El 7 de enero salieron los nuevos resultados del Índice de Pobreza Multidimensional (IPM), elaborado por el Oxford Poverty and Human Development Initiative, y endosado por el PNUD desde el 2010 en sus Reportes de Desarrollo Humano. Además de datos nuevos para 17 países, los resultados ofrecen la novedad de un análisis desagregado por provincias para 71 países en desarrollo.
A diferencia de las medidas tradicionales de pobreza monetaria, el IPM es una medida de conteo de privaciones. La idea es partir de la identificación de indicadores de bienestar (como acceso a agua potable, electricidad, prevalencia de desnutrición infantil, etc.) y contar el número de aquellos en los que cada hogar se encuentra privado (por ejemplo, no tiene acceso a agua potable, etc.).
El IPM en particular emplea indicadores de salud (por ejemplo, mortalidad infantil), educación (por ejemplo, asistencia escolar infantil), y estándares de vida (como electricidad, desagüe, activos, etc.).
Luego, a nivel de una sociedad se puede contabilizar, por ejemplo, el porcentaje de hogares pobres, definido por aquellos que sufren de un mínimo número de privaciones o más (determinado por un umbral de corte), el promedio de privaciones sufrido por estos hogares pobres, y también el porcentaje total de privaciones sufrido por toda la sociedad (en los cuales no se cuentan las privaciones de los hogares considerados no pobres). El último índice mencionado es, precisamente, el IPM.
Según los más recientes resultados, el Perú tiene un porcentaje de pobres (según el método de OPHI y el PNUD) de alrededor de 10.5% (con datos del 2012). Contando desde el país con menor porcentaje de pobres en adelante, el Perú figura en el puesto 47, entre 110 países en desarrollo con datos disponibles. Sin embargo, el promedio esconde disparidades regionales importantes.
Por ejemplo, el porcentage rural de pobres en el Perú llega a 27%, mayor que el valor nacional de países con mayor porcentaje de pobres según la medida del dólar por día del Banco Mundial, como Honduras, Paraguay, Suazilandia, Sudáfrica, Sri Lanka y Ecuador.
Asimismo, los departamentos con el mayor porcentaje de pobres son Loreto (32.5%), Huancavelica (30.2%), Huánuco (26.6%), Apurímac (23.1%), Amazonas (22.9%). Cajamarca (21.7%). Estos valores son comparables a los resultados nacionales de países considerados de bajos ingresos como Laos (34%), Ghana (30%), Djibouti (29%), Guatemala (26%) o Bolivia (20%).
¿Recuerdan el cuestionamiento que hizo Bill Gates en el 2012 sobre la efectividad de enviar ayuda a países de ingresos medios como el Perú? Pues bien, los datos desagregados del IPM deberían recordarnos que incluso países de ingresos medios promedio como el Perú tienen aún varias regiones que sufren de altos niveles de pobreza, comparables a los de países de ingresos medios bajos.
Quizá algunos lectores se pregunten (legítimamente) qué aportan estas medidas de pobreza por “conteo”, en comparación con las ya existentes medidas de pobreza monetaria, como las del dólar por día del Banco Mundial.
Existen importantes diferencias y complementariedades entre ambos tipos de mediciones, tanto empíricas como teóricas. Empíricamente, existe una elevada correlación entre el porcentaje de pobres medido por el “dólar al día” (o mediciones parecidas) y aquel medido contando privaciones (al estilo IPM). Sin embargo, la correlación no es 1 a 1. Por ejemplo, en China el porcentaje de pobres por conteo es 12.5%, menor a su porcentaje de pobres por dólar al día de 28%.
En cambio, en el Perú el porcentaje de pobres por conteo es 10.5%, mayor a su respectivo porcentaje monetario de pobres de 2.9%. En términos de política pública, las diferencias empíricas también son relevantes.
Como destacó el profesor Enrique Vásquez en el 2013, en el Perú la identificación de pobres con una medida monetaria estaba excluyendo a hogares con importantes privaciones. Recientemente, este problema se ha venido rectificando.
Teóricamente, ambos métodos están midiendo fenómenos de destitución relacionados pero distintos. Una medida monetaria de la pobreza basada en consumo individual (o del hogar) suele ser consistente con las teorías de la elección de consumidor (asumiendo una relación proporcional entre consumo y “bienestar”), pero asume implícitamente una relación de sustitución perfecta entre distintos bienes de consumo necesarios.
Por ejemplo, una familia con escaso acceso a buenas proteínas puede estar consumiendo una enorme cantidad de carbohidratos y aún así sufrir importantes deficiencias nutricionales, a pesar de que su gasto en alimentos no aparece por debajo de una línea de pobreza establecida. Asimismo, una persona discapacitada puede pertenecer a un hogar de altos ingresos, en cuyo caso su elevado consumo de bienes puede esconder su limitado estado de salud.
En cambio, las medidas de conteo se concentran directamente en la satisfacción de necesidades básicas y/o mínimos estándares de vida deseables. Preguntan si la persona tiene acceso a electricidad, si está desnutrida, etc.
Sin embargo, a diferencia de las medidas monetarias, son más rígidas para permitir sustituciones entre dimensiones del bienestar: una privación es contada como tal, independientemente de que la persona reporte que puede compensarla teniendo un mayor logro en algún otro indicador.
Finalmente, ambas formas de medir la pobreza, monetaria y no monetaria, adolecen de un problema en común: se concentran en funcionamientos y no en capacidades. Según, Amartya Sen (Premio Nobel de Economía) y Martha Nussbaum, los funcionamientos son los estados del ser y hacer en dimensiones de la vida que uno tiene motivo para valorar. Ejemplos de funcionamientos serían: estar bien nutrido, haber conseguido una licenciatura, tener vacaciones, etc.
En cambio, una capacidad se refiere al conjunto de funcionamientos que una persona puede lograr. Idealmente, las medidas de pobreza y bienestar deberían capturar capacidades más que funcionamientos. Sen da un ejemplo magnífico al respecto: ¿cuál es la diferencia entre un niño desnutrido y Gandhi en ayunas? En ambos casos, el funcionamiento de nutrición es muy bajo.
Pero en el caso de Gandhi se trata de una elección. Su capacidad es alta, a diferencia de la del niño. Es decir, solo midiendo la pobreza como privación de capacidades podemos distinguir entre la privación genuina y el resultado del libre ejercicio de la elección individual.