(Bloomberg) La caída de los mercados bursátiles de China ocurrida hace un año fue llamativa, pero en definitiva, apenas trascendente. Pese al sufrimiento que generó a millones de inversores minoristas, lo cierto es que las acciones siguen siendo una pequeña parte del sistema financiero en China. Su avance breve y vertiginoso y su caída espectacular nunca amenazaron realmente a la economía china más amplia, ni hablar del sistema financiero global.
Esto no significa, sin embargo, que el resto del mundo puede estar tranquilo. Si bien los títulos se han mantenido sumisos, están creciendo burbujas en los bonos y los bienes raíces –dos mercados que desempeñan un papel mucho más importante en la economía continental. La cuestión es si los reguladores chinos pueden manejar una nueva crisis mejor que la anterior.
La fe en que China puede manejar perfectamente burbujas de rápido crecimiento impulsadas por deuda da por sentado que sus reguladores no sólo son tan buenos como sus pares en el resto del mundo sino que son mejores. Los sucesos del año pasado deberían poner en tela de juicio esa confianza.
Durante todo el primer semestre de 2015, los funcionarios a cargo de la política permitieron que el endeudamiento creciera sin ningún control. Cuando el mercado alcanzó un pico y los llamados de reposición de margen aceleraron la caída, la fuerza conjunta de los reguladores financieros, los funcionarios públicos de seguridad y la prensa estatal no pudieron frenar la caída.
Esta situación acentúa la importancia de las políticas, antes que de las personalidades, susceptibles de evitar que las cosas se desbaraten. China necesita encontrar una manera de poner freno al crédito sin que los mercados caigan en una espiral descendente. Normas más estrictas y mayores requisitos de capital para los productos de gestión patrimonial –una fuente clave de riesgo- son un punto de partida. Pero en tanto el crecimiento de los préstamos siga acelerándose más que el PBI, es difícil afirmar que se ha establecido una verdadera base para la estabilidad.
Como prueba de que los problemas subyacentes siguen sin resolver basta con mirar los otros mercados de activos de China. Era lógico suponer que después del trauma de la caída bursátil, los inversores chinos se volverían un poquito más cautos. Nada más alejado de la verdad. La expansión y contracción de los títulos fue seguida casi inmediatamente por un ciclo similar en el mercado de los metales, donde los precios del acero subieron casi un 80%. Los precios inmobiliarios en Shenzhen aumentaron un 64% en los últimos nueve meses. Las apuestas apalancadas en el mercado de renta fija implican que los rendimientos continúan bajando pese a que crecen los riesgos de cesación de pagos.
Los títulos podrían considerarse, en todo caso, como algo secundario, pero no puede decirse lo mismo de los mercados de renta fija o de propiedades. Este último es el principal motor de la demanda en China. Los títulos representan un 7% de la recaudación de fondos corporativa; el mercado de bonos representa aproximadamente una cuarta parte –que estalle una burbuja allí tendría un radio de expansión mucho mayor. Una serie de impagos sobre bonos y de emisiones canceladas en los últimos meses ha alzado banderas de advertencia. Lo mismo ocurrió con los indicadores económicos correspondientes a junio; éstos sugieren que el auge inducido por la política que infló las ventas inmobiliarias y los precios este año podría estar llegando a su fin.
Ninguno de estos problemas desaparecerá por sí solo. Se sigue volcando dinero en burbujas especulativas –primero en títulos, luego en metales, bonos y propiedades- por una gran razón: la ausencia de oportunidades de inversión rentable en la economía real de China. Pese a reiteradas rebajas en las tasas de interés, las compañías chinas siguen siendo reacias a endeudarse e invertir. El gasto de capital de las empresas privadas está al borde de la contracción, lo cual hace que las empresas estatales sean las encargadas de sostener el crecimiento.
Esta situación es consecuencia de toda una serie de problemas, ninguno de los cuales es de fácil solución. La sobrecapacidad en sectores que van desde el acero hasta la ropa deportiva ha vuelto a las empresas renuentes a crecer. El lento avance en la apertura del mercado al sector privado limita el espacio para invertir.
Todas las soluciones posibles serán dolorosas. Las autoridades chinas, que enfrentan la misma situación que los reguladores financieros, deben equilibrar los costos de una reforma corporativa a corto plazo con los beneficios a largo plazo. Reducciones generalizadas de la capacidad y una apertura agresiva del mercado aplastarían a las empresas estatales que actualmente constituyen la única fuerza que sostiene el crecimiento. Pero sin esos recortes, el estímulo seguirá alimentando burbujas especulativas.
La lección de la caída del mercado de China en 2015 –que una intervención temprana es menos costosa que una resolución de crisis- es fácil de aprender. Dado que los posibles costos aumentan, es aún más imperativo que los reguladores estén atentos.
Esta columna no necesariamente refleja la opinión del consejo editorial ni de Bloomberg LP y sus propietarios.