VICTORIA DE ROUSSEFF. Después de una campaña electoral con considerables vueltas y sobresaltos, el domingo Brasil volvió a elegir a Dilma Rousseff con el 51.6% de los votos para comenzar su segundo mandato (y el cuarto consecutivo del Partido de los Trabajadores).
La victoria, sin embargo, no garantiza un camino fácil para la lideresa del PT.
El estrecho margen con el que le ganó a Aécio Neves –el más apretado en la historia brasilera- refleja la creciente polarización que está viviendo nuestro vecino del este. El norte y noreste de Brasil, donde se concentra la mayor pobreza del país, votó abrumadoramente a favor de Rousseff mientras que la mayoría de la población un poco mejor acomodada del sur y centro –incluyendo a Sao Paulo, pero excluyendo a Río de Janeiro- se inclinó por Neves, el candidato favorito de los mercados.
El Congreso es fiel reflejo de esta división. El apoyo que tiene el Gobierno es el más débil desde que Brasil volvió a la democracia en 1985: de los 28 partidos en el parlamento, 22 de ellos podrían ser considerados de oposición. Y la posibilidad de formar alianzas con los partidos más influyentes parece improbable tomando en cuenta el desarrollo de la carrera presidencial.
La última campaña del PT se basó en crear falsas alarmas en la población más vulnerable sobre la desarticulación de los programas asistencialistas; primero contra la candidata del Partido Socialista Brasilero, Marina Silva, y luego contra Aécio Neves, aun cuando ambos prometieron dejarlos intactos. Esta estrategia, finalmente probó ser lo suficientemente efectiva como para sobreponerse a las acusaciones por corrupción en el PT –relacionadas al escándalo de Petrobras- y a las críticas sobre el estancamiento de la economía.
Pero, paradójicamente, la peor amenaza para los programas sociales es la misma Dilma Rousseff. Con un débil Gobierno, un país que espera crecer menos de 1% este año y que ostenta una inflación anualizada de 6.7%, el gasto no podrá mantenerse en niveles elevados sin reformas estructurales.
El único camino que le queda a Rousseff es adoptar las medidas de su
contrincante: mayor responsabilidad fiscal y monetaria, mayor apertura comercial y menor intervención del Estado.