CAPITAL HUMANO. La maldición de los recursos humanos es una paradoja conocida en economía que ocurre cuando un país rico en recursos minerales no renovables e institucionalmente débil eventualmente llega a un punto en el que su crecimiento económico y desarrollo se frena y comienzo a revertirse. Esto suele pasar porque una vez que el país se vuelve demasiado dependiente de los commodities que exporta se hace demasiado susceptible a una caída en sus precios, mientras que el resto de sectores permanece descuidado. Paralelamente, el Gobierno no es capaz de usar eficientemente los recursos captados durante los años de bonanza para invertirlos en factores que promuevan la productividad.
Por otro lado, la trampa de ingresos medios es una etapa en el desarrollo de países emergentes en la cual los ingresos de los trabajadores dejan de progresar repentinamente y entran en una zona de estancamiento. Esto ocurre porque conforme los salarios aumentan (en la etapa previa), se encarecen los factores de producción y, por lo tanto, se hace cada vez más difícil competir por precios en el mercado internacional con productos básicos, mientras que todavía no se tienen las capacidades para producir productos de valor agregado.
El Perú de hoy tiene el riesgo de llevar consigo la maldición y de caer en la trampa. La minería representa alrededor del 14% de la producción nacional -mucho menos de la percepción común, es verdad- pero este porcentaje casi se ha duplicado en la última década. Además, casi el 70% de las exportaciones proviene de la minería e hidrocarburos (lo que nos hace bastante susceptibles al precio de los commodities).
Ahora bien, los recursos naturales no tienen por qué ser una maldición y los ingresos medios no tienen por qué ser una trampa. Existen múltiples ejemplos de países (Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Noruega, entre otros) que se han servido de sus recursos naturales como fuente principal de desarrollo y como medio de escape a la trampa de los ingresos medios. Sin embargo todos ellos han aplicado la misma fórmula: emplear los dividendos de la explotación de recursos naturales –que, finalmente son finitos- para invertirlos en capital humano y, así, diversificar la producción de largo plazo a través de industrias que generen productos de valor agregado.