Las tensiones entre EE. UU. y China han ido en aumento desde que Donald Trump resultase elegido presidente del país en noviembre del año pasado. Durante su campaña electoral, Trump acusó a China de manipular su tipo de cambio, amenazando con introducir aranceles comerciales del 45 % sobre las importaciones procedentes de la potencia industrial asiática. Además, Trump también ha insinuado que su administración estaría dispuesta a cambiar el statu quo que actualmente rige la relación entre China y EE.UU. No es de extrañar pues, que las relaciones entre China y EE. UU. no estén en su mejor momento. Y sin embargo, tras una larga conversación telefónica con el presidente chino la semana pasada, Trump anunció en tono conciliatorio que EE. UU. se comprometerá a mantener la política de «una sola China». Esto representa un giro de 180 grados con respecto al discurso imperante hasta la fecha. ¿Significa esto que Xi Jinping ha infligido una derrota diplomática a Donald Trump, o este está dispuesto a supeditar sus mensajes políticos a los intereses económicos?
Una lectura más positiva es que este giro es reflejo de una administración inexperta, pero dispuesta a aprender de sus errores. Hasta ahora, Trump ha optado por un enfoque de confrontación bilateral para corregir el desequilibrio de la balanza comercial estadounidense. China es uno los países que mantienen un superávit comercial con EE.UU., junto con Japón, Alemania, Canadá y México, por lo que no sorprende del todo que el gigante asiático haya sido objeto de críticas. No obstante, las medidas propuestas por Trump podrían no obtener los efectos deseados por tres motivos.
El primero de ellos, China interviene en el mercado de divisas para evitar una caída más pronunciada de su moneda. Irónicamente, a menor intervención más depreciación; lo que va en contra de la agenda comercial de Trump. La propuesta de introducir aranceles comerciales viene de Peter Navarro, que lidera ahora el Consejo Nacional de Comercio, y se basa en una nota del Instituto Peterson del 2010. No obstante, el yuan se ha apreciado de manera significativa en términos reales desde entonces, y aunque la valoración de una moneda tiene rangos de incertidumbre elevados, en la actualidad tanto el Instituto Peterson como el FMI consideran que el yuan no está infravalorado.
Segundo, los aranceles entorpecen el comercio, acarrean consecuencias negativas sobre el crecimiento y están sujetos al escrutinio de la OMC. Los propios datos arancelarios hacen improbables niveles del 45%, no vistos desde los años 80, dado que China podría elevar la disputa a la OMC y ganar. Por otra parte, los aranceles rompen las cadenas de valor globales, de las cuales dependen muchas de las multinacionales americanas a las cuales está sujeto Trump. China podría aprovecharlos como excusa para implementar medidas de represalia, incluyendo a empresas estadounidenses que operan en China. Además, el gigante asiático ha avanzado considerablemente con su reestructuración económica, por lo que las exportaciones solo constituyen un 20% del PIB actualmente, siendo la inversión y el consumo doméstico mucho más importantes. Una disminución de las exportaciones tendrá, por tanto, un impacto menor sobre la economía que hace unos años. Según nuestros cálculos, el efecto aislado de los aranceles sobre los productos donde China posee un déficit comercial con EE. UU. solo supondrá una caída de las exportaciones globales en torno al 5-10 %. Esto excluye todos los efectos secundarios, como represalias económicas o el colapso de las cadenas de valor, siendo el sesgo final mucho mayor. En otras palabras, los aranceles comerciales perjudican a EE. UU. tanto como a China, por lo que son, desde el punto de vista del racional económico, un sinsentido.
Por último, el marco legal actual permite a EE. UU. imponer medidas punitivas, por ejemplo en el caso de las importaciones de acero chinas. Lo más probable es que Trump introduzca un ajuste tributario fronterizo del 5%, mientras que toma medidas paralelas contra sectores individuales o empresas chinas bajo el pretexto de que existen subvenciones injustas.
No estamos por tanto ante una guerra comercial, pero sí que vamos a ver aumentos puntuales de las fricciones entre ambos países, que no obstante serán manejables dentro de un marco geopolítico estable.
Por Le Xia y Carlos Casanova
BBVA Research