A la vuelta de verano, la gran pregunta es cómo reaccionarán los banqueros centrales a las turbulencias en los mercados. Los tintes de la tormenta financiera de agosto han sido mucho menos dramáticos en las economías desarrolladas que en los mercados emergentes, pero el contagio está ahí y las implicaciones que este episodio inacabado finalmente tenga globalmente, no sólo en los mercados sino también en la economía real, están todavía por ver. Por ello ha habido cautela en cada uno de los foros en los que ahora mismo se están dirimiendo importantes decisiones de política económica, ya sea Estados Unidos, Frankfurt o Ankara –donde se reúne el G20 este fin de semana. Pero, indudablemente, el panorama se ha vuelto mucho más incierto.
Otros años, el famoso simposio de Jackson Hole en Estados Unidos, por su repercusión internacional y por el nutrido y destacado número de banqueros centrales que concentra, ha servido de foro para adelantar algunas estrategias monetarias. Pero este año no ha sido el caso. No sólo porque Yellen y Draghi no han participado, sino porque todavía no se había posado el polvo levantado por el vendaval financiero de este verano.
En Jackson Hole, el debate académico giró en torno a los determinantes de la inflación y las herramientas de política monetaria para su control, y hubo interesantes referencias sobre temas que han preocupado y seguirán preocupando a los banqueros centrales por un tiempo, como el traspaso de las fluctuaciones de los tipos de cambio a la inflación, la relevancia creciente de factores globales o la multiplicidad de los retos actuales a los que enfrentan los bancos centrales, que les obligan a vigilar un sinfín de factores, más allá de la inflación o el ciclo económico. Y el episodio reciente es un claro ejemplo de ello.
Sobre las próximas decisiones de política monetaria, los banqueros centrales trataron de dar un mensaje de continuidad. Sin pretender obviar que la volatilidad financiera enturbia el panorama, la Fed y, sobre todo, el Banco de Inglaterra, han mostrado su deseo de seguir adelante e iniciar, de una vez por todas, la subida de tipos. Pero, más importante aún, han abundado en el gradualismo: si hay subida (porque ya toca) no necesariamente hay que pensar que pronto habrá más. Esta estrategia parece incluso aceptada por destacados representantes de los países emergentes, aun a sabiendas de que ello se traducirá en un encarecimiento de sus condiciones de financiación, con el argumento de que es un evento largamente anticipado y quizá es preferible sacar del tablero de una vez por todas esta pieza de incertidumbre. En quince días veremos por donde se decanta la Fed.
Así es que la semana pasada le tocó a Mario Draghi – el día de su cumpleaños- inaugurar oficialmente el curso de los banqueros centrales. La próxima semana será Banco de Inglaterra y la siguiente, la Fed. Draghi no desperdició la ocasión para lanzar su señal.
En respuesta al entorno de mayor incertidumbre y tras presentar una revisión a la baja de las previsiones de crecimiento económico y de actividad, el BCE ha flexibilizado el vigente programa de compra de bonos públicos elevando el porcentaje máximo de bonos de cada emisión que puede comprar el BCE. En sentido estricto, se puede decir que el ajuste de este parámetro no altera el actual programa (el ritmo de compras se mantiene y el horizonte, en principio, es el mismo). Incluso, los más críticos podrían decir que el cambio obedece a un mal diseño inicial del programa (que imponía un rígido corsé a la hora de comprar bonos). Sin embargo, el maestro Draghi lo ha utilizado como señal: tocando esta tecla en este preciso momento, refuerza su comunicación: ahora hemos tocado este acorde; si hiciera falta algo más, no dudaríamos en tocar algún otro (extensión del programa, tamaño del volumen de compras). Es más, dijo Draghi, estamos deseosos y somos capaces de hacerlo. Por ahora, esto es lo que hay del BCE. Y no ha sido poco, a juzgar por la reacción de los mercados: el euro se depreció un 1%, los tipos de interés de la deuda bajaron ligeramente y el bolsas se vieron impulsadas.
Pero el curso no ha hecho más que empezar y el otoño está a la vuelta de la esquina. Las decisiones de los bancos centrales son sin duda muy relevantes; pero no nos engañemos, la clave ahora mismo está en lo que ocurra en los países emergentes. De su estabilización económica depende la estabilización de los mercados y por ende el escenario de crecimiento en los próximos años.