¿Necesitamos más coordinación internacional?
Por Jorge Sicilia
Economista jefe del Grupo BBVA
Dos fueron los logros multilaterales de la gestión de la crisis del 2008: la coordinación de políticas económicas y la resistencia al proteccionismo comercial.
La coordinación se facilitó porque existía un diagnóstico común del problema y una coincidencia en la necesidad de estimular la economía con políticas expansivas y en sentar las bases para una mejor regulación del sector financiero.
La resistencia al proteccionismo no hubiera sido tan fácil en los años 80, aunque ya existía evidencia de que la crisis de los años 30 se agravó por el proteccionismo. Pero en 2009 sí lo fue, porque la economía venía de dos décadas de aumento de flujos comerciales. En los últimos 20 años la prominencia de las cadenas de valor global entre distintos países ha elevado la renta per cápita en los países emergentes y ha generado nuevas clases medias.
Esta coordinación la lideró el G20; un foro donde 19 países y la Unión Europea debaten con la legitimidad de representar más del 80% del PIB global y de dos tercios de la población mundial. El G20 debate las políticas económicas y valora las decisiones tomadas, instruyendo a organismos, como el Fondo Monetario Internacional, el Financial Stability Board (FSB) y el Banco Internacional de Pagos (BIS) a que elabore los análisis técnicos.
También ayuda que existan organismos como la Organización Mundial de Comercio (OMC) para vigilar las restricciones comerciales y para arbitrar en conflictos comerciales.
Esta colaboración ha sido casi un milagro, porque los acuerdos del G20 están dirigidos por un cierto consenso y por una gobernanza blanda que se ejerce con compromisos públicos y con presión de grupo. Nada más.
Sin embargo, esta cooperación se ha ido reduciendo según se avanzaba en la recuperación. Los impactos de la política monetaria expansiva generaron mucho debate entre países emergentes y desarrollados, y está por ver cómo se gestiona el proceso de “salida” de estas políticas.
La necesaria reforma de las cuotas del FMI para dar más peso a los países emergentes que aceptó Europa en 2010 (pierde dos puestos en el directorio) está frenada por la falta de ratificación del congreso de Estados Unidos. Y, en temas de regulación, cada país está tirando un poco más para su casa de lo que sería óptimo.
¿Ha sido esto un descuido o consecuencia de estrategias de negociación? Lo veremos pronto, pero lo que está pasando corre el riesgo de interpretarse como un cambio de preferencias o de prioridades.
Es muy fácil dar el salto a pensar que lo que es bueno para un país es bueno para el resto. Eso ha podido ser así en las expansiones de demanda de EE.UU. y de China en 2009. Pero no lo es ni en la regulación financiera ni en cuestiones comerciales, donde las decisiones de unos países, generan reacciones en otros. Y en esa cadena es donde empiezan los problemas.
Hoy se oye más sobre acuerdos bilaterales y multi-regionales que sobre acuerdos multilaterales, por no hablar del desastre de la ronda de Doha, abierta desde 2001 y sin cerrar. Está claro que es más fácil acuerdos de unos pocos que de todos, y tal vez sea mejor que se avance aunque sea parcialmente, que quedarse estancado. Pero también se puede pensar que estos acuerdos entre grupos de países quieren generar estándares que favorecen a unas áreas frente a otras, y hay algunos de estos acuerdos que suenan más a estar “en contra de” algún país en vez de “a favor de” la globalidad.
Si algo hemos aprendido en los últimos años es que es mejor negociar con más países que con menos, que el mundo no se puede entender sin los países emergentes ganando peso en los organismos internacionales, y que China va a ser un actor fundamental en el siglo en el que estamos. Mejor que esté cerca que lejos, y mejor dentro que fuera. Bienvenidos los acuerdos comerciales que avanzan en la liberalización siempre que no se utilicen como barreras de entrada.
Porque fíjense la agenda que viene: reducir más las barreras comerciales, seguir con la agenda de regulación financiera, abrazar el mundo digital, cercar a los paraísos fiscales, gestionar el cambio climático, organizar la financiación público- privada de planes de infraestructura global, aprender más de desigualdad a nivel global. Y gestionar las discrepancias políticas y estratégicas. Ninguno de estos temas se puede tratar solo de manera nacional.