Toyota quizá tenga que ceder a amenazas arancelarias de Donald Trump

Luego que Donald Trump dijo que Toyota deberá pagar aranceles de importación si construye una planta al sur de la frontera, provocó que las acciones de la automotriz japonesa cayeran hasta 3% en Tokio y marcó la primera advertencia a los fabricantes de autos extranjeros.

(Foto: AFP)
(Foto: AFP)

(Bloomberg) La industria automotriz mundial debe estar sintiendo nostalgia por aquellos días en los que lo que era bueno para General Motors Co. era bueno para Estados Unidos.

Después de su elección pero antes de su investidura, el presidente Donald Trump alabó en Twitter a Ford Motor Co. por “cancelar planes de una nueva planta en México” y amenazó a GM con un “gran impuesto fronterizo” a sus vehículos importados.

Luego, el jueves, dijo a Toyota Motor Corp. que deberá pagar aranceles de importación si construye una planta al sur de la frontera, lo que provocó que las acciones de la automotriz japonesa cayeran hasta 3% en Tokio y marcó la primera advertencia a los fabricantes de autos extranjeros.

Dejando a un lado la escalada de los debates acerca de cuánto hay de verdad en esas declaraciones, la situación sigue siendo riesgosa para la industria. Entrar en una discusión por Twitter nunca es buena idea, menos aún con @realDonaldTrump.

Y aunque las compañías puedan quejarse sobre si el daño colateral a sus imágenes públicas se justifica, encarar la situación con una guerra con el presidente raramente es una estrategia viable en una industria enfocada al consumidor: ¿recuerdan eso de que el cliente siempre tiene la razón?

Si tiene dudas acerca de esto, mire lo que sucedió a la red minorista de BP Plc en Estados Unidos luego del derrame petrolero de Deepwater Horizon en el 2010. El desastre no afectó el precio ni la calidad de la gasolina de BP, pero el número de puntos de venta en el país disminuyó cerca de 40%.

Independientemente de si a Donald Trump le gusta o no, la industria automotriz estadounidense está profundamente integrada con el comercio transfronterizo.

Cerca de un tercio de los vehículos de pasajeros que se venden en el país son importados, según cifras del Departamento de Comercio, y el intercambio comercial de autopartes y automóviles terminados asciende a más de US$ 450,000 millones al año.

La escala de la integración pone a la industria entre la espada y la pared. Si intenta vencer la corriente de la desaprobación presidencial, podría terminar como el Rey Canuto, pero tomar medidas preventivas para evitarlo es impensable.

Ni el fabricante más precavido alterará las multimillonarias cadenas de abastecimiento globales que le llevó décadas construir solo por temor a un tuit.

Existe otra forma. La industria automotriz tiende a ser sorprendentemente modesta en su gasto en lobby: durante el 2015 gastó menos que la administración pública, que la industria del entretenimiento, los bienes raíces o la educación, según el Centro de Políticas Responsables.

Comparada con los gigantes de la influencia corporativa en Washington, como las compañías farmacéuticas, las aseguradoras, las de electricidad, los fabricantes de electrónicos y el petróleo y gas, lo suyo es una bicoca.

Esas inversiones pueden ser una forma útil de amoldar a la política. Cuando el crecimiento de los recursos de petróleo no convencional llevó a la industria energética a un conflicto con los agricultores y los hogares a finales de la década del 2000, las empresas y asociaciones de petróleo y gas incrementaron significativamente el gasto en Washington, para asegurarse de que el terreno de juego estuviera a su favor.

Las automotrices como sector han sido un jugador más pequeño en el cabildeo debido a que por lo general han podido apoyarse en la influencia de sus redes de concesionarios, las cuales tienen presencia en prácticamente todos los distritos electorales.

En los años posteriores a las quiebras de General Motors y Chrysler en el 2009, gastar mucho dinero en hacer lobby ante el gobierno que rescató a Detroit corría también el riesgo de parecer indecoroso.

Pero esos tiempos ya pasaron. La mejor defensa de las automotrices hoy contra las medidas del ejecutivo o el discurso de la Casa Blanca de Trump es un Congreso que esté firmemente de su lado.

La ética no está tan demandada en Washington en estos días, y la industria automotriz está en una lucha por la supervivencia, por lo tanto, no puede darse el lujo de ponerse quisquillosa. Es hora de meterse en el barro.

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