Julián Cubero
Economista jefe de la Unidad de Escenarios Económicos de BBVA Research
La recuperación mundial no terminó de despegar con fuerza en el primer semestre de 2014, con frenos o caídas en el crecimiento en algunas de las economías de mayor peso como China o Estados Unidos.
Así, el crecimiento mundial en la primera mitad de 2014 se ha situado cerca del 2.5% de acuerdo a nuestros cálculos, casi un punto porcentual menos que en el segundo semestre de 2013.
Sin embargo, los indicadores de confianza y de volatilidad financiera más recientes son consistentes con una mejora paulatina de la actividad que, de continuar, llevaría el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) mundial al 3.3% en el promedio de 2014 y al 3.8% en 2015.
El crecimiento de Estados Unidos ha rebotado significativamente ya, hasta el 4% anualizado en el segundo trimestre del año, y en China la actividad también se ha acelerado ligeramente, frenando las expectativas de algunos de desaceleración brusca.
Además, el sesgo de la recuperación en marcha en el área del euro es incluso moderadamente alcista, confiando en el positivo impacto de las medidas anunciadas por el BCE en junio para anclar en niveles bajos las tasas de interés, favorecer la financiación de los bancos y también la disponibilidad de crédito para hogares y empresas. Además, el riesgo de una desinflación más intensa en Europa también cae.
El diagnóstico del escenario económico es incompleto si no se mencionan las incertidumbres derivadas del resurgimiento de riesgos geopolíticos, las dudas sobre el impacto global de la futura subida de tasas en EE.UU. o, más a medio plazo, el ajuste aún pendiente de la elevada deuda de algunas economías.
En cuanto a la complicada situación geoestratégica (Oriente Medio, Ucrania, Irak, Norte de África), no llega a ser disruptiva de la actividad económica, pero, de continuarse así o empeorar, la situación puede afectar a las expectativas de los agentes económicos.
También a las financieras, con unos indicadores de volatilidad dominados hasta ahora por la perspectiva de una retirada sin sobresaltos de los estímulos de la FED.
Y es que la combinación de rasgos que caracterizan el escenario económico global no es frecuente. En primer lugar, una elevada deuda, que sigue aumentando en las economías desarrolladas si se suman los pasivos del sector público y del sector privado. También, un crecimiento comparativamente bajo frente a otras recuperaciones y más si se considera el tamaño de los estímulos implementados.
En tercer lugar, una inflación muy baja aun en algunas de las economías más desarrolladas.
Y finalmente, unas tasas de interés en mínimos, incluso en el umbral de cero en las de referencia de política monetaria, lo que constriñe la actuación de los bancos centrales.
En la situación descrita de bajo crecimiento del ingreso, de niveles elevados de deuda y tasas de interés reales a las que la inflación no ayuda a caer más, el servicio de la deuda acumulada puede ser una pesada carga.
Y ello limita las decisiones de gasto, más en los casos en los que el recurso al crédito está limitado no sólo por el lado de la demanda, la elevada deuda, sino también por el de la oferta, con un sistema financiero que aún ha de aumentar su capacidad de concesión de crédito.
En el escenario más probable para los próximos años el desapalancamiento pendiente se producirá gracias a una combinación de mayor crecimiento y algo más de inflación, apoyado además por el mejor funcionamiento del sistema financiero tras las reformas y saneamientos emprendidos en los últimos años.
Pero la aceleración de la actividad no es la única salida posible. Se podría terminar dando en el medio plazo un escenario global de estancamiento prolongado si no se avanza en las reformas que aumenten la productividad y favorezcan la inversión o, si por ejemplo, no se evita el proteccionismo comercial o el sesgo local en la regulación del sistema financiero.
Un escenario como ese, con bajo crecimiento, sin subidas de tipos de interés, anclados además por la dominancia de los bancos centrales, distorsionaría la relación entre riesgo y rentabilidad esperada y no permitiría la corrección de los desequilibrios que llevaron a la última crisis financiera.