Por Juan M. Ruiz
Economista Jefe para América del Sur – BBVA Research
La desaceleración de América Latina en estos últimos años es más que un fenómeno cíclico, y como tal, debe enfrentarse no sólo con políticas contracíclicas —inherentemente temporales— sino reconociendo que hay un cambio estructural que debe abordarse con reformas también estructurales, por el lado de la oferta.
América Latina ha pasado de un periodo de fuerte crecimiento entre 2004 y 2013 a una desaceleración también muy acentuada en los últimos dos años. En efecto, la región creció a un ritmo promedio de 4.3% anual entre 2004 y 2013 —y este promedio incluye el año 2009, de desaceleración global—, pero avanzó sólo 0,8% en 2014. Y este año 2015 estimamos que el crecimiento sea ligeramente menor, del 0.6%.
Pero más allá de los números, hay un cambio cualitativo también importante. La región venía creciendo más que las economías desarrolladas en los últimos 15 años e iba cerrando gradualmente también la brecha de renta per cápita con los países industrializados. Incluso, por primera vez una crisis global como la de 2008-2009 no interrumpió este proceso de convergencia, como sí lo había hecho en todas las crisis anteriores. Sin embargo, en 2014 y 2015 la región crecerá por debajo del promedio de los países de la OCDE (y bastante menos que ellos en términos per cápita), y nuestras previsiones apuntan a que la región crecerá no muy por encima de EE.UU. en lo que resta de esta década.
Es cierto que América Latina es muy diferente de la que conocimos en los años 80 y es ahora mucho menos vulnerable frente a shocks del exterior, gracias a los cambios institucionales implementados en los 90 —que dieron lugar a políticas macroeconómicas prudentes— y gracias también a la prevalencia de tipos de cambio flexibles en la mayoría de países.
Pero también es verdad que resulta muy probable que no disfrute de unos vientos de popa tan fuertes como los de los diez años transcurridos hasta 2013. En particular, es poco probable que los precios de las materias primas registren aumentos similares al 13% promedio anual registrado entre 2004 y 2013, sino por el contrario una cierta estabilidad alrededor de los valores actuales. Asimismo, la economía China no volverá a repetir una tasa de crecimiento promedio del 10% en ese periodo, sino que va camino de un crecimiento más cercano al 6% en la próxima década. Por último, nos acercamos al inicio de la subida de tipos de interés por parte de la Reserva Federal, lo que presionará negativamente a los flujos de capitales a la región y endurecerá las condiciones de financiación externa.
Frente a la desaceleración actual, en algunos casos se justifican medidas de estímulo de demanda —monetarias o fiscales—, teniendo en cuenta que el PIB se sitúa debajo de su potencial. Pero no todos los países han recompuesto los espacios para esas medidas de estímulo, después de haberlas usado con éxito para capear la crisis global de 2009.
Con todo, el principal riesgo de las autoridades económicas sería no reconocer que la disminución de los vientos de popa representa un cambio estructural en la región y que resulta crucial encender los motores internos del crecimiento, a través de las reformas estructurales. En particular, surge con más importancia que en el pasado reciente la necesidad de impulsar el aumento de la productividad en la región, para afianzar el crecimiento de largo plazo. No hay que perder de vista que, cuando se descompone el crecimiento de la renta per cápita en América Latina respecto a EE.UU. en los últimos 15 años (casi un 15% acumulado), todo ese crecimiento se explica por un mayor empleo y por un mayor stock de capital, pero no se produjo ningún avance en la productividad relativa a EE.UU.
Por ello, los programas de reformas estructurales deberán seguir impulsándose en la región, como ya se han iniciado en algunos países como México y, en menor medida, los tres países andinos. Estas reformas para incrementar la productividad pasan crucialmente —aunque no exclusivamente— por una mayor inversión en infraestructuras, una mayor inversión en capital humano (mejor educación y mejor salud) y programas agresivos de reducción de la informalidad.