AVANCE. La fusión entre la Bolsa de Valores de Lima (BVL) y Cavali, la empresa que realiza la compensación y liquidación de las operaciones en la BVL, constituye el más reciente paso para desarrollar el mercado de capitales peruano y hacerlo más competitivo, que se suma a la reforma normativa que se inició hace tres años con la promulgación de la Ley de Fortalecimiento de la Supervisión del Mercado de Valores. Esta norma cambió el nombre de la Comisión Nacional Supervisora de Empresas y Valores (Conasev) por la Superintendencia del Mercado de Valores (SMV), otorgándole mayores facultades para el cumplimiento de sus funciones. Luego vinieron reglamentos, resoluciones y disposiciones orientados a impulsar y darle más transparencia al mercado.
A medida que la regulación se iba afinando, los promotores del mercado de valores también hicieron su parte, incluso comenzaron antes. El 30 de mayo del 2011 se puso en operación el Mercado Integrado Latinoamericano (MILA), compuesto por la Bolsa de Valores de Colombia, la Bolsa de Comercio de Santiago y la BVL. Se ha anunciado la incorporación de la Bolsa Mexicana de Valores, con lo que se espera dinamizar este esquema.
Todo bien hasta ahí. Lo que ahora falta es que las empresas peruanas se animen a participar. Las noticias de primeras emisiones de acciones o bonos en la BVL son menores en número que los puntos ganados por la selección de fútbol en las eliminatorias mundialistas y esa escasez tiene una explicación: es un asunto de confianza. O de desconfianza, si nos ponemos estrictos con el lenguaje. Las empresas no ven el mercado bursátil como una alternativa para financiar su expansión porque aún son reacias a compartir información y los costos no son lo suficientemente atractivos.
Considerando que entrar a la BVL significa divulgar sus estados financieros y comunicar todos sus hechos de importancia, esta obligación les debe parecer un sacrificio demasiado elevado que les generará más costos que beneficios. El temor debe ser inmenso e intenso, porque se trata de una cultura del secretismo que pocas empresas se han atrevido a romper. Es por ello que la solución debe ser una combinación entre la flexibilización de la regulación y la reducción de los costos transaccionales, que ya está en camino, aunada con campañas disuasorias que enfaticen un mensaje del tipo “todo estará bien, no tengan miedo”.