En crisis. El 9 de octubre del 2009, el Comité Olímpico Internacional eligió a Río de Janeiro sede de los Juegos Olímpicos del 2016. En esos días, Brasil era visto como un ejemplo de país emergente, con una economía sólida y en crecimiento, y niveles de pobreza en descenso. Lamentablemente, hoy Brasil se encuentra en medio de una crisis política tan profunda que ha opacado sus tribulaciones económicas.
Esto ya es mucho decir, pues nuestro vecino está sufriendo su peor recesión desde la década de 1930, el desempleo y la inflación bordean el 10%, y se estima que este año su PBI se contraerá 7.5%. Los Juegos de Río serán inaugurados el 5 de agosto próximo, pero el honor de dar por iniciada la cita deportiva no le corresponderá a Dilma Rousseff.
Es que la mandataria fue suspendida el 12 de mayo, fecha en que se inició el juicio político en su contra. Durante seis meses, la presidencia estará siendo ejercida por el vicepresidente Michel Temer, que ya cambió a todo el gabinete ministerial (incluyendo al expresidente Lula da Silva). Los cargos contra Rousseff incluyen violación de la legislación sobre responsabilidad fiscal y probidad administrativa, además de implicación en actos de corrupción en Petrobras, dentro de la investigación de la operación ‘Lava Jato’.
La magnitud de este caso es tan amplia, que ha alcanzado a muchos países y gobiernos, incluido el nuestro, pero mientras se resuelve el juicio contra su jefa, Temer tendrá que asumir la dura tarea de evitar que la situación económica se vuelva incontrolable. El ejemplo de Venezuela, que se cae a pedazos, debería convencerle de aplicar a la brevedad algunas reformas.
Entre ellas, figura la reducción del gasto público y la eliminación de ministerios, además de la concesión de autonomía al Banco Central, cuya tasa de interés está demasiado alta (14.25%) para incentivar la economía. Temer tendrá que conseguir el respaldo del Congreso para aplicar sus reformas, pero también deberá ganarse el apoyo popular. Si dicta medidas estabilizadoras que sean bien vistas por los brasileños, podría revertir en algo los problemas. Pero, por ahora, él y Brasil siguen tambaleándose en la cuerda floja.