CORRUPCIÓN. La primera vez que nos pronunciamos sobre el caso Lava Jato (29.08.2015), señalábamos que “la corrupción es un lastre que impide avanzar en la construcción de la institucionalidad del país y por eso es importante acabar con ella”. Ahora más que nunca hay que combatirla
Año y medio después, las declaraciones dadas por Marcelo Odebrecht bajo el marco del convenio de delación que le permitirá disminuir su pena a cambio de dar detalles de los actos de corrupción cometidos, han generado un gran terremoto político y muestran las consecuencias de dicho lastre. Sin duda, las primeras reacciones son las de revisar cuáles fueron los proyectos y quiénes son los funcionarios involucrados (en los diversos niveles de Gobierno), una labor que no será rápida y a la que se abocarán tanto el Poder Judicial como el Congreso de la República; procesos que todo el país espera que lleguen a sancionar a los responsables.
Sin embargo, sí hay una lección que deberíamos aprender de este caso emblemático: la necesidad de luchar contra la corrupción en todos sus niveles y grados.
En un artículo aparecido ayer en nuestro suplemento de fin de año, Beatriz Boza señalaba que por cumplir con los indicadores clave de desempeño (KPI) algunas empresas terminan incurriendo en prácticas ilegales o que rayan con la ilegalidad. La triste realidad es que muchas empresas interiorizan en su ADN el pago de “coimas” como una necesidad para acelerar un proceso o para conseguir un contrato, tanto con el sector público como con el sector privado.
Pero la empresa está representada por personas y las estadísticas muestran que las personas corruptas se inician con pequeños actos y, poco a poco, al no ser descubiertas ni sancionadas, van ganando confianza y realizan acciones de mayor envergadura. Todas las encuestas realizadas por Transparencia nos muestran como un país tolerante a la corrupción, dispuesto a pagarle al policía para evitar una multa o a quedarse con el dinero cuando le entregan un vuelto de más. Si somos tolerantes con esos pequeños actos nada impedirá que llegado el momento se sea tolerante con el pago a un funcionario con tal de lograr las metas de una empresa.
En un país donde podemos ver intolerancia en muchos aspectos (política, religión, derechos) resulta preocupante que no haya intolerancia a la corrupción.
Lea editoriales pasadas de Gestión aquí .