación autoritaria y una visión que no se alimenta de la realidad, sino más bien de la corrupción y la ficción. Cuando el Gobierno habla del imperio y la guerra, nos hace acordar a la saga de “Star Wars”. Probablemente Maduro crea que el imperio contraataca y que la solución se encuentra en que la Revolución ubique a Darth Vader; pero no, no es así. La única solución para Venezuela es dejar de lado la ficción, cambiar de Gobierno y ponerse a trabajar en el ordenamiento y la reconstrucción del país.
Por Carlos Paredes, director de Intelfin y profesor de la Universidad del Pacífico
- Nota: estas son mis reflexiones tras una breve visita a Caracas.