La hoja de vida de José Valdez, fundador de Cosapi , tiene siete páginas. Sus historias parecen, en cambio, infinitas. Hay un humor particular en el empresario de 88 años. Hace bromas, habla fuerte, recuerda su vida y se proyecta también. Sabe al detalle qué está pasando a su alrededor. Está atento a todo.
Se habla mucho de su vida como empresario, pero poco de cómo surgió la compañía y el carácter de quien la levantó junto a Walter Piazza Tangüis.
¿Se siente hoy más empresario que ingeniero?
Me siento más un empresario de la ingeniería.
¿Cuánto han cambiado los empresarios?
Si nosotros usáramos hoy la misma metodología de trabajo que usamos en el 60 cuando fundamos Cosapi , estaríamos condenados a la desaparición. Lo que ha ocurrido en el mundo es que ha habido un enorme avance a nivel de innovación.
¿Cómo ustedes han marchado en paralelo con la innovación?
Porque uno de nuestros valores es la adaptación al cambio. La innovación es hacer las cosas de manera diferente para mejorar. No hay que tenerle miedo al cambio, más bien hay que ser factor de cambio. En Cosapi , por ejemplo, tenemos una universidad, donde la idea no es enseñar, sino que todos los alumnos aprendan. Estamos preocupados por el desarrollo de nuestros alumnos, ellos son lo principal dentro del aula.
¿Cree que los empresarios peruanos son innovadores?
Son innovadores, antes no lo eran.
¿Va a los directorios?
Soy director fundador, sí participo.
¿Le cuesta delegar?
No, yo voy por los resultados, siempre he ido por los resultados. Lo que pasa es que antes yo los producía y ahora son otros.
Los inicios
Cuando José Valdez era niño vivió en La Victoria. Allí también nació en una casa muy cerca de la Plaza Manco Cápac. Le decían “bronquio”, pues tenía un cuadro de asma. “No era un niño de verdad, era como Pinocho”, afirma. “Casi no iba al colegio por mi enfermedad”.
Estudió en La Inmaculada cuando este colegio se ubicaba en la avenida Colmena. “Los curas me enseñaron a armonizar la fe con la razón”, añade.
Su madre, que fue docente, estimulaba a su hijo para que estudie y recupere las clases que perdía con regularidad. Un día le dijo: “Por cada 20 que te saques te voy a dar 20 centavos”. “Me saqué un montón de 20, fui el primero de la clase, puesto que retuve hasta que me gradué”, añade Valdez.
Con el dinero se compró el Meccano, un juego con el que se armaban estructuras. “Allí conocí la ley de los engranajes, de la flexibilidad, la catenaria. Entonces dije que quería ser ingeniero”. Estaba en cuarto de primaria y había decidido qué hacer con su vida.
Años más tarde, cuando Valdez cursaba el cuarto de media, participó en una competencia de gimnasia en la barra paralela. Su madre no podía creer que su hijo enfermo hacía deporte, y que además ese día ganaría la medalla del mejor. Era un 21 de junio. No puede olvidar ese día. “Para mi madre yo era su hijo el débil”, añade.
Los padres jesuitas de su colegio le dijeron que tenía vocación para dedicarse al sacerdocio, pero dijo que no. “Yo quiero ser ingeniero”, respondió. Los jesuitas le dieron un trabajo. Desde ese día se dedicó a enseñar matemáticas a los alumnos de tercer, cuarto y quinto año. “La plata me vino muy bien porque en mi casa había una crisis financiera”.
Cuando terminó el colegio, dos cosas sucedieron con su vida: ingresó a la Escuela de Ingenieros (hoy la UNI), para estudiar dos carreras: ingeniería mecánica e ingeniería eléctrica. La otra es que fundó su primera empresa. Y es que se asoció con dos compañeros y abrió una academia en la cochera de uno de ellos.
“Nos iba muy bien, porque ni siquiera teníamos en qué gastar la plata. Hasta compramos un auto que alquilábamos. Los fines de semana nadie lo usaba (…) Entonces los tres socios nos organizamos para usarlo. Éramos una atracción para las chicas”, detalla entre risas.
¿Qué pasó con la academia?
La vendimos, creo que fue un error venderla.
¿Por qué la vendieron?
Para dedicarnos plenamente a ejercer la carrera, queríamos tener libertad. No nos dimos cuenta de que la academia era un buen negocio para el futuro.
Acercándose a la ingeniería
En la Escuela de Ingenieros, Gerard Unger, que era su profesor de máquinas térmicas, le pidió que sea su auxiliar de cátedra. En ese tiempo ya había empezado a trabajar en la Good Year. Era el año 1951.
En aquella época, Valdez se ganó una beca para estudiar un posgrado en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). Sin embargo, el presidente del comité seleccionador le dijo que la beca había sido suprimida, luego de que los republicanos ganaran las elecciones. “Me dijo que me daría una buena noticia y otra mala, la supresión de la beca era la mala, obviamente (…) Me eché a llorar”.
¿Cuál fue la buena noticia?
Primero me dijo que no llore, pues iría al Test Engineering Program en las fábricas de General Electric en Estados Unidos. Este era un programa de entrenamiento, donde cada tres meses te rotaban de labor. Pasaba de un área a otra. Allí estuve 18 meses.
¿Además de lo técnico, qué aprendió?
En General Electric se me grabó una cosa: el número uno de una empresa debe ser vendedor. Tiene que ser un comunicador, entender cuál es el mercado al que se dirige. Una vez leí que vendedor que gasta más fundillo que suela de zapatos hace contactos equivocados.
¿Qué entendió de esa frase?
Uno debe estar al lado del cliente y sobre todo que se debe de ahorrar tiempo. Cuando regresé a Perú fuí contratado por Imaco, como ingeniero de aplicación y ventas de productos. Fui el que más vendió y fue tal el éxito que me dijeron que iba ser el jefe de todo. Yo dije que no.
¿Por qué?
Porque a quien yo iba a reemplazar había trabajado toda su vida en la compañía y ya estaba a punto de jubilarse. No era justo para él, entonces planteé que haya una cogerencia en donde ambos ganábamos. Luego renuncié y fundé Valdez e Ingenieros, con la oposición de mi familia y hasta de mis suegros.
Cosapi aparece
José Valdez tiene una oficina en su casa de Surco. El espacio está cerca de la sala y por una ventana se ve la cochera y un pequeño jardín. Afirma que en la compañía ha aplicado con sus hijos el mismo método de aprendizaje que tuvo en la fábrica de General Electric en Estados Unidos, donde cada tres meses se cambia de área.
El empresario tiene colgadas fotos y medallas de los diversos reconocimientos que ha recibido. Hay uno en particular que lo llena de orgullo por estos días y es el Honoris Causa que le entregó su casa: la Universidad Nacional de Ingeniería.
El día que fue condecorado, leyó un discurso en el que contó su historia y la de los orígenes de Cosapi . Ambos guiones se cruzan y parecen tener un comienzo en sus últimos días en Imaco, donde conoció a Walter Piazza Tangüis, quien era el gerente general.
Tras dejar Imaco, fundó Valdez e Ingenieros. Casi en paralelo, el papá de Walter Piazza se alistaba a jubilarse y le ofreció a su hijo para que continuará en su empresa de telas. Dijo que no, que ya estaba involucrado por 18 años en la ingeniería.
Ambos se juntaron, se asociaron y fundaron Piazza y Valdez Ingenieros S. A. Consultores y Contratistas. Su primera oficina medía solo 30 metros cuadrados y fue una herencia del padre de Walter. Allí entraban el escritorio de los ingenieros, de una secretaria y de un dibujante. Así empezaron.
Uno de los primeros trabajos que hicieron fue la instalación de un grupo eléctrico para Ernesto Baertl Schutz, quien era el presidente de Milpo. Esta compañía había descubierto cerca de San Mateo un depósito de cobre al que llamaron Pacococha. “Me di cuenta de que en estas tareas lo más caro era el transporte del combustible diésel”, señala.
José Valdez se puso en contacto con otras minas de la zona. El plan ahora era electrificar el área y así bajar los costos. Para ello buscó el financiamiento del Banco de Minerales, que aceptó “y nos dio una línea del 60% del costo total del proyecto”.
Ernesto Baertl no podría creer todo lo que se había hecho y sobre todo los costos que se iban a ahorrar. En agradecimiento, el empresario minero le indicó que como parte de sus honorarios le entregaría los equipos que usaría para la construcción de la línea eléctrica. “El Perú estaba sumamente atrasado en este tema”, añade.
Lo que hizo Baertl se replicó en otros proyectos. Cuando terminaban la construcción de una obra, sobraban herramientas, vehículos y equipos de construcción, que muchas veces se los vendían o se los daban en forma de pago. En medio de esta coyuntura se formó Pivasa Ingenieros Contratistas, que se dedicaba a la construcción y al alquiler de herramientas y equipos. Era el paso lógico que debían de dar.
¿Qué funciones cumplía usted y cuáles Piazza en la compañía?
Yo me ocupaba de la ingeniería para los mineros y él se ocupaba de nuevos negocios. Picasso convenció a dos compañías a venir al Perú, una era fabricantes de maquinaria para la harina de pescado y la otra era armadora de máquinas.
¿Qué hacían ustedes?
Trabajar con ellos y acercarnos a otros sectores. Utilizamos nuevas tecnologías que les permitían a las empresas sacar el mayor provecho del pescado. Empezamos a construir máquinas en Huacho, Chimbote y hasta compramos una. El inversionista era la gente de Milpo.
¿Qué sucedió?
Vino Velasco y estatizó todas las plantas.
¿Y cómo nace Cosapi?
Cuando trabajábamos las líneas de electrificación en la sierra, llegó un grupo argentino llamado Sociedad Argentina de Electrificación (SADE), que tenía mucha experiencia y nos asociamos con ellos y ganamos la licitación para la primera línea de transmisión de 220,000 voltios Huinco-Lima. Formamos el Consorcio Sade Pivasa, cuyo acrónimo es Cosapi . Así nacimos en 1968.
Mi propio tiempo
José Valdez afirma que va poco a la compañía. Prefiere las reuniones en su casa o en algún restaurante. Durante su discurso en la UNI, en que recibió el Honoris Causa, habló de Icacit, la agencia acreditadora especializada en programas de formación profesional en computación, ingeniería y tecnología en ingeniería, que fundara en el 2001.
En su alocución dijo que la consideraba como su último bebé. “La educación es clave”, indica a Gestión. La otra clave es la libertad, añade. “Allí está la diferencia entre Estados Unidos y Europa”, detalla.